En los últimos tiempos, se viene escuchando, entre las filas de la izquierda, esta tesis: que la religión es un asunto privado e íntimo que no debe trascender al ámbito social. Creo que estas opiniones confunden sus deseos con la realidad.
¿Y cuál es la realidad? Pues que la religión, la religión católica para ser más claros, tiene como primera aspiración precisamente esa: la de trascender la realidad, la de "abrirse a lo que no se ve" pero que, según defienden, articula la vida entera. Eso y no otra cosa es la fe: emplazar a un afuera remoto lo evidente, negar los datos de los sentidos, remitir la consistencia toda de lo real a una instancia invisible, inodora e incolora (lo de insípida irá a gustos).
Para creer, hay que cerrar los ojos. Hay que hacer un esfuerzo y oponerse a las tentaciones de los ojos y de la piel. Eso es lo que siempre nos han dicho: el hombre que tiene fe debe hacer oídos sordos a la tangibilidad del mundo, el cual forma junto con el demonio y la carne la tríada fatal para todo cristiano.
Pues bien, ese ansia de trascendencia (que es la misma que llevó a la Iglesia católica a oponerse con todas sus piras a la tarea de los científicos, desde Galileo hasta Darwin) es la que guía la actuación diaria de los católicos: negar lo que se ve y postular lo intangible, negar los hechos y preferir las hipótesis... las cuales, si no se demuestran, se revelarán aún más "auténticas" a los ojos de su fe.
A esa fe (ciega y sorda, ¡aunque no muda!) es a la que apela José María Aznar, cuando dice "tener la convicción moral" de tal o cual conspiración indemostrable. Pues, para el buen cristiano, lo de menos es el mundo de los acontecimientos: su verdad está más lejos... tanto, que sólo ellos la ven.
Escrito por MUTANDIS a las 30 de Noviembre 2004 a las 01:19 PM