Un cardenal vaticano ha pedido a los católicos que ni lean, ni vendan la novela El código Da Vinci.
La noticia no es que lo pida porque sea mala (que, al parecer, lo es un rato largo), ni porque sea blasfema e impía (total, es una ficción, un argumento ilusorio), sino que, por primera vez en siglos, El Vaticano no ha hablado "urbi et orbe".
Por primera vez, y creo que hay que celebrarlo, la curia romana se ha dirigido a los socios de su club, a sus fieles, y no ha intentado que sus preferencias, inclinaciones y prejuicios se conviertan en la norma aplicable a todos los ciudadanos.
Esto hay que saludarlo como un avance enorme: significa que la Iglesia Católica admite que su verdad rige para aquellos que deciden admitirla, y no debe ser impuesta a los demás.
¡Bravo!
Esperemos que este sea el principio de una nueva senda: la que devuelva a la fe al fuero del corazón personal. No queremos más mullahs, sino personas más humildes y más tolerantes.