Los meses de gobierno del PSOE avalan la hipótesis de trabajo que pongo sobre la mesa. Es la siguiente: José Luis Rodríguez Zapatero ha inaugurado un nuevo modelo de gobernante que podemos considerar, sin exagerar, prácticamente inédito en la historia de España.
¿Cuál es? Tomando las palabras de sus críticos de la derecha autoritaria: débil, sin criterio, sin programa, voluble, atado por sus pactos. Una forma de gobernar carente de prejuicios, de dogmas, abierta en todo momento a la negociación y al intercambio.
Ahora bien, ¿es esto malo? ¿Nos lleva Zapatero a la anarquía? Veámoslo.
Habituados a obedecer a un dictador (rey o caudillo: la misma sumisión), ciertos españoles han acabado por identificar al Presidente de un Gobierno democrático con un mandamás: una persona investida de un liderazgo más espiritual que político, un conductor de masas dotado de visión extraordinaria, de una misión. Este concepto mesiánico de la figura del Presidente del Gobierno (el cual no es otra cosa que el cabeza de lista de una agrupación electoral) lo sustentó José María Aznar y, en muchos sentidos, también Felipe González. Se trata de un modelo decimonónico del poder, más próximo a un führer carismático con aval en las urnas que al máximo servidor de la voluntad popular.
Porque esa es la función primera y última del Presidente de un Gobierno democrático: escuchar al Pueblo y gestionar sus demandas, de ningún modo forzarlo a que se pliegue a un plan previo e iluminado. Tal era la pretensión de Alfonso Guerra, cuando afirmó que a España no la iba a conocer ni su madre, o de José María Aznar, en su tozuda imposición de delirios personales (catequización de las conciencias, madrileñización cerril de la organización territorial del Estado, endurecimiento de la moral y las conductas).
ZP es otra cosa. Es un hombre en blanco. No en vano le tildan de cándido ¡como si eso fuera un pecado! (Lo incomprensible es que tales reproches le vengan de las filas de quienes predican la caridad, el amor por el prójimo y otras lindezas tanto o más pueriles). ZP no ha llegado al poder para modelar a los súbditos a su imagen y semejanza: todo lo contrario, es él quien refleja al Pueblo, quien está a su entera disposición para cuanto le quieran formular. De ahí esa accesibilidad que sus interlocutores le reconocen: no tiene nada que oponer a las peticiones, si son legítimas y viables. ¿Por qué iba a negarse a llevar al ámbito legal una aspiración como el matrimonio homosexual, que beneficia a los contrayentes y no perjudica a nadie? Sus ideas personales no cuentan: él es un siervo del Pueblo, no el Pueblo un siervo suyo. Lo confirman sus palabras recogidas (con escándalo, por cierto) en el Wall Streen Journal: "no quiero ser un gran líder", o sea, yo no vengo a mangonear a nadie, sino a gestionar un programa político.
Por supuesto, esa no es la percepción de sus oponentes políticos. Para éstos, la política consiste en forjarse un mundo mental al que luego se ha de plegar el mundo real, no al revés. De ello se derivan la intransigencia, la chulería, el desplante. Están iluminados: tienen una misión salvífica, y quien se oponga a ella sólo puede ser considerado, simplemente, un enemigo o un botarate.
Todo esto no son meras palabras: se plasma en hechos. Por ejemplo, a la hora de acometer la reforma de la Constitución y de los Estatutos de las Comunidades Autónomas, ZP acude a la mesa de negociación sin un plan previo: quiere saber lo que desea cada cual, y luego él planteará en qué límites se puede y quiere mover. El PP, no: pretende pactar con el PSOE un marco previo e innegociable, de manera que las reivindicaciones de las agrupaciones nacionalistas se muevan en un terreno ya marcado. ¿Eso es negociar? No, a eso se le llama imponer, y que los demás pasen por el aro. Vulgarmente: un trágala.
ZP representa un modelo inédito de gobernante en la historia de un país que, de tanto ser oprimido, hasta ahora sólo pedía opresores. Él ha llevado a la política el pensamiento complejo, abierto a la diversidad de lo real, a la concurrencia de múltiplies opciones que han de ser debatidas y respetadas por igual, sin apriorismos ni dogmas de fe: con audacia, con ansias de servicio, con un corazón grande y una mente abierta.
Nos encontramos ante un reto único, ante una ocasión histórica de tomar, por fin, las riendas de un poder que es sólo nuestro y nos pertenece por derecho, lo gestione quien lo gestione ¿Responderemos como merece, con iniciativa y voluntad de diálogo? ¿O añoraremos a la figura del conducator, del pastor de rebaños?
Sólo el Pueblo, en su conjunto, tiene la respuesta. El interlocutor no puede ser más válido. ¿Lo seremos nosotros?
Escrito por MUTANDIS a las 30 de Noviembre 2004 a las 02:10 PM