Ahora que los militantes de un partido fundado por un ministro franquista se sitúan a sí mismos en el centro político. Ahora que surgen revisionismos pseudocientíficos que pretenden equiparar a los dos bandos que sangraron en la Guerra Civil (es decir, el legítimo y el golpista). Ahora que reviven las proclamas católicas a la catequización del orbe. Ahora es el momento de presentarse, orgullosamente y sin ambages, como el rojo que yo soy.
Yo soy de los que tuvieron que exiliarse para no morir (de asco y de pena) bajo el reinado de monarcas muy píos y beatos, tal vez, pero a los que no les tembló el pulso a la hora de mandar a la hoguera a sus compatriotas por no comulgar con sus ruedas de molino.
Yo soy de los que fue demonizado por obispos fidelísimos, a los cuales ofendían mi libertad espiritual y mi reivindicación de la propia soberanía a la hora de leer, y entender, las Sagradas Escrituras.
Yo soy de aquellos a los que se anatemizó por investigar los fenómenos naturales y postular la existencia de leyes estables y recurrentes en el tiempo, antagónicas por ello a los designios de un dios opaco e inescrutable.
Yo soy de aquellos que se alinearon junto al déspota ilustrado en su cruzada laica por infundir en las mentes y en las costumbres algo de sensatez y racionalidad, y pagó por ello el desprecio y el rechazo de sus familiares y vecinos.
Yo soy de los que soñaron con una nación republicana, garante del derecho de todo ciudadano a discrepar y a elegir a sus representantes por sufragio libre y directo, cuando en toda Europa se firmaban Santas Alianzas en virtud de las cuales mi rey lo había colocado Dios en su poltrona.
Yo soy de los que celebraron la pérdida de las colonias de ultramar, pues con ello sus habitantes recobraban las riendas de su destino sin ingerencias extrañas a su propia decisión.
Yo soy uno de los damnificados del pistolerismo empresarial, en una época en que abogar por los derechos de los trabajadores pasaba por exponerse a recibir un tiro en plena calle.
Yo soy el miliciano que abandonó a una mujer muy piadosa y a una familia sumamente cristiana por resistir junto a mi gobierno el ataque armado, ilícito e ilegal, de quienes se suponía que cobraban por defendernos.
Yo soy el maquis que se echó al monte para resistir, para negar en último término la victoria de las camisas azules: mi supervivencia demuestra que la empresa no fue en vano.
Yo soy el exiliado, el emigrante, el expulsado, el perseguido. Yo soy una de las innumerables víctimas de un régimen bárbaro e ilegítimo que pretendió, a sangre y fuego, retener a mi país en la Edad Media.
Yo soy el manifestante que corrió delante de los grises, el homosexual que sufrió prisión por su forma de yacer, la adúltera a la que reprimieron quienes decían amar al prójimo como a sí mismos.
Yo soy el primero que compareció en el colegio electoral para votar una Constitución que me devolvía mis atributos civiles inalienables: la libertad de ser, pensar y decir en un mundo de individuos iguales y diferentes.
Yo soy el rojo que, ahora, combate en los foros de expresión pública la demagogia y la propaganda, la incultura y la manipulación informativa, síntomas todos ellos de una oclusión mental que ha mantenido a mi tierra lejos de la Razón y la Historia durante mucho tiempo, demasiado tiempo ya.
Escrito por MUTANDIS a las 21 de Diciembre 2004 a las 05:04 PMSer rojo por Hypatia de Alejandría que murio alevosamente por fanáticos cristianos por tres motivos, ser mujer, culta y dirigir un templo del saber que guardaba millones de libro prohibidos. Ser rojo por Saco y Vanzetti. Ser lo suficientemente rojo como para distinguir aquello que los rojos han hecho mal. En resumen, una posición vital de ayuda a los más necesitados, a los marginados, a aquellos que ni se pueden valer.
Imagina que sería del mundo sin las conquistas sociales de los rojos.
Un abrazo.