11 de Enero 2005

LA ENSEÑANZA DE LOS VALORES

En las últimas semanas, y como consecuencia de la decisión gubernamental de no imponer la enseñanza obligatoria del catolicismo en las escuelas públicas, se han venido escuchando algunas voces acerca de la difusión de los valores en el sistema educativo.

Dicen estas voces (todas muy coincidentes, y en la misma dirección) que el catolicismo “enseña valores”. No digo yo que no. Lo que vamos a discutir es: a) si los valores democráticos son asumidos y defendidos por el catolicismo; b) si el propio catolicismo, en su historia y en su praxis, ha ejemplificado la aplicación de los valores que propugna; y c) si lo que, en realidad, pretenden estas voces es alguna otra cosa, de alcance bastante mundano y poco menos que inmoral. Vamos allá.

a) ¿Son los derechos humanos un valor católico?

El marco en el que nos movemos es el sistema democrático. Esto implica, como mínimo: respeto por el individuo, fomento de la convivencia entre las personas (en base a la tríada libertad-igualdad-fraternidad) y gobierno de la mayoría en beneficio del bien común.

¿Son esos los valores que propugna el catolicismo? Evidentemente, no. El respeto por el individuo se ve menoscabado por su sumisión a una jerarquía en cuya dirección no puede participar. La convivencia entre las personas sólo puede ser asegurada, en esta concepción del mundo, a partir de la colectiva obediencia a las instrucciones de un único hombre (he dicho HOMBRE, es decir: varón), cuyas palabras son indiscutibles e indiscutidas. Así las cosas, no existe libertad alguna (hay que someterse), ni igualdad entre los seres humanos (unos son superiores a otros) ni fraternidad posible (la cual existe únicamente en la medida en que todos somos iguales y libres).

Los presuntos “valores del catolicismo”, pues, son estos: sumisión, jerarquía, desigualdad, sexismo y antagonismo de unos sobre otros —pues no hay que olvidar que “quien cree se salva y quien no cree, se condena”: o conmigo, o contra mí.

Los fetiches a los que apela el católico para ensalzar su ideología, en cambio, pertenecen al más palmario sentido común: el amor universal o la defensa de los desamparados (poco congruente con los fastos vaticanos, por cierto: que se lo digan a Francisco de Asís) son un bagaje esencial de la Ilustración laica, en cuyo seno se han erigido en norma objetiva de actuación —es decir: como política justa y no como caridad discrecional y graciosa.

El único “valor” específicamente católico es el de la vida eterna. Pero basta con observar la existencia cotidiana de los católicos para comprender que tal valor no rige para ellos. Viven completamente volcados en la existencia material, codiciando bienes, intrigando para incrementarlos y combatiendo a todo aquel que pueda amenazar —vía política social justa— su posición de privilegio.

Los valores democráticos que defiende la escuela laica son los derechos humanos. Cualquier intento confesional de combatir, desde dentro del propio sistema educativo, este horizonte compartido por todos los ciudadanos (aun incluso por los que, declarándose católicos, se aprovechan activamente de él), debe ser considerado como un ataque mezquino contra la democracia humanista e ilustrada.

b) ¿Aplica en la realidad el catolicismo sus propios valores?

La historia de la Iglesia católica está sembrada de muertes. Desde el Tribunal del Santo Oficio hasta los fusilamientos de la Guerra Civil, pasando por la Noche de San Bartolomé y la complicidad del Papa con el exterminio judío por parte de los nazis, el catolicismo ha usado y abusado de la violencia y de la opresión para mantener su posición de privilegio en la sociedad española y, en general, mundial (basta con pensar en la “evangelización” de América).

Pasemos a analizar ahora la praxis actual del catolicismo en nuestro país.

Baste un ejemplo. El amor universal es combatido desde las propias filas católicas, en el momento en que (Aznar dixit) el creyente musulmán, o “moro”, debe ser perseguido y exterminado. La amenaza terrorista, en lugar de dar objeto a una defensa aún más acérrima del Estado de derecho, se trueca entonces en un aval para el odio entre las personas. Lejos quedan las proclamas evangélicas (tan opuestas a la praxis católica) de poner la otra mejilla: ahora se trata de soltar el puñetazo, cuanto más contundente, mejor. No en vano ha sido dicho que el Dios de la ultraderecha es el del Antiguo Testamento (vengador) y no el del Nuevo (bastante más comprensivo con los deslices de su rebaño).

Este desprecio por la filantropía no se limita a fomentar el desprecio por otras manifestaciones religiosas, sino que se proyecta en contra de toda aquella forma de vida que no se pliegue a las directrices papales. Así, quien aborta, toma anticonceptivos, se divorcia o ama a una persona de su misma sexo, es anatemizada por un catolicismo ultramontano y represor que no nos engaña: los católicos no defienden valores espirituales, sino una forma muy concreta de entender la sociedad mundana. Se desenmascara entonces la formidable estafa intelectual del catolicismo: tras unos valores presuntamente morales y espirituales, se oculta una enorme trama de intereses sociales y económicos, los que han regido durante decenas de años por imposición de la fuerza y que han permitido la consolidación de ciertas oligarquías como poderes fácticos y antidemocráticos.

c) ¿Cuál es el auténtico “valor” para los católicos?

Porque este es el aspecto esencial del problema: el catolicismo no es una fe, no es una creencia (a diferencia del cristianismo, que sí lo es, y respetable). El catolicismo es una vasta coartada formal para encubrir los intereses de clase de un segmento muy concreto de la sociedad española, un grupo de señores insistentemente amparado por la jerarquía de la Iglesia durante demasiado tiempo como para que pueda seguir tolerándose.

Por eso es imposible tomar en serio las llamadas de la jerarquía eclesiástica a “la moral” o “los valores” cuando dicen defender su presunto derecho a entrar (y penetrar) en las conciencias de los escolares españoles. No, señores: lo que pretenden es perpetuar un poder ilegítimo mediante sofismas bellamente decorados. Lo que los curas buscan conquistar, catecismo en mano, no es el Reino de los Cielos: es la riqueza de la tierra, de esta tierra de todos y que ha de ser para todos, mientras la democracia siga siendo el sistema político en el que nos inspiramos y dentro del cual cualquier individuo (musulmán, cristiano, ateo, homosexual, letrado o analfabeto) encuentra libertad y seguridad.

Escrito por MUTANDIS a las 11 de Enero 2005 a las 10:40 AM
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