1. Lo humano o lo divino.
La Iglesia se arroga el derecho de opinar sobre lo humano y lo divino (sobre todo, de lo humano): matrimonio homosexual, aborto, contracepción, eutanasia, investigación con embriones
La Iglesia repele, escandalizada, que se declinen sus argumentos porque pertenecen al ámbito civil, en el cual las decisiones se toman por acuerdo mayoritario de los ciudadanos y no por imposición unilateral de una cúpula de varones elegidos por Dios (o eso dicen: en realidad, se eligen entre ellos por el poco democrático sistema de la cooptación).
La Iglesia, cuya base social es desconocida porque no se presenta a las elecciones (aunque habla como si fuera un partido político, y de amplia representatividad popular), habla como si estuviera en posesión de la Verdad revelada. Ahora bien, si se esgrimen la Democracia, la urna y los votos, replican tachando al sistema representativo de dictadura de las masas y totalitarismo estadístico.
La Iglesia, que dice defender a los pobres pero apoya la política pedratoria de los ricos (el capitalismo neoliberal), abomina del Estado pero, a cambio, se erige en una burocracia teocrática e ilegítima, con su Monarca, sus Ministros y sus funcionarios.
La lista de taras conceptuales y atentados al sentido común que comete la Iglesia Católica cuando se pronuncia públicamente es interminable.
Ante tanto dislate, uno sólo puede reponer: España se rige por una Constitución en la que se reconoce la voluntad popular como sede de la soberanía popular. Si queréis gobernar nuestras conciencias, bajaos de vuestros púlpitos y dad la cara: formad un partido político y someteos a la prueba de las urnas.
De lo contrario, os tendremos por la loca de la casa, que no deja de hablar pero a quien nadie hace caso, porque perdió la razón y sus desvaríos no tienen por dónde cogerse.
2. Juego sucio.
Es evidente que la Iglesia juega sucio, porque sus propósitos son estrictamente electorales (recolectar votos para el Partido Popular) utilizando medios de dudosa moralidad: radio, televisión
También juega sucio el Partido Popular que, para no perder al votante laico de centro, le delega a la Confederación Episcopal la tarea de arrastrar hasta las urnas a los ultracatólicos. ¡Bonito contubernio que recuerda demasiado al nacionalcatolicismo de infausto recuerdo para los que tenemos memoria (o, en su defecto, leemos)!
3. Cinismo vaticano.
Después de lo dicho, estas palabras publicadas en el editorial de la revista jesuítica La Civiltà Catolica sólo pueden considerarse como una muestra del típico cinismo al que nos tiene acostumbrados El Vaticano:
La reacción laicista se explica quizá por el temor a que los católicos puedan hacer prevalecer en el terreno legislativo sus principios éticos y, por tanto, obstaculicen a quienes practican la liberalización de las costumbres.
a) Para que los católicos puedan traducir en leyes sus dogmas, deberían primero confiar en la democracia y su sistema de mayorías (lo cual es poco viable, a la vista de los ataques episcopales a la dictadura de la masa, que es como ellos denominan a nuestro modelo político constitucional).
b) Que los católicos se planteen su acceso al poder como un medio para hacer prevalecer sus principios éticos plasma a la perfección su atávica y secular intransigencia, ya que el gobernante democrático debería actuar pensando en el interés general y no en sus propios principios morales.
c) Que los católicos planteen como meta de una presunta victoria electoral el obstaculizar la liberalización de las costumbres (o sea: la represión de las libertades públicas) nos retrotrae a épocas que creíamos superadas. Por imperativo legal, el Pueblo es soberano y tolera en su seno todas aquellas creencias, prácticas y conductas que no sean delictivas: que los católicos se propongan erigirse en obstáculo para el ejercicio de la autonomía personal debería poner en guardia a los demócratas contra este nuevo ataque frontal a nuestro sistema de derechos y libertades, que tanto sudor y sangre nos ha costado y que ninguna cohorte de ensotanados está legitimado a vulnerar.
4. Demócratas, ¡en pie!
Los virulentos y continuos ataques que los católicos están dirigiendo contra la democracia y el Estado de Derecho desde sus plataformas medáticas (sustentadas con cargo a los Presupuestos Generales que pagamos todos los españoles, sobre todo los agnósticos y descreídos) no pueden quedar sin respuesta. Los demócratas debemos ponernos en pie y volcar todo nuestro esfuerzo en la defensa activa de los valores constitucionales, ahora mismo víctimas de una cruenta cruzada por parte de los fundamentalistas católicos que llevaron a España a una sangrienta Guerra Civil.
Escrito por MUTANDIS a las 20 de Enero 2005 a las 11:54 AM