8 de Febrero 2005

ENSALADA ANTIFASCISTA

1. El PP y el nacionalismo español

“La derecha, cuyo centrismo en sus años de gobierno de 1977-1982 y de 1996-2000 fue una buena noticia, volvió por sus fueros a partir de su mayoría absoluta en las elecciones del año 2000. Su derechismo ancestral resurgió, cual Ave Fénix, de lo que parecían cenizas definitivas y se manifestó mayormente en un nacionalismo español exacerbado. ¿Qué otra cosa fue el Error Aznar en Irak, sino un afán, encomiable en su finalidad, pero tan tozudo como equivocado, de llevar la nación española al primer rango internacional? ¿A qué obedece el enojo con que el Partido Popular ejerce la oposición sino a su enfado ante el a su juicio insuficiente nacionalismo del Gobierno en Europa, Cataluña, País Vasco, Gibraltar, reforma de la Constitución?”

FRANCISCO BUSTELO, profesor emérito de Historia Económica de la Universidad Complutense de Madrid.

Quizás la supuesta confrontación entre nacionalistas y no nacionalistas se debería retitular como “la guerra del nacionalismo centrípeto contra los nacionalismos centrífugos” (Máximo), o sea: de Madrid contra el resto de España, la cual, harta de centralismo y tiranía de la capital respecto a las Comunidades Autónomas, se levantan y exigen tomar las riendas de su propio destino.


2. Las mentiras de los obispos.

La Conferencia Episcopal está empeñada en engañar a sus fieles, a instrumentalizarlos contra el Gobierno legítimo de España, el que elegimos entre todos el pasado 14 de marzo.

La lista de manipulaciones, infundios, tergiversaciones, bulos, calumnias y mentiras es tan larga, que la dejo para otro día.

Para ejemplo, un botón: la postura de la Administración y la distorsión episcopal respecto a la polémica revisión del papel de la asignatura de religión en el currículum escolar.

Alejandro Tiana, Secretario General de Educación: “Que quede bien claro: cualquier familia que quiera que su hijo tenga una formación religiosa de acuerdo a sus convicciones morales y religiosas la va a tener, porque es un mandato constitucional. Pero hay familias que no tienen sentimientos religiosos, y también hay que tenerlas en cuenta” (ABC, 1 de febrero de 2005, pág. 52).

Javier Segura, Delegado de Enseñanza de la diócesis de Pamplona: “Es evidente que existe una campaña contra la asignatura de religión por parte de grupos de presión con altavoces en poderosos medios de comunicación, intentando llegar a todos los ámbitos posibles con la propuesta de suprimirla” (Alfa y Omega, 27 de enero de 2005, pág. 30).

Cuando los padres católicos de alumnos recogen firmas a favor de la asignatura de religión, ¿a quién escuchan? ¿Al Gobierno, que les garantiza una formación católica en las aulas, o a los obispos, que mienten a sabiendas sobre las intenciones de la Administración?

Tanta desvergüenza por parte de la jerarquía eclesiástica no puede deberse a la desinformación, sino única y exclusivamente a la mala fe.


3. La opinión del Papa.

“Que el Vaticano riña al Gobierno Español por privilegiar el laicismo, es, en el fondo, tan banal como que el Gobierno Español eche en cara al Vaticano que privilegie el eclesiastismo, toda vez que si el Estado del Papa se fundamenta en la defensa de una religión, el Gobierno de Zapatero dirige un Estado aconfesional y laico. Es evidente que el Papa y sus obispos pueden decir: un gran porcentaje de la población española se confiesa católica, y por tanto tenemos unos deberes para con ellos. De acuerdo, pero ¿permite eso cometer la poco educada exageración de imponer normas y dogmas que sólo valen para los creyentes en la autoridad del Papa a quienes consideran esas normas y dogmas como meras opiniones que no serán dañinas mientras no traten de imponerse a las conductas de los demás? Aceptemos que sí, que el Papa, como líder de opinión /con multitud de seguidores, está en su derecho de decir lo que le plazca: el mismo derecho por cierto que protege a todo gobernante que haga, tan educadamente como pueda, oídos sordos a sus recomendaciones.

Hasta aquí, digamos, no ha pasado nada: la Iglesia Católica es una fuerza de opinión, como este diario o el diario de enfrente o la asociación de consumidores. Pero ¿cuál es la reacción de los más acérrimos católicos cuando alguien, pongamos el periodista Arcadi Espada en el programa de Carlos Herrera, dice en una tertulia que lo que ha dicho el Papa es una sarta de imbecilidades? Se sienten heridos en lo más profundo, piden incluso la cabeza del periodista, no aceptan que pueda cometerse semejante falta de respeto: consideran que decir que alguien ha pronunciado una imbecilidad es categorizar a quien la ha dicho como imbécil, y en ese malabarismo retórico cometen un desliz imperdonable. En la página www.arcadi.espasa.com pueden leerse los mensajes enviados a la emisora pidiendola cabeza del periodista. Uno de los exaltados que se pronuncia llega a decir que España se está convirtiendo en un lugar de maricones, ateos, y rojos. Curioso que ese ciudadano se arranque con tan bonitas consideraciones para contestar a unos comentarios de un periodista. El Apocalipsis está a la vuelta de la esquina.

La pregunta inevitable sería ¿qué, quién es la Iglesia? Porque, por ejemplo, Juan Manuel de Preda, para rechazar que la Iglesia esté avejentada, trae a colación las ingeniosas ocurrencias de Chesterton, que defendía que el catolicismo al volvernos niños nos muestra en todos sus colores la maravilla de existir. Pero ¿es el catolicismo de Chesterton el que triunfa hoy en las voces autorizadas de la Iglesia Católica? Me temo que no, entre otras cosas porque, aunque no lo recuerde Prada en su artículo, fue también Chesterton quien escribió que él no era católico porque creyese en la verdad y la belleza de las homilías del Papa, sino porque creía en la verdad y en la belleza de las catedrales. Frase, como se ve, peligrosísima, porque acentúa el esteticismo del ser católico de Chesterton, hasta el punto que, esquivando los términos de la frase y sustituyéndolos por otro, podríamos encontrar algún aforismo semejante pero del todo inaceptable, por ejemplo: no soy nazi por lo que diga Hitler, sino por la belleza del Estadio Olímpico de Berlín y por las películas de Leni Riefenstahl.

Que la autoridad de la Iglesia tenga derecho a fijar sus opiniones para conducir a su rebaño, no significa en modo alguno que los que no están en ese rebaño no puedan expresarse en contra de tales opiniones como crean conveniente. El arzobispo de Madrid por ejemplo opina que la ciudad es Sodoma y Gomorra: está en su derecho de afligirse con las exageraciones que crea convenientes, siempre y cuando esa opinión no esté exigiendo que la autoridad política llene la ciudad de policía religiosa para cuidar por las buenas costumbres. Cuando la autoridad de la Iglesia habla de la dignidad humana como valor supremo, tendría que ser más convincente a la hora de describir en qué consiste esa dignidad, por qué razón resulta indigno todo lo que salte por encima de sus dogmas y por qué demonios, a estas alturas, van a tener los que no comulgan con su fe, que aceptar sus normas, por qué estas van a tener que determinar vidas que no tienen la misma concepción de «la dignidad humana» que tienen ellos.

Y en lo tocante a la Iglesia Católica, en fin, prefiero con mucho a esos teólogos y sacerdotes que acudiendo, en vez de a la autoridad del jefe, a los textos que han sustentado su fe, han empezado a hablar del «mal menor» para aprobar el uso de condones contra la terrible epidemia del SIDA. ¿Qué textos son esos? Nada menos que las reflexiones de San Agustín y de Santo Tomás de Aquino. Qué quieren que les diga, entre lo que dijeron esos padres y lo que diga hoy el Santo Padre, inevitablemente se queda uno con la autoridad que a los dos primeros le ha concedido la propia historia de la filosofía”.

JUAN BONILLA, El Mundo


4. Ser católico.

Uno creía que ser católico era asumir libremente una serie de creencias iluminadas por la fe. Pues no. Según Juan Manuel de Prada, “ser católico consiste en oponerse a la mentalidad dominante, en conquistar un ámbito de fortaleza y libertad interior que permita nadar contracorriente” (ABC, 22 de enero de 2005)..

Sorprende que un católico pueda jactarse de nadar contracorriente, a la vista de la historia de España: excepto en unas tristes semanas del 36, el resto es una crónica de victorias y sonoros triunfos del catolicismo sobre todos y cada uno de sus competidores (herejes, ateos, liberales, rojos, judíos, moriscos, brujas o masones, todos unidos ante la mirada compactadora de la Santa Madre).

Tal vez no se refiera de Prada a la Historia, sino a la Naturaleza: el católico se opondría a su carnalidad, a sus instintos bestiales, a su concupiscencia, a su mortalidad incluso, para trascender el mundo (valle de lágrimas) y ganar la salvación celestial.

En ese caso, sí que coincido con de Prada: ser católico es ir contracorriente de la Naturaleza (a la cual se vence con esfuerza y tesón), de la razón (que debe anodarse en beneficio de la fe) y de la mismísima convivencia civil (sacrificada en nombre de unas ideas parciales que se creen universales).

Ser católico, visto así, sí que es ir contracorriente. Pretensión que, por cierto, identifica la campaña publicitaria de la Cadena COPE en diarios y revistas nacionales: ¿casualidad?


5. ¿Pensamiento acrítico?

Los medios dominados por la Conferencia Episcopal están embarcados en una campaña apocalíptica que, tras la defensa aparente de valores y principios morales, en realidad sólo pretende desacreditar al Gobierno de la Nación mediante mentiras y distorsiones interesadas de la realidad.

En un artículo titulado “¿Por qué lo llaman aborto cuando quieren decir asesinato?” publicado en el semanario católico Alfa y Omega, María S. Altaba redunda en una tesis que repiten los nacionalcatólicos una y otra vez: que los ciudadanos carecen de capacidad crítica porque el poder (o sea: los socialistas) les mantiene en la ignorancia y los manipula a placer. Para tratar de avalar esta idea, no tienen empacho en citar los resultados del Informe Pisa sobre la educación española, o los bajos índices de lectura…¡como si el PP no tuviera responsabilidad alguna en ello, tras ocho años de gobierno! No: para los obispos, desde el 14-M España ha dado un vuelco, no sólo electoral, sino cultural, y todo lo que ocurre ahora nació por generación espontánea a partir de dicha fecha. ¡Prodigiosa amnesia interesada!

Lo más triste es el olvido interesado que implica esta tesis malévola y desinformada. Implica:

a) obviar que, históricamente, han sido las clases privilegiadas, las que ahora votan al PP y comulgan en las iglesias, quienes han mantenido a la población en la ignorancia y la superstición, justo con el propósito de controlarlas y reprimir su libre desarrollo individual y colectivo;

b) desconocer que el nivel medio de la población española en términos educativos, culturales y sociales es el más alto de toda su historia, gracias a un proyecto común de extensión de los derechos consagrados en la Carta Magna;

c) silenciar que el Partido Popular perdió las elecciones justo porque trató de engañar a los españoles, manipulando la información (Prestige, Yak-42, 11-M) y menospreciando la capacidad de reacción crítica de los mismos;

d) engañar a los lectores —creyendo que en efecto somos estúpidos y no leemos— con argumentos falaces y premisas falsas, no con afán de entender la realidad y tratar de mejorarla, sino con el propósito inconfeso de tumbar al Gobierno socialista para ubicar en su lugar a las viejas élites de siempre: las que mintieron y siguen mintiendo, las que mangonearon y continúan tratando de mangonear a quienes no nos plegamos a sus dogmas, infundios y falsedades.


6. Falaz Fallaci.

Oriana Fallaci, la periodista que aquejada por un cáncer en estado terminal se ha propuesto legarnos su visión tremebunda de la sociedad actual (la ira y la impotencia son musas de dudosa benevolencia), ha realizado un rosario de afirmaciones en su último libro sobre la homosexualidad en España, a cual más falaz.

Dice Fallaci, en palabras recogidas en La Razón (16 de enero de 2005, pág. 23), que le molesta que “se pretenda deificar a la homosexualidad, como si la homosexualidad fuese un estado de gracia o superioridad”.

Yo no sé qué contacto tendrá esta señora con homosexuales pero, dejando a un lado el tan traído y llevado “orgullo gay” —reverso lógico del desprecio que recibieron los homosexuales durante siglos de opresión, y que ha tenido réplicas en tantos otros colectivos marginados: véase al black power—, en una democracia nadie puede pretender deificar a nadie, mucho menos por sus gustos sexuales. Son los regímenes totalitarios y las teocracias varias las que sí promueven dichas deificaciones, de rara eficacia taumatúrgica porque no se ha comprobado que los así calificados salgan de sus tumbas.

Continúa, furibunda, la signora Fallaci: “¿Con qué derecho una pareja de homosexuales solicita adoptar a un niño?”. Teniendo en cuenta que en la España de 2005 un homosexual puede solicitar la adopción de un niño por su cuenta y riesgo, sin que nadie le afee el gesto, yo vuelvo la pregunta del revés y planteo: ¿con qué derecho se rechaza la solicitud de una pareja de homosexuales de adoptar un niño?

Sigue: “Un niño [pendiente de adopción] es un ser humano, un ciudadano con derechos inalienables, más inalienables que los derechos, o presuntos derechos, de dos homosexuales con delirios maternos o paternos”. Ya la pendiente retórica de la Fallaci empieza a cargar, porque la adopción de un niño puede ser “delirante” en cualquier caso, sea cual sea la tendencia sexual de los solicitantes. Y en cuanto a los derechos inalienables, no creo que exista un presunto derecho a adoptar o a no ser adoptado por motivos tan espurios como las preferencias de cama de los futuros adoptantes.

Por último, como demostración de que la Fallaci ya no está en sus cabales, concluye: “No entiendo por qué los homosexuales sienten la repentina y acuciante [sic] necesidad de casarse delante de un alcalde o de un cura”. Dejando a un lado que ningún gay aspiraría en su sano juicio a llamar a las puertas de la Iglesia para santificar su unión, personalmente se me puede antojar igual de ridículo o respetable el deseo de casarse que puedan tener dos heterosexuales. Una vez tomada la decisión de hacerlo, ¿por qué unos han de tener una opción que se les niega a otros? La respuesta, a estas alturas, es evidente: porque Oriana Fallaci desprecia a los homosexuales, como desprecia a los musulmanes, a los socialistas y a todas aquellas personas que no pertenezcan a su propia secta fanática e intransigente.

Lo peor no es lo que piense la señora Fallaci. Lo peor es que hay miles de fanáticos intransigentes que, creyéndose en poder de la verdad y la razón, pretenden negarles derechos a los demás mientras se reservan todos para sí mismos. Algo que a mí, como actitud, se me antoja despreciable moral e intelectualmente.

Escrito por MUTANDIS a las 8 de Febrero 2005 a las 01:31 PM
Comentarios

Tras un par de caídas consecutivas de mi PC, es un placer volver a leerte. Ya he visto que en estos diez días me has dejado corte. Me alegra. Por cierto, buenísimo este artículo.

Escrito por Pedro a las 8 de Febrero 2005 a las 04:17 PM

Tras un par de caídas consecutivas de mi PC, es un placer volver a leerte. Ya he visto que me has dejado lectura en estos diez días. Por cierto,te felicito, me parece muy bueno este artículo.
Salud, amigo.

Escrito por Pedro a las 8 de Febrero 2005 a las 04:20 PM

Tras dos caídas consecutivas de mi PC y la sustitución de la tarjeta de red, vuelvo al placer de leerte. Ya vi que me dejaste corte en estos diez días. Muy bueno, por cierto este artículo.
Saludos, amigo.

Escrito por Pedro a las 8 de Febrero 2005 a las 04:23 PM

Perdona la reiteración, pero todavía no me hago al programa lector.

Escrito por Pedro a las 8 de Febrero 2005 a las 04:24 PM

Encantado de que sigas al otro lado, amigo Pedro. Por cierto, si deseas leer textos sobre laicidad, te invito a que visites esta web:

http://plataforma-laica.bloxus.com

Escrito por MUTANDIS a las 9 de Febrero 2005 a las 11:29 AM

Gracias, por la web.

Escrito por Pedro a las 9 de Febrero 2005 a las 12:30 PM
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