De creer a los portavoces de la derecha (y no hay ningún motivo para aventurar que no dicen lo que piensan), España es una nación muy débil. Tanto, que basta con que un bobo solemne y un señor con bigote y gafas se reúnan en torno a sendas tazas de café para que se rompa en mil pedazos. De nada serviría una larga tradición, una historia jocunda, el peso de las guerras y las conquistas: todo las armas y las letras, el patrimonio común, los cimientos y, lo que es más grave, el futuro de un país tan orgulloso de sí mismo, se vendrían abajo como un castillo de naipes.
Si están en lo cierto los adalides del nacional-catolicismo español, la familia es una institución de papel de fumar, hasta el punto de que no soportaría como pasajeros a aquellos compatriotas del mismo sexo que quisieran incorporarse a ella: estallaría como una burbuja de jabón en el vacío. Ahora bien, ¿no proclaman dichos profetas del desastre que se trata de una de las formas más antiguas y sólidas de organizar la convivencia humana? Si es así, ¿cómo podría perecer con semejante facilidad?
Lo cierto es que, si los apóstoles del Apocalipsis now confiaran realmente en sus fetiches predilectos (la Patria, la Familia, la Religión), si los tuvieran realmente por entidades resistentes al ácido del tiempo, no sólo no se darían tanta prisa en darlos por muertos: apostarían, con una sonrisa jesuítica, por su supervivencia cierta, más allá de los vaivenes de la imperiosa actualidad.
Cuando el pensamiento reaccionario se afana en diagnosticar la muerte del mundo al que tanto dicen defender, una de dos, o admiten secretamente su carácter artificial y transitorio (no tan sustantivo, pues, como querrían), o nos quieren atemorizar con proclamas en la que, en realidad no creen, en cuyo caso podríamos hablar, con total propiedad, de terrorismo dialéctico. Ambas hipótesis me resultan, en la misma medida, moralmente insoportables.
Escrito por MUTANDIS a las 23 de Enero 2006 a las 12:22 PM