Escucho en la radio una cuña publicitaria en la que Javier Arenas, ex-vicepresidente del Gobierno Aznar, me felicita las fiestas navideñas. La visión de un zombi alzándose de su tumba no me habría provocado un estremecimiento mayor. Hay políticos cuya pervivencia en la escena pública, más que un favor a su propio partido, se lo hacen al del adversario: carecen de crédito alguno, su palabra está gastada, no provocan sino rechazo. Oír palabras como transparencia y opacidad en la boca de Ángel Acebes, por ejemplo, sólo mueve a risa. Asistir a las filípicas parlamentarias de Rajoy, imputando al Presidente del Gobierno todo tipo de tropelías, resulta un plato de imposible digestión. Por no hablar de Eduardo Zaplana o de Martínez Pujalte, auténticos regalos para las espectativas de voto del PSOE. Si en la derecha española los resultados del 14-M hubiesen suscitado una honda reflexión medicinal, ahora no tendríamos esta sensación de encontrarnos ante una pléyade de cadáveres políticos que se aferran a la butaca sin otra esperanza que seguir cobrando del erario público. La calle Génova se ha convertido en una vasta unidad de quemados que pasean sus heridas por un hospital en profundo estado de reformas.
ABSURDOS Y RIDÍCULOS
A menudo, en el patio de vecinas en algunos han querido convertir la política española, uno llega a dudar hasta de sí mismo: ante la contumacia en el disparate de ciertos elementos de la derecha política, mediática y eclesial, incluso empieza a dudarse del propio estado de salud mental. Por suerte, en ocasiones la realidad nos obsequia con algún que otro signo que esclarece la controversia y reparte los papeles del cuerdo y el loco según las leyes de la lógica común.
Me refiero a la (falsa) polémica generada por el Partido Popular acerca de la OPA de Gas Natural sobre Endesa, y la presunta relación secreta que ésta podría mantener con el reparto de los fondos comunitarios. Inquiridos por el particular, sendas autoridades de la Unión Europea se han pronunciado con una rotundidad sin ambages: Durao Barroso, presidente de la Comisión, ha calificado las especulaciones de absurdas, mientras que Peter Mandelson, comisario de la competencia, las ha elevado al rango de ridículas.
Ignoro si hay precendentes en los que las hipótesis de un partido político se hayan visto desbaratadas con semejante contundencia por la realidad. Lo que sí puedo asegurar es que, gracias a ellas, tengo un poco más claro cuál es el papel de la derecha en el vodevil de la política española. Y que no es, por cierto, el del héroe que al final se queda con la chica.
RETÓRICA DEL EXTERMINIO
Una cosa es disentir del interlocutor y otra, muy distinta, negarle a éste la condición de tal. Y eso es, justamente, lo que hace una y otra vez Mariano Rajoy cuando, en público y ante los medios de comunicación, denigra a José Luis Rodríguez Zapatero, poniendo en duda incluso que el Presidente esté en sus cabales. No se trata ya de que, en opinión del líder nominal del PP, su adversario sostenga posiciones distintas, acertadas o equivocadas: es que ni siquiera le reconoce la competencia intelectual para ostentar el papel que el Pueblo español le ha otorgado. No creo exagerar si afirmo que esta actitud entra de lleno en el terreno de la injuria. De ahí, a calificarle de bobo solemne o, en un alarde de anacronismo, de chisgarabís (?), hay un paso. Y es que, cuando uno se desliza por la pendiente encendida de la infamia, puede acabar promoviendo el exterminio del otro aunque sea en un plano retórico y verbal (el que nos une a todos en una comunidad de hablantes).
¿TODOS JUNTOS?
¡Qué fácil es pergeñar un eslogan sonoro y lleno de aire! El Partido Popular tiene amplia experiencia en ello. La táctica es siempre la misma: apoderarse de bellos principios, vaciarlos de todo contenido real y echarlos a volar como si fuesen globos de colores. El efecto, en términos de salud política, resulta desvastador: ningún palo aguanta su vela, las máscaras suplantan el papel de los rostros y la confusión campa por sus respetos. Porque, ya hay que ser osado (o desvergonzado) para aceptar que la derecha española publicite su oferta electoral bajo el rótulo: Todos juntos. Y es que estamos hablando de una formación que, sistemáticamente, se empeña en aislarse del resto del arco parlamentario; que se erige en defensor único y exclusivo, ya no de tal o cual principio, sino incluso de la Carta Magna; que, en fin, se complace en una soledad malsana, ególatra, onanista, incapaz de diálogo, negociación o pacto con los representantes legítimos de los españoles que no comparten sus posturas. Así pues, cuando la derecha se arroga el derecho de hablar en nombre de TODOS, y encima, JUNTOS, cabe pensar que no se refiere a la comunidad de los ciudadanos de España, sino única y excluyentemente a sus propios seguidores. Lo que parecía una llamada a la convivencia entre personas de distinto criterio se convierte, al fin, en una apelación sectaria a sus propios militantes. Se trata de una auténtica estafa ideológica. ¿Cómo vamos a confiar en ellos?
QUIEN CALLA, OTORGA
Después de tener que soportar durante meses (e incluso años) la pretensión de que el Gobierno de George W. Bush lideraba la lucha por la libertad y la democracia en todo el mundo, el castillo de naipes se está viniendo abajo.
El presidente de los Estados Unidos, por ejemplo, ha reconocido que violó las leyes de su país al ordenar escuchas no autorizadas a sus mismísimos conciudadanos, y no sólo eso, sino que piensa seguir haciéndolo.
Bush también ha dado la orden de torturar a detenidos, de trasladarlos a prisiones secretas fuera del territorio americano, de retener a personas sin cargo preciso en el limbo jurídico de Guantánamo, de revelar el nombre de un espía de la CIA
Cada día que pasa, la lista de abusos instigados por Bush crece y crece. Ha llegado el punto en que, más que paladín de los derechos humanos, el líder consevador parece comportarse como dictador de una república bananera: ningún obstáculo legal debe ser respetado, las leyes están para ser violadas, su voluntad es soberana aun a costa de las propias normas constitucionales. No sería extraño que acabase incurso en un proceso de impeechment, lo que le desalojaría de la Casa Blanca.
Ante la evidencia de que Bush quien, cabe recordar, dijo actuar bajo las instrucciones directas de Dios padre se comporta como un vulgar tirano, me pregunto dónde está José María Aznar, por qué no sale en defensa de su amigo tejano, por qué no rompe una lanza en su favor. Tal vez hay que temer que al Presidente de Honor del PP, de seguir ocupando La Moncloa, le habría gustado emular su amigo George: el que le arrastró a la guerra de Irak, en contra de las pruebas, de las Naciones Unidas y de la protesta de la inmensa mayoría de los españoles.
PEGAGOGÍA PÚBLICA
La derecha política y eclesiástica suele lamentarse de la falta de disciplina que se observa en las aulas escolares, cuya responsabilidad imputa a la ausencia de valores de la cual, en su opinión, adolece nuestra sociedad.
Parecen olvidar los derechistas que nuestros niños no asumen normas de comportamiento únicamente en las horas de clase, sino que son esponjas: aprenden en el colegio, sí, pero también aprehenden valores en la calle, en casa y, sobre todo, en los medios de comunicación que, a tales efectos pedagógicos, funcionan como medios de socialización.
Los niños incorporan a su vida cotidiana aquellos valores cuyo éxito pueden observar en la televisión, en la política, en la economía, en el deporte, en el cine, en los videojuegos. Se comportan on espejos: reflejan lo que reciben y, en su inicial falta de criterio, proporcionan una pauta bastante fiel de cuál es el estado moral de una sociedad en su conjunto.
Así, si los principios que rigen la vida pública y que ellos aprehenden son, por ejemplo, la competitividad salvaje, la falta de respeto, el desprecio por los débiles y los perdedores ¿qué comportamiento tendrán, luego, en su clase y con sus compañeros? Si ven que triunfa, no el mejor dotado, sino el más astuto; si asisten al éxito del dinero fácil; si contemplan la consagración del lucro y la codicia, del insulto y la descalificación, de la mentira ¿cómo puede sorprendernos de que, cuando les toca hablar a ellos, reproduzcan las pautas que han tomado de nosotros?
Hay que predicar con el ejemplo y rasgarse menos las vestiduras: la moral pública se labra cada día mediante una pedagogía personal, brindando uno mismo el ejemplo de lo que desea propugnar, y no aspirando a reintroducir en las aulas obsoletos principios de un autoritarismo ya superado.
¿VIOLENCIA GRATUITA?
Ha vuelto a ocurrir. De nuevo, una panda de jovenzuelos de buena familia, estómago repleto y seso escaso han eliminado del mapa a un indigente. En Barcelona, tres niños pijos, tres retoños de la burguesía catalana, en una noche loca de risas y excesos, han excluido de la vida a una persona que ya estaba excluida de la sociedad, cerrando el círculo del absurdo y el crimen.
Los tertulianos a sueldo, al conocer la noticia, se han desgañitado en vivas a la educación, entonando toda suerte de jeremiadas acerca del desastre al que nos conduce no sé qué falta de valores en esta sociedad hedonista y sin dirección. Sólo les ha faltado clamar porque la Moral Católica vuelva a imponerse en las escuelas: mano dura y autoritarismo eclesial.
Me opongo. La violencia contra los débiles (los indigentes, los tullidos, los homosexuales, las mujeres o los niños) nunca es gratuita, y menos aún, en una sociedad como la nuestra, construida sobre el cimiento de la libre competencia y el antagonismo caníbal. Pues si hay algún valor central en nuestro mundo es ese: el del cainismo letal y fraticida.
¿Qué tiene de extraño que un mundo en el cual el pez gordo se come al chico, y éste al alevín, críe y aliente bestias exterminadoras prestas a arremeter contra el eslabón más débil? ¿No es la violencia juvenil, trivial y banalizada, una extensión natural del darwinismo social que empuja a los ejemplares más adaptados a llevar por delante a los inadaptables?
No estoy sacando los pies del tiesto: trato de exhumar las raíces profundas que alimentan la espiral del odio. Pues nuestra sociedad está empapada, en su propio funcionamiento cotidiano, de rivalidad, rabia larvada y simbólicos asesinatos selectivos: siempre caen los mismos, los que no alzan la espada, los que se contentan con sobrevivir sin competir con nadie.
Bien mirado, tienen parte de razón quienes trasladan a la sociedad en su conjunto la responsabilidad moral de las tropelías que protagonizan algunos de sus miembros: pues, en esta clase de sucesos sangrantes, es nuestro funcionamiento en cuanto colectivo lo que se pone en evidencia, es nuestro porvenir lo que se pone en juego.