En el periódico 20 minutos se publica una entrevista al Presidente Fundador del PP, Manuel Fraga, ministro con Franco. Entre otras cosas, dice lo siguiente:
-¿Sigue pensando que la Constitución debe actualizarse?
- No creo que la Constitución sea una pieza absoluta y mineralizada.
- ¿Le parecería bien que el Gobierno negociara con ETA si deja las armas?
- Si ETA dejara las armas se podría considerar.
- ¿Es usted de los que cree que peligra la unidad de España?
- Peligro propiamente dicho para la unidad no veo.
Debemos recordar que Fraga consideró en su momento el proyecto de reforma del Estatut salido del Parlamento catalán como "un buen punto de partida".
Como se ve, el sentido común en el Partido Popular ya sólo lo retiene un ancianito que está a punto de ser traspasado...
Fuente: http://www.20minutos.es/noticia/85816/0/fraga/galicia/pp/
He leído el siguiente texto, publicado en los foros de ABC, que me resulta preocupante. Creo que ilustra a la perfección la espiral de violencia y fanatismo que está tratando de suscitar la derecha española para llevarnos hacia el abismo:
¿Quieres acabar de una vez por todas con los catalanes? ¿Que se arrodillen ante la superioridad racial y moral de Castilla? ¿Que abandonen sus aspiraciones de autogobierno y reconozcan que España sólo hay UNA, y es GRANDE y LIBRE?
¡Vota para taparles la boca a los mezquinos catalanes! Firma en www.pp.es y entre todos los españoles de bien conseguiremos echarles de España y quedarnos con sus tierras y sus bienes. ¡Como hicimos con los judíos en 1492!
Debemos detener esta deriva totalitaria promovida por el PP. Quéjate enviando tus quejas desde la web del PP.
En una entrevista concedida al semanario luso Espreso (menos mal que le queda Portugal), el Presidente de Honor del Partido Popular, José María Aznar, ha admitido la posibilidad de que la reforma estatutaria desemboque en una Guerra Civil.
Es la primera persona de cierta relevancia pública a parte de columnistas y radiopredicadores de la derecha más encendida que se plantea, como forma de dirimir las diferencias entre españoles, el recurso a las armas. Ni una palabra sobre los cauces constitucionales para la resolución pacífica del conflicto; ni una, tampoco, sobre los valores de paz, acuerdo y conviviencia que informan la Carta Magna. J.M. Aznar, tras constatar que sus propuestas políticas no cuentan con el aval de la mayoría de los ciudadanos, no excluye la perspectiva de imponerlas violentamente, al margen de la legalidad.
Esta declaración, de una gravedad inédita en nuestra historia reciente, se suma al conato de pronunciamiento militar formulado por algunos mandos del Ejército: sumadas, las palabras de las facciones más radicales de la derecha española revela hasta dónde está dispuesta a llegar para imponer sus tesis.
Se esfuma así la idea de que, en nuestro país, la única amenaza para la democracia proviene del terrorismo etarra. Ahora, debemos añadirle la que supone, para la vida de las personas que no votan al Partido Popular, otro chantaje: el de la derecha dispuesta a derramar (nuestra) sangre si no cedemos a sus pretensiones.
Desde el 14 de marzo de 2004, la derecha española ha venido coqueteando con la idea de recobrar el poder vulnerando el veredicto de las urnas. Tal y como sucedió en el 36, tras la victoria del Frente Popular en las elecciones generales, no me cabe ninguna duda de que, a dicha pulsión, el PP acabará cediendo. Mediante un golpe militar o con métodos terroristas, veremos caer de nuevo a miles de víctimas, culpables de no comulgar con el nacional-catolicismo ultramontano. Se constatará de nuevo que, para preservar la unidad de España, la derecha está más que dispuesta a acabar con (casi) todos los españoles.
Lee la entrevista completa en: http://www.20minutos.es/noticia/85768/l/#comentarios
Llevan meses los gerifaltes de la derecha arrogándose la propiedad de la Carta Magna y, al parecer, ni se la han leído.
Sólo eso podría explicar una petición tan extravagante como la que ha formulado Mariano Rajoy tras el acuerdo sobre el Estatut: que, saltándose la legalidad vigente (la cual estipula con claridad meridiana cuál es el procedimiento para la reforma de las normas jurídicas), Zapatero convoque un referéndum NACIONAL sobre este particular.
A este caballero español le deberían haber explicado (ya que él no se preocupado por saberlo) que la reforma del Estatut, es eso, una ley orgánica que modifica una ley orgánica anterior y, en consecuencia, NO PUEDE cambiar el modelo de Estado. De ser así, el Tribunal Constitucional la anularía y en paz.
Por el contrario, la hipótesis de un referéndum, además de no ser legal y contravenir los cauces establecidos en estos temas, sí altera radicalmente el modelo de Estado constitucional, pues despoja a las Cortes de su papel institucional (el de sede de la soberanía POPULAR) para entregárselo a la masa en su conjunto.
No es posible: como reza la Constitución, es a las Cortes, y no la gente de a pie, a quien compete elaborar y reformar las leyes, a los Tribunales de Justicia el hacerlas cumplir y al Tribunal Constitucional el interpretar si se ajustan a la Carta Magna.
Tratar de vaciar a las Cortes de su centralidad política para dispersarla miserablemente en la plaza pública, ése sí que es un propósito desestabilizador y anticonstitucional.
No resiste el menor análisis jurídico.
Franco, ¿fue un buen hombre o una bestia parda?
Estoy confundido. Llevo meses tratando de entender a la derecha (y mira que me esfuerzo), pero no lo consigo.
Mi método es el siguiente: tomo las premisas formuladas por cualquiera de los voceros de la derecha (política, mediática o eclesial: tanto monta) y, con ellas, intento pergeñar un atisbo de SISTEMA que les dé cierta lógica. "Una vez compuesto el conjunto final", pienso yo, ingenuamente, "tal vez hasta consiga entenderles".
Es en vano. Las contradicciones que se dan entre los postulados emitidos, no por varios emisores, sino incluso por uno solo, impiden que lleguen a ninguna conclusión. Y así me quedo: con cara de bobo, sin entenderles y habiendo perdido el tiempo.
Viene esto a cuento por lo que paso a contar. En los últimos tiempos, la derecha se llena la boca acusando a Zapatero de "franquista". Que si aplica la censura de prensa, que si impone sus criterios dictatoriales, en fin, lo que se os ocurra, yo lo he leído. La última: la portada de la revista ÉPOCA (plataforma de ideología ultra), donde aparece el Presidente... ¡vestido como el Caudillo! Con sus pieles y todo.
Pero luego, contemplo con estupor cómo los peperos se escandalizan porque el Gobierno ordene retirar la estatua del Generalísimo, o se complacen leyendo (y propalando) a Pío Moa quien, como mínimo, siente una "pasión carnal" por la obra y figura del Dictador.
¿En qué quedamos? ¿Franco fue un monstruo horrible, y Zapatero su reedición aquí en la tierra, o un eficaz gestor que salvó a España de la quiebra y propició la llegada de la monarquía parlamentaria?
Como veis, coherencia cero. Y es que sólo la derecha puede soplar y sorber a la vez. ¡Qué envidia me dan!
Que no existen clases sólo lo dice quien pertenece a la clase dominante.
Que no hay diferencia entre izquierda y derecha es una afirmación exclusiva de la derecha quien, así, trataría de desactivar el potencial reformista de una palabra que (aún) ilusiona a los perdedores de la historia.
Aunque la derecha pretende apropiarse de palabras en las que jamás ha creído (ni, en realidad, cree), como son las de LIBERTAD, IGUALDAD Y SOLIDARIDAD, forman parte del legado de la izquierda democrática.
¿A quién se puede tildar de DERECHA en la España del siglo XXI?
A un partido como el PP, que se alía con El Vaticano, la facción golpista del Ejército y la peor prensa de Europa para asaltar el poder democrático en vigor: a eso le llamo yo DERECHA.
Quiero ser del PP.
Quiero negociar con ETA cuando estoy en el Gobierno, y censurar al PSOE que anuncie que lo hará cuando estoy en la oposición.
Quiero venderle armas y munición a Chávez cuando mando yo, y poner como los trapos a Zapatero por expedirle unas patrulleras y unos aviones de carga.
Quiero aprobar en solitario una ley de educación sin contar con el resto del arco parlamentario, y llamar dictadores a los socialistas por hacer lo mismo con el apoyo de todos los partidos (menos el mío).
Quiero denunciar que ZP pone en peligro la libertad de conciencia, aunque nosotros impusiésemos la enseñanza de la religión en los colegios públicos.
Quiero que quede claro que el Tripartito vulnera la Carta Magna con su reforma del Estatuto catalán, a pesar de que el Tribunal Constitucional haya derogado decenas de leyes y decretos impulsados por el Gobierno popular.
Quiero proclamar a los cuatro vientos que Zapatero ha roto el consenso instaurado en la Transición, ello a pesar de que la derecha se opuso al Título VIII de la Constitución del 78 y Aznar publicase artículos contrarios al modelo territorial propugnado por nuestra norma fundamental.
Quiero que se sepa que el PSC trata de imponer la censura previa al impulsar el Consejo Audiovisual, haciendo abstracción de que Gallardón creó un órgano idéntico en la Comunidad de Madrid.
Quiero rechazar, por anexionista, la propuesta formulada por el BNG de que el nuevo Estatuto contemple la posibilidad de que se incorporen a la Comunidad gallega municipios de otras regiones, eso sí, obviando que el de Castilla y León en manos del PP incluye una disposición en el mismo sentido.
Quiero poner en la picota la falta de pluralidad de TVE bajo el mandato socialista, cuando con Urdaci era imposible que los espectadores asistiesen a un debate mínimamente plural, y menos aún a un programa semanal donde los periodistas de la derecha proclaman libremente sus consignas de partido.
Quiero impugnar el talante franquista del Presidente del Gobierno, a despecho de que yo y los míos nos enfademos mucho cuando se retiran las estatuas del Dictador o leamos con alborozo los panfletos revisionistas de Pío Mia.
En fin, quiero ser del PP para permitirme lo que prohíbo a los demás, y encima, hacerlo sin ningún cargo de conciencia.
Y es que los escrúpulos y la coherencia son defectos propios de gente sin recursos ni altura de miras.
De creer a los portavoces de la derecha (y no hay ningún motivo para aventurar que no dicen lo que piensan), España es una nación muy débil. Tanto, que basta con que un bobo solemne y un señor con bigote y gafas se reúnan en torno a sendas tazas de café para que se rompa en mil pedazos. De nada serviría una larga tradición, una historia jocunda, el peso de las guerras y las conquistas: todo, las armas y las letras, el patrimonio común, los cimientos y, lo que es más grave, el futuro de un país tan orgulloso de sí mismo, se vendrían abajo como un castillo de naipes.
Si están en lo cierto los adalides del nacional-catolicismo español, la familia es una institución de papel de fumar, hasta el punto de que no soportaría como pasajeros a aquellos compatriotas del mismo sexo que quisieran incorporarse a ella: estallaría como una burbuja de jabón en el vacío. Ahora bien, ¿no proclaman dichos profetas del desastre que se trata de una de las formas más antiguas y sólidas de organizar la convivencia humana? Si es así, ¿cómo podría perecer con semejante facilidad?
Lo cierto es que, si los apóstoles del Apocalipsis now confiaran realmente en sus fetiches predilectos (la Patria, la Familia, la Religión), si los tuvieran realmente por entidades resistentes al ácido del tiempo, no sólo no se darían tanta prisa en darlos por muertos: apostarían, con una sonrisa jesuítica, por su supervivencia cierta, más allá de los vaivenes de la imperiosa actualidad.
Cuando el pensamiento reaccionario se afana en diagnosticar la muerte del mundo al que tanto dicen defender, una de dos, o admiten secretamente su carácter artificial y transitorio (no tan sustantivo, pues, como querrían), o nos quieren atemorizar con proclamas en la que, en realidad no creen, en cuyo caso podríamos hablar, con total propiedad, de terrorismo dialéctico. Ambas hipótesis me resultan, en la misma medida, moralmente insoportables.
De creer a los portavoces de la derecha (y no hay ningún motivo para aventurar que no dicen lo que piensan), España es una nación muy débil. Tanto, que basta con que un bobo solemne y un señor con bigote y gafas se reúnan en torno a sendas tazas de café para que se rompa en mil pedazos. De nada serviría una larga tradición, una historia jocunda, el peso de las guerras y las conquistas: todo las armas y las letras, el patrimonio común, los cimientos y, lo que es más grave, el futuro de un país tan orgulloso de sí mismo, se vendrían abajo como un castillo de naipes.
Si están en lo cierto los adalides del nacional-catolicismo español, la familia es una institución de papel de fumar, hasta el punto de que no soportaría como pasajeros a aquellos compatriotas del mismo sexo que quisieran incorporarse a ella: estallaría como una burbuja de jabón en el vacío. Ahora bien, ¿no proclaman dichos profetas del desastre que se trata de una de las formas más antiguas y sólidas de organizar la convivencia humana? Si es así, ¿cómo podría perecer con semejante facilidad?
Lo cierto es que, si los apóstoles del Apocalipsis now confiaran realmente en sus fetiches predilectos (la Patria, la Familia, la Religión), si los tuvieran realmente por entidades resistentes al ácido del tiempo, no sólo no se darían tanta prisa en darlos por muertos: apostarían, con una sonrisa jesuítica, por su supervivencia cierta, más allá de los vaivenes de la imperiosa actualidad.
Cuando el pensamiento reaccionario se afana en diagnosticar la muerte del mundo al que tanto dicen defender, una de dos, o admiten secretamente su carácter artificial y transitorio (no tan sustantivo, pues, como querrían), o nos quieren atemorizar con proclamas en la que, en realidad no creen, en cuyo caso podríamos hablar, con total propiedad, de terrorismo dialéctico. Ambas hipótesis me resultan, en la misma medida, moralmente insoportables.
No hay crimen más repugnante que una ejecución sumaria perpetrada por el Estado de Derecho. Si el asesinato es vil, entra de lleno en la barbarie cuando lo comete quien se arroga la custodia del bien común, mediante la observación estricta y controlada de la legalidad vigente.
No estoy hablando de la (denigrante e inmoral) pena de muerte, ya que, en este caso, sus defensores lamentablemente pueden alegar que se aplica porque así lo dispone la voluntad popular en tal o cual pais.
Me refiero al terrorismo de Estado, a la práctica del asesinato selectivo por parte de unidades de élite pagadas con los fondos públicos.
Estoy pensando en países que establecen un blanco humano que, sin posibilidad alguna de defensa, caerá víctima de los disparos (o el bombardeo) de aplicados funcionarios estatales.
Aludo a ciertos regímenes, nominalmente democráticos, que hacen caso omiso de las restricciones que les impone su propio ordenamiento jurídico, y acometen políticas de exterminio de aquellos elementos a los que tienen, con fundamento o sin él, por amenazas para su seguridad.
Acuso, directamente, al Estado de Israel y a la Administración Bush de practicar, de manera sistemática, ejecuciones sumarias sin amparo legal ni cobertura moral de ninguna clase, contra personas a las que se les ha privado de sus garantías jurídicas y procesales.
Censuro a Israel por disparar contra niños palestinos y utilizarlos como escudos humanos; por arrasar las casas de presuntos terroristas a los que jamás se les permitirá demostrar su inocencia; por utilizar a sus servicios secretos para asesinar a quienes creen oportuno, sin proceso judicial, sin asistencia de abogado, sin condena formal previa.
Pongo a Bush en la picota por invadir un país sin contar con amparo legal para ello, por confinar en cárceles inhumanas a seres humanos sin ningún cargo en su contra, por torturar a detenidos, por bombardear aldeas a las que nadie resarcirá del error de la inteligencia estadounidense al elegir la diana.
Países como éstos deberían ser incluidos, con todas de la ley, en la negra lista de los regímenes totalitarios, donde la Muerte es la verdadera autoridad y la Fuerza, el único soberano.
Hay meras anécdotas que tienen la virtud de convertirse en paradigmas interpretativos.
En el programa Caiga quien caiga del viernes, 20 de enero, un reportero abordaba a los paseantes de la Plaza Mayor de Salamanca para inquirirles sobre el polémico traslado de los papeles que, a punta de pistola, la tropa franquista le robó a la Generalitat catalana.
Frente a aquellos que, meneando la cabeza, se lamentaban del expolio del que habían sido víctimas (¡de un patrimonio que no les pertenecía, y en aplicación de una ley aprobada por el Congreso de los Diputados!), había también quien se pronunciaba a favor del traslado, aduciendo tales o cuales razones mejor o peor argumentadas.
Pues bien, ante la atónita mirada del entrevistador, de entre el coro de curiosos empezaron a emerger voces airadas que increpaban a quienes osaban apartarse de la ortodoxia pepera propagada sobre este asunto. Mientras una señora ejercía su libertad de expresión ante el micrófono en abierta contradicción con la postura adoptada por el alcalde salmantino, otra, ya entrada en años, se desgañitaba (como pidiendo auxilio a la autoridad competente): ¡Está con los separatistas!. Una más, con la cara totalmente desencajada y blandiendo un paraguas en evidentes actitud de disponerse a usarlo, y no precisamente para protegerse de la lluvia, le espetó a la cara a la disidente: ¡Vete con los catalanes!.
Me trasladó este penoso espectáculo a la España del siglo XVI, la de los autos de fe, las persecuciones religiosas y la quema de herejes en las piras inquisitoriales. A quien piensa por su cuenta, ¡hay que expulsarle! O quizá mantearle... ¿Libertad de conciencia? ¡Sólo si piensas como nosotros! ¿Razones? Pero, ¿quién necesita razones, cuando tiene la Verdad revelada de su parte?
Verdaderamente, si esta es la España UNA que nos quieren imponer los voceros del nacional-catolicismo pepero, yo me quedo con las DIECISIETE Españas que, según claman, quiere implantar Zapatero: con éstas, por lo menos, puedo optar por alejarme administrativamente de la meseta iracunda y refugiarme en cualquier periferia a dormir el sueño de los justos.
Los tiempos de cambio permiten rápidas conversiones. La muerte de Franco fue una de esas (raras) ocasiones en las que asistimos, entre divertidos y perplejos, a procesos de transformación ideológica que, en su momento, se ganaron el bien merecido sobrenombre de cambio de chaqueta (pues la camisa, que iba por dentro, aunque no se veía continuaba siendo del mismo color).
Así, la instauración de la democracia en España dio a luz a una ciudadanía que, in toto, se confesaba víctima de la represión franquista, amante de las libertades y firme defensora de los derechos constitucionales. Aquellos que, en plena dictadura, habían ostentado cargos de responsabilidad pública, se autoabsolvían en un acto de inaudito descaro: a la sazón, bastaba con darse de alta en la nueva militancia oficial para ser descargado de toda culpa por su connivencia con la tiranía recién enterrada.
El panorama resultante, de tan ilusorio, resultaba ilusionante: los verdugos quedaban atrás, los perdedores salían adelante, la justicia histórica parecía restablecerse y todo quedaba inhumado bajo la tierra fresca de las buenas intenciones y la reconciliación. Fue lo que Manuel Fraga Iribarne (estentóreo ejemplo de todo lo dicho) llamó, y sigue llamando, pacto de silencio. El rey iba desnudo, pero nadie se daba por enterado. Así pasaron los años, en la atonía falsaria que dan los grandes acuerdos, sellados en nuestro caso por la enorme losa de la Constitución.
Hasta que se hizo la luz. De entre la multitud, apareció un niño y señaló al monarca: ¡está desnudo!. El niño se llamaba, ay, José María Aznar, y a él debemos agradecerle que el espejismo se deshiciera ante nuestros ojos. Fue él, Aznar, quien invitó a sus correligionarios a desembarazarse de los complejos (sic) que les habían mantenido agazapados durante más de una década. El entonces soberbio por lo engreído presidente del Gobierno soltó sibilinamente la liebre de la Restauración simbólica del franquismo al anunciar, un aciago verano de mediados de los noventa, la lectura que le iba a acompañar en aquellas tardes estivales: Los mitos de la Guerra Civil, del infausto Pío Moa.
Como se sabe, este libro y este autor (junto a otros) suponen la piedra basal sobre la que se edifica el neofranquismo español. Se trata de un proyecto de vasta revisión (y deformación) de la memoria histórica, orientado a un único objetivo, cual es decir de nuevo en voz alta lo que, durante cuarenta años, la derecha había gritado a los cuatro vientos: que la Guerra Civil la ganaron los buenos, que los rojos habían puesto en peligro España y que, en realidad, la dictadura no fue tal, sino un período de paz y armonía social sólo roto con la subida al poder del PSOE en las elecciones de 1982. Y no estoy hablando de antes de ayer: Moa ha publicado en la navidad de 2005 un librito titulado, elocuentemente, Franco: un balance, donde se expone esta tesis punto por punto.
De este modo salieron los franquistas del armario en el que la muerte del Dictador les había obligado a ocultarse. Fue así cómo la derecha despertó de su largo letargo y se miró de nuevo en el espejo, según fue, aún es y al parecer se quiere seguir viendo: deudora de una larga tradición salvífica que se remonta a los Reyes Católicos, con unos principios firmes anclados en el catolicismo trentino, alérgica a la diversidad territorial de España y decidida resueltamente a dar la vida (de los demás) por defender estos postulados.
Que en los últimos meses se hayan podido leer en la prensa derechista explícitas advocaciones filogolpistas, a las que por cierto los dirigentes del Partido Popular no parecen oponer grandes reparos, no hace sino confirmar la perspectiva de que el franquismo está de nuevo entre nosotros y, por lo que parece, esta vez para quedarse.
Juan Carlos I nos pille confesados.
Tenía razón Mariano Rajoy: nada pasa porque sí. El creciente ruido de sables que padecemos actualmente no surge como una seta bajo un árbol. Obedece a una estrategia meditada, por parte de la derecha española, de chantajear a la democracia. Su objetivo: lograr detener, con la amenaza del golpe militar, un proceso que no pueden revertir en las urnas.
El pistoletazo de salida lo dió el general Mena, con su discurso poco espontáneo ante la cúpula militar sevillana. A continuación, en una cascada poco espontánea, se sucedieron cartas a los periódicos donde oficiales retirados mostraban su apoyo al mando golpista. Y, ya desmelenados, se les están sumando todo tipo de cuadros castrenses, incluido el jefe de la Legión en Melilla. El último, el que ha colmado mi paciencia de demócrata, ha sido el de un coronel, autor de un escrito que ha sido dado a conocer por los Informativos de Tele 5. El contenido del mismo es muy elocuente.
Veamos. Utiliza el coronel, sin tapujo ninguno, todos y cada uno de los pseudo-argumentos que propagan los voceros del PP, a saber: la COPE, El Mundo, ABC y La Razón. Dice el coronel, sin apenas ambages, que el país se desmembra, que los empresarios catalanes están asaltando el Estado (como si Cataluña no fuera España) y, ojo al dato, que en el proceso de la reforma estatutaria participan elementos que protagonizaron episodios sangrientos en tiempos no tan lejanos.
Se refiere el uniformado a ERC, y remite el coronel (sin vergüenza ni pudor algunos) a 1934. Esta afirmación no es gratuita: reproduce, punto por punto, las tesis neofranquistas de Pío Moa quien, en un libro reciente, acusa al PSOE y a ERC de haber iniciado en esa fecha la Guerra Civil, justamente, con la aprobación del Estatuto de Nuria.
Que un general amenace con un golpe es gravísimo, que el Partido Popular se apunte a la ola resulta funesto, pero que un coronel trate de basar sus amenazas en la propaganda pseudocientífica de un ex-miembro del GRAPO es lo último que me quedaba por ver.
El vaso se ha colmado. Lo que pase a partir de ahora, sólo podrá avalar la tesis que los ciudadanos empezamos a formularnos: que la derecha odia la democracia (no en vano, las urnas le han privado del poder en Madrid) y que está planeando tumbarla con ayuda de sus aliados tradicionales: la Iglesia, el Ejército y el Capital.
¿Estaremos los ciudadanos españoles a la altura de la España que, en 1936, salió en defensa de la democracia, frente a la amenaza totalitaria de sotanas y uniformes? No me cabe ninguna de que sí. Mi confianza en la adhesión del Pueblo español a la democracia es total y sin fisuras.
Cada día lo tengo más claro: la derecha nos está buscando. ¡Ojo! No a los votantes de la izquierda, ni siquiera a los ciudadanos que contemplamos con complicidad creciente las políticas de progreso que promueve Zapatero, sino al Pueblo español en su conjunto.
La derecha, rabiosa y resentida por la pérdida de las elecciones del 14-M, ha orquestado una campaña de intoxicación en todos los frentes encaminada a exasperar la vida pública nacional. Ningún tema queda indemne, ni siquiera aquellos de los que (hasta ayer mismo) se había acordado tácitamente no discutir, al tratarse de asuntos de Estado: el terrorismo y la política exterior. Educación, sanidad, religión, ejército, organización territorial, opas en fin, todo vale, en la guerra desplegada por la derecha política y mediática en su loco afán por volver a La Moncloa cuanto antes, y suprimir de un zarpazo los cuatro años de gobierno socialista.
Pero, para que su propósito tenga éxito, antes los españoles hemos de caer en la trampa de dejarnos enervar y entregarnos a las bajas pasiones que, convenientemente excitadas por los altavoces del fascismo, poco a poco nos empiezan a subir por el estómago.
¡Valor, compañeros! No caigamos en la tentación de perder violentamente lo que ganamos sin armas. Si nos dan una bofetada real, pongamos la otra mejilla simbólica. Y, sobre todo, parémosles en las urnas, que es donde los demócratas libramos las únicas batallas (nunca en la calle).
Frente a quienes creen que, en política, todo es opinable haciéndole así el caldo gordo a la dictadura del relativismo, de la que tanto se queja el Papa Ratzinger, los hechos se empeñan en demostrarnos que no es así. En una sociedad como la nuestra, transparente hasta la extenuación, la mentira no dura mucho, y los juicios que se alimentan de ellas acaban revelando su carácter falaz.
Es el caso de la madeja de mentiras que la derecha española tejió (y todavía se resiste a desentrañar) en torno al atentado del 11-M. Muchos meses después de la tragedia, aún Pedro Jota y sus secuaces se esmeran en dar pábulo a toda clase de teorías conspiratorias, a ver si en el río revuelto pueden pescar algún que otro pez incauto. Incluso dirigentes provinciales del Partido Popular se atreven a decir en voz alta lo que piensan millones de españoles (votantes suyos): que el PSOE estuvo implicado en la comisión de los hechos. Cualquier cosa, antes que admitir el desastre ministerial (Astarloa dixit) que, Acebes mediante, permitió que pasase lo que pasó.
Pero la verdad siempre vence: no por la intercesión de algún mensajero celestial que descendiese hasta la tierra para revelárnosla, sino porque los protagonistas de los acontecimientos abren la boca y cuentan lo que saben. Ojo, no hablo de opiniones: hablo de hechos.
Así ha ocurrido con el embajador de Chile ante la ONU, quien acaba de publicar un libro titulado Una guerra en solitario. En él, entre muchos otros temas, aborda la política comunicativa que llevó a cabo el gabinete de Aznar entre el 11 y el 14 de marzo de 2004. Según revela el diplomático, el Presidente del Gobierno habría ordenado a la delegación española que instara al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a consensuar en un comunicado público la condena al atentado, atribuyéndolo de manera explícita e inequívoca a la banda terrorista ETA. Aun careciendo de prueba alguna en tal sentido es más: contando con numerosos indicios en la dirección opuesta, Aznar quiso instrumentalizar a la ONU para sus fines elctorales. No es raro que tanto la delegación alemana como la rusa se opusieran a imputar el atentado a ETA en un pronunciamiento así, es más, propusieron introducir la lógica muletilla presuntamente. Fue en vano. El embajador chileno revela que la representante española admitía carecer de ningún margen de flexibilidad, de modo que presionó intensamente para lograr el fin deseado. 48 horas después, la policía española dejaba en ridículo, no sólo a Acebes y Aznar, sino a las Naciones Unidas, todo por culpa de una derecha asustada ante la perspectiva de perder el poder.
De vuelta al presente. Cuando el Partido Popular utiliza para apoyar sus propias tesis a los miembros de las instituciones públicas cuya designación él mismo ha avalado (por ejemplo, el Consejo General del Poder Judicial o el Tribunal de Defensa de la Competencia), no puedo dejar de pensar en las cotas de desfachetez, manipulación y arrogancia con que los cachorros de Aznar se comportaron entonces y, a buen seguro, se siguen comportando ahora. Esta gente no tiene credibilidad ninguna. No creo que tengamos que esperar otros dos años para conocer el grado de presión a que deben estar sometidos los vocales de organismos nombrados a instancias de la derecha. Quien tuvo retuvo.
La empresa Levantina de Seguridad, S.A., propiedad del fundador del partido fascista, Plataforma España 2000, José Luis Roberto Navarro, recibió entre 1999 y 2004 la adjudicación de contratos por parte de la Generalitat Valenciana por un valor de casi seis millones de euros (mil millones de pesetas).
Además de poseer esta compañía de seguridad privada y otros negocios, este destacado líder ultraderechista preside la Asociación Nacional de Empresarios de Locales de Alterne (ANELA). Otra de sus actividades es la promoción de combates de Valetudo, una modalidad extrema de artes marciales en la que puede golpearse al contrario en cualquier parte de su cuerpo, sin más límite que la pérdida de la consciencia o la rendición del oponente.
Según la documentación que obra en poder de elplural.com, la Generalitat Valenciana adjudicó, al menos, 18 contratos distintos a Levantina de Seguridad, S.A., entre enero de 1999 y junio de 2004. En la práctica totalidad de los casos, para actividades de vigilancia en diversos centros públicos gestionados por la Administración Autonómica. La Consellería de Cultura, Educación y Deporte, la de Sanidad, la de Bienestar Social, la de Agricultura, Pesca y Alimentación, o la de Justicia y Administraciones Públicas, se encuentran entre las entidades adjudicatarias. Se da la circunstancia de que, sobre las actuaciones del personal de esta empresa de seguridad privada pesan un sinfín de denuncias por extralimitaciones, abusos y agresiones.
Durante la presidencia de Eduardo Zaplana se adjudicaron no menos de diez de estos contratos a la compañía propiedad del dirigente ultraderechista. La primera de la que existe constancia documental data del 15 de enero de 1999, aunque no se especifica el importe. Ya, el 9 de febrero de 1999 consta la adjudicación por un importe de 150.350 euros de la vigilancia en las dependencias del Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias. El 23 de octubre de 2000, el contrato tenía un importe de 88.502,39 euros por la vigilancia del Museo de Valltorta. El 10 de abril de 2001, la adjudicación de la vigilancia y seguridad de los edificios del Complejo LEliana fue valorada en 115.163,53 euros. Además, en este caso, la oferta realizada por la empresa coincidió al céntimo exacto con la cantidad establecida en las bases de licitación siempre resulta inferior la cantidad ofertada por las compañías-. Apenas un mes después, el 14 de mayo de 2001, Levantina S.A. recibía otro contrato por importe de 141.138,92 euros por la seguridad en las instalaciones del Servicio de Desarrollo Tecnológico Agrario de Moncada. A finales del mismo mes, el día 31, se concedía a la empresa de José Luis Roberto otro contrato, por importe de 631.062,71 euros para la custodia de los centros educativos de Cheste y de La Misericordia. El 30 de enero de 2002, Levantina de Seguridad conseguía otros 194.697,87 euros del erario público por los servicios de seguridad para el Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias. Ocho días más tarde, el 7 de febrero, la Consellería de Bienestar Social ofrecía otro protocolo por 93.884,93 euros. El día 11 de ese mismo mes, el anterior organismo volvía a contratar con esta empresa por 36.680,21 euros.
La marcha de Eduardo Zaplana al Ministerio de Trabajo no interrumpió las fluidas relaciones entre la Administración autonómica y el líder de la extrema derecha valenciana. En noviembre de 2002, la empresa de José Luis Roberto volvió a suscribir otros tres contratos con la Generalitat dos de ellos, el mismo día- , por un total de 296.014 euros. Nada más comenzar 2003, el 21 de enero, Levantina S.A. recibía el premio gordo: un contrato por 2.375.392 euros por vigilancia y seguridad en centros de la Consellería de Sanidad. Ese mismo año se suscribieron otras tres contrataciones por un importe de 1.030.398 euros.
Únicamente consta un contrato suscrito en 2004. Levantina de Seguridad recibía 262.800 euros por la vigilancia del Teatro Romano de Sagunto. Era el 8 de junio. Desde entonces no existe documentación que acredite contratos entre ambas partes. Pero, puede que no sea casual. Justo en el mes de junio de 2004 se celebró la célebre velada de Valetudo en la valenciana localidad de Mislata que fue retratada por la periodista Mercedes Milá en un programa televisivo en enero de 2005. Aunque ya, el 7 de julio, pocas fechas después de celebrarse, el semanario Interviú publicó un extenso reportaje relatando el salvajismo de aquel encuentro. Puede que a los responsables de la Generalitat no les escandalizase mantener relaciones comerciales con el presidente de los empresarios de la prostitución en España. A lo mejor tampoco importaba mucho su destacada militancia fascista. Pero, tal vez, la promoción de la violencia extrema debió ser considerada excesiva por alguien.
Fuente: http://www.elplural.com/politica/detail.php?id=167 9
1. Amarás a tu Patria por encima de tus conciudadanos (si éstos te llevan la contraria).
2. Hablarás con todo el mundo en cristiano, aunque hayas tenido la desgracia de nacer en una región donde se chapurrea un dialecto local.
3. Te pondrás siempre del lado de la tradición, de las instituciones y del orden secular de las cosas. Iglesia, Familia, Empresa y Municipio son las bases de un Estado en paz y armonía.
4. Reconocerás el derecho de las minorías a existir, pero no a tener los mismos derechos que la mayoría decente, bien vestida y amante de las buenas costumbres.
5. Copularás, no por placer, sino para perpetuar la especie, y poniendo cara de asquito para que no parezca que disfrutas.
6. Confiarás en el párroco de tu iglesia más que en tu propio juicio: el sabe lo que te conviene, déjate guiar y serás salvado el día del Juicio Final.
7. Odiarás las OPAS por encima de todas las cosas, excepto las que lance una empresa que financie al Partido Popular. ¿Que no sabes cuáles son? No temas: El Mundo y ABC te mantendrán puntualmente informado.
8. Defenderás la libertad de expresión para insultar al enemigo, pero apelarás a los jueces prevaricadores y a las autoridades parciales para impedir que éste tenga más poder mediático que tus aliados políticos.
9. Dirás en público que defiendes la Constitución, pero confesarás en privado que Franco garantizó la paz y la igualdad como nadie.
10. Votarás siempre, y en cualquier circunstancia, al Partido Popular, aunque te mienta y te trate de manipular. Piensa que tal vez no lo hacen por tu bien, pero sí por el de ESPAÑA, así, en mayúsculas.
En la vorágine desestabilizadora que alienta desde el 14-M, la derecha española no consigue sobrepasar los parcos límites de lo virtual, y lo sabe. Comoquiera que la vida cotidiana de los españoles discurre por los apacibles márgenes de la normalidad, todo el caos que intenta generar se ciñe estrictamente al ámbito periódistico, quedando así severamente menoscabado su propósito de volcar el resultado de las últimas elecciones.
No es extraño, así, que la espiral de violencia verbal se decante cada vez más hacia posiciones radicales. Las voces que, en los diarios de la derecha, reclaman la intervención militar arrecian cada día que pasa. Ya Jiménez Losantos coqueteó con la idea, mucho antes aún de la irrupción del Estatut en el panorama político. Sin embargo, para que dicha intervención pudiera ser admitida por el Pueblo español se requiere un factor que, a día de hoy al menos, no se da: la sangre debería llegar al río. ETA tendría que matar de nuevo. La delincuencia, arrasar las calles y las urbanizaciones de lujo. Y, sobre todo, el enfrentamiento dialéctico habría de traducirse en un conflicto material: como en los años treinta, según le gusta evocar a la derecha, las discrepancias ideológicas, para serle de utilidad, tendrían que traducirse en combates callejeros. Entonces sí (creen los profetas del Apocalipsis) sería posible especular con un golpe militar que restaurase a la derecha en el poder.
Mientras ello no ocurra, España seguirá viendo el despellejamiento del Gobierno socialista como la pataleta infantil de unos jugadores que no saben perder, ya no el campeonato, sino uno más de sus partidos. Tal vez esta convicción la de que la derecha quiere sangre para subvertir el orden constitucional explique por qué, en los foros públicos de internet, abundan los llamamientos a asaltar las sedes del PP por parte de anónimos agentes provocadores. Y es que a la derecha la realidad no le da la razón, pues se la inventa: todo sea por restaurar la paz social que ella misma se esmera cada día en alterar.
Una de las primeras reacciones que a uno le asaltan cuando lee o escucha ciertas opiniones, juicios e invectivas de la derecha política, mediática y eclesiástica española es la sorpresa. Sobrepasan de tal manera la medida, la proporción e incluso el propio sentido común, que uno llega a dudar de estar oyendo lo que oye, o de que diga lo que dice el que lo dice.
No entraré en detalles. Me limitaré a consignar este hecho: el alarmismo de la derecha española, trufado de afirmaciones insidiosas, bulos malévolos, diagnósticos apresurados y funestos augurios, no tiene por qué responder a la convicción de quienes la formulan.
Me explico. Según su peculiar comprensión de la estrategia política, la derecha española ha llegado a la conclusión de que únicamente volverá al poder legislativo (el resto, ya lo tiene) si comunica a la ciudadanía la sensación, no por infundada menos efectiva para sus fines, de que nos encontramos en un estado de excepción. Atemorizar a la opinión pública, haciéndole creer que sólo la derecha puede garantizar la estabilidad social (cuando es ella quien trata de desequilibrar nuestro sistema político, cual profecía que se cumple en sí misma), sería la condición previa para que el electorado le devolviese en las urnas lo que la derecha considera suyo, sino por naturaleza, sí por tradición histórica: el dominio de los fuertes sobre los débiles.
Así las cosas, poco le importa a la derecha política, económica, mediática y eclesiástica creer en lo que dice: lo que importa es que sea rentable para sus fines. En esto, la derecha se apartaría de la que dice ser su fuente de inspiración moral, la católica, según la cual la verdad es la realidad, para abrazar una versión menos escrupulosa, la pragmatista americana, que postula que lo cierto es lo útil y lo útil es lo cierto (William James).
Bajo esta nueva luz, las declaraciones de los voceros de la derecha no se deberían medir de acuerdo con los cánones habituales de la politología, ni siquiera del sentido común, sino estrictamente del marketing, la publicidad y la propaganda: una noción obscena si no cínica del marketing, aunque marketing al fin y al cabo.
No me extraña que el PP no quiera ni oír hablar de Batasuna, hasta el punto de haber pergeñado una ley ad hoc para impedirle participar en la vida política e institucional de esta país. Y es que, bien mirado, la derecha montaraz y el abertzalismo político comparten más cosas de las que uno podría sospechar en un primer análisis.
a) ambos poseen una visión idealizada de sus propias raíces históricas: imperial y pomposa, unos; arcádica y rural, los otros;
b) ambos muestran una nula capacidad de comunicarse con el interlocutor, lo cual espolea sus peores instintos (la ira, la violencia y el rencor);
c) ambos padecen una palmaria rigidez mental y moral, hasta el punto de que quienes pasan a engrosar uno y otro bando suelen adolecer de una notable propensión fanática;
d) ambos asientan sus reales ideológicos en las fuentes del pensamiento católico (excluyente y egocéntrico como pocos), hasta el punto de que según un libro publicado con este título, ETA nació en los seminarios;
e) por último, y como consecuencia del mesianismo irritado tanto de los peperos como de los batasunos, ambos comparten la remitencia deferencial a la lucha armada, cúspide lógica de su fanatismo irracionalista.
En lo que sí se diferencian los radicales de uno y otro bando es en los medios con los que cuentan para tratar de llevar a cabo sus delirantes proyectos de redención universal: mientras que los batasunos se deben conformar con una banda cutre de criminales mal dotados, los peperos cuentan con un moderno y nutrido ejército organizado detrás, financiado para más inri con los impuestos de todos los españoles (de derechas, de centro y de izquierdas).
¿Se hunde España? ¿Va mal la economía? ¿Todo se rompe, como quiere la derecha golpista? ¿O mejoramos poco a poco, con el esfuerzo de todos? Vamos a echarle un vistazo a los teletipos (las portadas de los diarios no vale la pena ni catarlas: propaganda y mentira organizada), a ver si nos sacan de la duda.
MÁS Y MEJORES CONTRATOS
Según datos oficiales publicados a principios de este año, en 2005 se firmaron más contratos laborales que nunca, en concreto 17.164.965, lo que significa un aumento del 4,9% respecto al año anterior. Todavía mejor comportamiento experimentaron los contratos fijos, cuyo incremento fue del 8,6%, con más de un millón y medio de contratos realizador. Esperemos que en el año que comienza, durante el cual se debe acometer la reforma del mercado de trabajo, signifique persistir en esta senda, eso sí, incidiendo en los dos mayores problemas que sufren los trabajadores españoles en la actualidad: la precariedad y la falta de seguridad laboral.
MUCHOS MÁS AFILIADOS
Los datos de la Seguridad Social, en lo que atañe al año 2005, son muy alentadores: el organismo estatal logró casi un millón de afiliados más que en 2004, más exactamente, 968.607. Este incremento sitúa el total de cotizantes en 18,3 millones, otro récord en el sistema. Las mujeres se vieron especialmente beneficiadas por la creación de empleo, con un aumento del 7,74% frente al 4,47% de los hombres. Las trabajadoras suponen ya el 41,21% del registro. Gran parte del incremento registrado en las afiliaciones obedece al proceso de regularización de inmigrantes llevado a cabo entre febrero y mayo del año pasado. Un total de 465.961 nuevos afiliados proceden de dicho proceso que, además de constituir un acto de justicia social y humanitaria, se ha revelado al final como un éxito económico.
NUEVOS JUZGADOS
Según he leído en la prensa estos días, el Ministerio de Justicia acaba de poner en funcionamiento 155 nuevos juzgados y 26 plazas de magistrados en tribunales de toda España. Esta dotación deberá contribuir a desatascar muchos procesos judiciales, cuya inusitada demora perjudica seriamente a los derechos de quienes están en incursos en los mismos. Es de agradecer que el Gobierno socialista dedique a este asunto recursos económicos y humanos pues, de lo contrario, nuestro sistema de garantías y derechos se queda en mera palabrería, al no traducirse en una praxis judicial ágil y eficaz.
CRECEN LOS BENEFICIOS
Las empresas españolas siguen mejorando sus cuentas. Según los datos del Barómetro de Empresas elaborado por la consultoría Deloitte, las compañías han aumentado sus ventas, beneficios, plantillas e inversiones durante el segundo semestre del año. Además, se declaran dispuestas a seguir haciéndole durante el primer trimestre de 2006. La facturación ha aumentado en un 71% de los casos, mientras que el 45% de las empresas ha contratado nuevos trabajadores. El porcentaje de empresas que ha percibido una mayor rentabilidad es del 71,3%. El número de empresas que cree que la situación económica ha mejorado durante 2005 se ha duplicado, aunque muestran ciertos temores por el alza de los precios del crudo que se viene observando en los últimos meses. Todo ello compone un panorama alentador que, además de contradecir los peores augurios de ciertos políticos oportunistas, se traduce en riqueza para el país y mejores oportunidades para todos.
MÁXIMOS HISTÓRICOS
Según informaba EFE hace unos días, los fondos de inversión han crecido en España hasta los 245.595 millones de euros durante 2005, lo cual supone el nivel más alto alcanzado jamás y un aumento del 12% respecto al año anterior. Según datos facilitados por Inverco, la patronal del sector, el volumen total de dinero invertido en fondos aumentó hasta alcanzar los 1.369 millones de euros. Este índice, aunque bastante abstracto y un tanto alejado de las preocupaciones de los españoles de a pie, plasma sin embargo las buenas expectactivas de nuestra economía, y augura un buen año para la inversión empresarial y la actividad en general. ¡Felicidades a todos!
MÁS DONANTES
No todo es economía ni datos estadísticos fríos e impersonales. Una de las cifras más cálidas que se han dado a conocer en los últimos días es la que ha proporcionado la Organización Nacional de Trasplantes, según la cual en 2005 aumentó el número de donantes de órganos en un 3,5%. Esta tasa, que puede parecer humilde, significa en realidad que 1,548 personas que se encontraban a la espera de un trasplante pudieron llevarlo finalmente a cabo. Por otro lado, dicha organización ha destacado que el número de familiares que se niega a donar los órganos de sus familiares fallecidos es cada día menor, en concreto, en 2005 se redujo del 18% al 16,5%. Es una excelente noticia, constatar que la sensibilidad solidaria de los españoles crece con el tiempo, y nos permite cobijar esperanzas de que este fenómeno sea cada vez más mayoritario.
Si todas estas noticias recientes (hay más) no demuestran que España mejora con el Gobierno de ZP, ¡que venga Dios y lo vea!
Saludan esta mañana a Alberto Feijoo, sucesor de Fraga, como "esperanza blanca" de la derecha española. Él mismo se declaraba esta misma mañana en la Cadena SER más próximo a Piqué que a Acebes. Pero no os hagáis ilusiones. Como buen cachorro de Rajoy, le gusta la mentira, y trata de divulgarla. Sólo así puede entenderse dos afirmaciones que ha hecho en la radio:
a) que el PSOE está rompiendo el "espíritu de consenso" en los grandes temas de Estado que, según el PP, había presidido la política democrática de los últimos 25 años. Miente Feijoo, pues la derecha pepera aprobó con su mayoría absoluta una ley de educación que sólo apoyaba ella. Miente Feijoo, pues la derecha pepera llevó al Ejército a Irak sin pedir permiso al Parlamento y en contra de la opinión del 90% de la población. ¿Qué clase de consenso es ese, en temas tan esenciales como la educación o la defensa nacional? ¡Qué descaro!
b) que el PP dejó una economía en pleno proceso de crecimiento, mientras que ahora "no se sabe por dónde vamos" (sic). Pero, bueno, ¿es que este hombre no se informa antes de hablar? Si ampliara su horizonte más allá de El Mundo y la Cadena COPE, se habría enterado de que la España de ZP tiene la tasa más alta de crecimiento de toda la Unión, que en 2005 se han creado un millón de empleos, que se ha batido el récord en cotizaciones a la Seguridad Social, que aumentan las becas y el Salario Mínimo, que se incrementan las pensiones mínimas... Nada de esto quiere saber (ni hacer saber) la derecha, que prefiere que los ciudadanos vivan en el engaño. ¡Qué descaro!
Si Feijoo es toda la apuesta que Rajoy tiene que hacer en Galicia, se va a quedar en Frijolito: un enanito conceptual que trata de suplir su incompetencia con palabras más o menos ingeniosas.
El nacionalismo español es una ideología que supura odio: desde su propia gestación histórica, con la Reconquista, hasta el golpe de Francisco Franco, pasando por la Santa Inquisición y el absolutismo de Austrias y Borbones, la argamasa que mantiene unidas las piezas de la España grande y libre es el desprecio, la exclusión y aun la expulsión de todos aquellos que se resisten a plegarse al concepto rígido y asfixiante del casticismo atávico católico en lo moral, centralista en lo político.
Todos aquellos habitantes de la Hispania geográfica que no se han ajustado a la horma nacionalista española han sufrido persecución: judíos, gitanos, moriscos, conversos, liberales, afrancesados, rojos, masones Cualquiera que detentara una creencia propia y divergente del canon oficial ha acabado víctima del Poder omnímodo de Madrid. Los buenos españoles, debían (y, al parecer, aún deben) guardar obediencia religiosa y moral a El Vaticano y política y administrativa a la Villa y Corte: de lo contrario, se exponen a sufrir las iras de los ciudadanos de bien, diligentes custodios de los auténticos valores de la raza.
La punta de lanza del nacionalismo español, a principios del siglo XXI, es el Partido Popular. Y, por lo que parece, está decidido ha mantenerse leal a la tradición de la que bebe. A fin de mantener prietas sus filas, y comoquiera que ya no quedan muchos infieles a los que convertir, ha puesto proa hacia uno de los últimos reductos que planta cara a sus aspiraciones de dominio total del territorio: Cataluña.
¡Ah, los catalanes! Esos mercaderes avaros que no hablan en cristiano y se atreven a amenazar al poder de Madrid con sus locas reivindicaciones de autogobierno. ¡Es que nunca aprenderán! ¿Acaso no tuvieron bastante con perder una guerra? Su irredentismo resulta molesto para las pretensiones omnímodas del casticismo ultramontano pues, para mayor atrevimiento, se atreven a incidir en la política del Gobierno con su apoyo a un presidente felón. ¡Es el colmo! Esto tiene que terminar.
La guerra sin cuartel del absolutismo cañí contra los periféricos irreductibles se despliega en todos los frentes: la reforma del Estatut, la OPA de Gas Natural sobre Endesa, la lengua castellana en Cataluña, las injurias de la Cadena COPE En fin, no se andan con chiquitas, no, los fieros guerreros mesetarios cuando se trata de doblegar a un cantón rebelde. Incluso jalean a las Fuerzas Armadas para meter en cintura a los representantes legítimos y democráticos del pueblo catalán. ¡Que corra la sangre, si es preciso! Todo, antes que abrir la mente y sentarse a dialogar, juntos alrededor de una mesa, sobre qué queremos hacer con nuestro país (porque es NUESTRO, de todos, y no sólo de la minoría fanática que se cree su propietaria).
Hay gente que nunca cambiará.
En los últimos días hemos pulsado la opinión de ciertos sectores de las Fuerzas Armadas españolas, manifestándose una paradoja que creo oportuno destacar.
Por un lado, un Teniente General del Ejército de Tierra aprovechó su comparecencia pública ante un micrófono encendido para alertar a la clase política de que, si el proceso de reformas estatutarias no coincidía con sus deseos personales, se reservaba el derecho a empuñar las armas y hacerse con el poder. Este conato de pronunciamiento ha merecido el apoyo de un representante del estamento militar, en aras de una supuesta libertad de expresión que, como todo el mundo sabe, está restringida por la legalidad vigente.
Por otro, y en el mismo día, el diario La Razón publicaba la noticia de que los mandos de la Guardia Civil se sienten decepcionados con el PSOE, pues creían que éste les iba a dotar de unas prerrogativas de las que carecen, a saber: derecho a la sindicación, a la manifestación, a la expresión libre de la propia opinión En fin, los uniformados se quejan de no ser como el resto de los ciudadanos en cuanto al ejercicio de sus libertades y derechos.
Los hechos son gravísimos. Se trata de la voluntad expresada abiertamente por parte de quienes detentan el uso exclusivo de la violencia de estar en misa y repicando, es decir, de ser iguales al resto de los españoles, pero con un privilegio reservado sólo para ellos: el derecho a matar en nombre, qué sé yo, de España, de la seguridad ciudadana, del orden público o cualquier otro concepto grande y bello.
Lo que no entienden los militares es que, si ellos tienen la llave del polvorín es porque todos nosotros se la hemos prestado; que, si hay armas dentro, es porque nosotros las hemos comprado con nuestros impuestos; en fin, que cuando uno ingresa en un cuerpo armado no es para hacer de su capa un sayo, presto a desenfundar en cuanto la realidad no se parezca a la imagen que se haga él de ella, sino para ponerse al servicio de los poderes públicos, o sea: del propio Pueblo español, representado democráticamente en sus instituciones.
Si yo, como persona de a pie, tengo prohibido el uso de armas de fuego, es porque otro, pagado por el Estado, lo hace en mi nombre y bajo el amparo (y con las restricciones) de las leyes aprobadas en las Cortes Generales. Si un Teniente General se cree con el derecho de apuntarme a la cabeza porque considera que amenazo, con el ejercicio de mi libertad política, sus elevados ideales castrenses, yo tengo que reivindicar para mí lo que es mío. Quiero que esa pistola que pone en riesgo mi vida, y que he pagado de mi bolsillo, vuelva a su legítimo dueño, y que el fanfarrón que me intimida abandone inmediatamente su puesto.
De lo contrario, tendremos que pedir la llave del arsenal y combatir en igualdad de condiciones, cada cual tras su palio particular, por un concepto mejor o peor de gobernar España.
Hay muchas formas de mentir: decir que se sabe lo que no se sabe, decir lo contrario de lo que se sabe y, tal vez la más perversa de todas ellas, afirmar una cosa y negarla al mismo tiempo, en función de quién diga lo que hace y haga lo que dice.
Ejemplos de mendacidad, en la derecha española, abundan en la última década. Vamos a conmemorar algunos de los más palmarios:
1. Decir que se sabe lo que no se sabe.
a) José María Aznar afirma, en una entrevista concedida a TVE, que Irak tiene armas de destrucción masiva. Según se supo después, Aznar no sabía lo que decía, porque no podía saber que había lo que no se sabía que había. Pero dijo lo contrario de lo que debió decir, que no sabía si había o no había armas de destrucción masiva en Irak. A eso, en román paladino, le llamo mentir.
b) En las sucesivas comparecencias que protagoniza ante la prensa tras el atentado del 11-M, Ángel Acebes, por aquel entonces Ministro del Interior, declara una y otra vez que la responsabilidad del atentado cabía imputarla a ETA, sin tener ningún dato sobre tal implicación. Es más, a día de hoy las investigaciones judiciales siguen descartando tal hipótesis. Decir que hay lo que no se sabe que hay: mentir.
2. Decir lo contrario de lo que se sabe.
a) En el pleno del Congreso de los Diputados, Mariano Rajoy declara que la decisión de alejar el Prestige de las costas gallegas la adoptaron los técnicos del Ministerio de Fomento, no los políticos. La aparición de unas cintas permitió comprobar, años después, que Rajoy mentía, pues quienes ordenaron la maniobra que llevó el barco a pique fueron cargos políticos del Partido Popular, y no quienes se dijo que lo habían ordenado. Eso, en mi pueblo, es mentir, y a sabiendas.
b) Federico Trillo, en sus alocuciones públicas acerca del incidente, imputa la responsabilidad del accidente del Yak-42 a múltiples factores, ocultando el verdadero: la negligencia profesional, el descuido administrativo y la chapuza institucional de quienes participaron, de un modo un otro, en la gestión del episodio. Mintió, y sabía que lo hacía.
3. Afirmar y negar al mismo tiempo.
Según el principio de no contradicción aristotélico, base elemental de la lógica que rige el pensamiento en Occidente, no se puede al mismo tiempo afirmar y negar la misma cosa. A es A y B es B: he aquí una proposición correcta. A es A para mí, y B para ti: he aquí una proposición falsa, o sea, una mentira completa. Pues bien: la derecha se está hinchando, en lo que llevamos de legislatura socialista, de infringir tal axioma del discurso lógico. Veamos por qué digo lo que digo (sabiendo que lo digo, y diciéndolo).
a) El PP acusa al PSOE de hincarse de rodillas ante la banda terrorista de ETA por especular con la posibilidad de iniciar un proceso de paz, cuando en 1998 Aznar envió a sus emisarios a Suiza para tratar de negociar con los etarras el abandono de las armas.
b) El PP acusa al PSOE de incrementar el potencial militar de Venezuela al venderle unas patrulleras costeras y unos aviones de carga, cuando el Gobierno popular cerró con Chávez un acuerdo comercial por el que le surtió de chalecos antibalas, pistolas y granadas.
c) El PP acusa al PSOE de expoliar el Museo de Salamanca al devolver a sus legítimos propietarios unos documentos robados por las tropas de Franco, cuando a lo largo de la Dictadura salieron del mismo centenares de papeles reclamados, entre otros, por la Iglesia Católica y numerosas entidades afines al Régimen.
d) El PP acusa al Parlament de Catalunya de reinstaurar la censura tras aprobar éste la implantación de un Consejo Audiovisual que velará por la veracidad de la información facilitada por los medios, cuando la Camara de la Comunidad de Madrid aprobó en 2001 la regulación de un Consejo análogo dotado, además, de las mismas facultades administrativas.
e) El PP acusa al PSOE de llevar a cabo una purga de cargos afines a la derecha en TVE, cuando la política de personal observada por el actual equipo del Ente no difiere en nada del que, en su momento, siguió el que nombró el Gobierno popular, es decir: otorgar los cargos de confianza a personas próximas a la dirección, y sacar el resto a concurso-oposición.
f) El PP acusa al PSOE de haber privado a España de los Fondos de Cohesión europeos, cuando el propio Aznar afirmó en su momento que nuestro país debería dejar de recibirlos en 2005, ya que nuestro nivel de renta superaría el establecido por las normas comunitarias y debería convertirse en contribuyente neto. Por cierto: Zapatero logró prorrogar la percepción de dichos fondos hasta 2013.
g) El PP acusa al Gobierno gallego, en manos de PSOE-BNG, de tratar de introducir en su proyecto de reforma de Estatuto un artículo nazi, según el cual Galicia podría autorizar la incorporación a su territorio de aquellos municipios de otras Comunidades que así lo solicitaran. Pues bien: en el Estatuto de Castilla-León, en manos del PP, figura un artículo en el mismo sentido, y nadie se rasgó las vestiduras por ello.
En fin, la lista es interminable, y seguirá creciendo: pues, cuando uno se lo permite todo, mientras le niega al adversario el pan y la sal, carece de límite alguno para mentir a sabiendas.
Eso es lo que nos queda soportar en los próximos meses: más mentiras, más desinformación, más tendenciosidad y menos diálogo, intercambio leal de ideas y voluntad de acuerdo.
¡Suerte que, en este país, los ciudadanos tenemos buena memoria y, cuando ésta flaquea, contamos con unas bien provistas hemerotecas para contraponer la verdad a la mentira, la transparencia a la opacidad, la honestidad a la malicia!
Y es que el precio de la mentira es siempre el mismo: la pérdida del poder y el paso a la oposición o la subsistencia en ella durante un largo período de tiempo.
¿QUIÉN DECIDE SOBRE LA CONSTITUCIONALIDAD DE LAS LEYES?
Éramos pocos y parió la abuela. Con la excusa del Estatut de Cataluña, los pomposos pronunciamientos en favor de la Constitución como arma arrojadiza se suceden en cascada. Desde el Rey hasta el Presidente del CGPJ, pasando por el Gobernador del Banco de España y (tal vez) el último general franquista en activo, quien más y quien menos se arroga el derecho de interpretar la letra ¡y el espíritu! de la Carta Magna, desatendiendo el que, para mi gusto, constituye uno de sus puntos clave: aquel que reserva su interpretación en exclusiva a un órgano institucional determinado, no por azar denominado Tribunal Constitucional. No deja de resultar chocante que tantos valedores de la norma básica de nuestra convivencia democrática hagan abstracción, seguramente interesada, de una pieza fundamental del ordenamiento jurídico que dicen defender. Porque donde hay patrón, no deberían tratar de mandar los marineros a no ser que, en su fuero interno, planeen hundir el barco en el que todos, mal que bien, tratamos de navegar.
España está llena de un extraño tipo de gente, gente que se llena la boca con la palabra ESPAÑA, así, en mayúsculas, pero que en la práctica atenta contra los intereses de sus conciudadanos, los españoles, en minúsculas.
a) El Instituto de Estudios Económicos, un organismo próximo a la CEOE y que defiende políticas sociales de derechas, ha recomendado en un informe a las empresas que éstas trasladen su producción al extranjero, donde los costes laborales son más bajos aunque ello redunde en desempleo dentro de nuestras fronteras.
b) La Generalitat Valenciana, en manos del PP, promueve un desarrollismo urbanístico demencial que destruye el patrimonio natural español y desaloja de su tierra natal a miles de valencianos, castellonenses y alicantinos todo ello para que cientos de miles de jubilados ricos, nórdicos en su mayoría, puedan pasar sus últimos de vida tomando el sol junto al mar.
c) Desde las filas de la derecha militante, se desacredita a los cineastas de nacionalidad española y se exige a la Administración que les retire las subvenciones públicas, sólo porque su ideología no se ajusta a sus valores carpetovetónicos, machistas y mesetarios.
d) Siguiendo los consejos de quienes promueven el boicot a los productos catalanes, los madrileños del barrio de Salamanca han dado la espalda al cava de Sant Sadurní dAnoia y gastan sus euros en champán francés, aun al precio de desequilibrar aún más el déficit comercial español.
Son sólo algunos ejemplos, que podrían ampliarse al infinito. La conclusión sería la misma: quienes se erigen en paladines de la españolidad tienen una extraña propensión a arremeter contra los españoles. Me pregunto hasta qué punto uno y otro plato de la balanza (la bondad abstracta que oculta la maldad concreta y material) no se necesitan y alimentan mutuamente.