24 de Diciembre 2004

EL CINISMO DEL BOMBERO PIRÓMANO

Desfondado por su base, el catolicismo español echa mano de argumentos profanos. Es lógico. Si utiliza el lenguaje que le es propio (el de la sumisión al dictado papal y la uniformidad ideológica), corre el riesgo de quedarse en cuadro. Así que empieza a imitar las tácticas del enemigo.

Veamos. En una carta publicada en el diario 20minutos y firmada por Jordi Molas, se puede leer una retahíla de “servicios sociales” que presta la Iglesia al conjunto de los ciudadanos. La misiva está llena de errores de bulto, como por ejemplo ignorar que Cáritas recibe cuantiosas subvenciones estatales, o llegar a especular con la hipótesis de la presión fiscal que supondría el fin de la educación concertada, cuando ésta nunca ha sido puesta en tela de juicio (a pesar de los fraudes de ley en que incurre y que son de todos conocidos).

Lo sintomático es el giro que viene describiendo la retórica defensiva de los católicos: convencidos de la impopularidad de Dios y del Papa, recurren con desparpajo a los conceptos que saben que agradan a una audiencia cada día más secularizada. Uno se pregunta si este giro es real, si es compartido por todos los estamentos de la Iglesia y si, además, conlleva algún tipo de transformación del estado de cosas que lo provoca. La respuesta es, en los tres casos, negativa.

El giro mundano de la Iglesia no es real, porque el concepto de asistencia que maneja el catolicismo se basa en una premisa (la caridad) que choca frontalmente con lo que nuestro mundo necesita (más justicia social). El hambre, el caos, la desigualdad o los estragos que ocasionan los conflictos bélicos no son el resultado, en absoluto, de catástrofes naturales, sino de un sistema político, social y económico muy concreto que los provoca. No voy a extenderme en este punto, que me parece obvio: el capitalismo avanzado genera un reguero ingente de víctimas, y cualquier terapia sintomática que obvie sus causas no sólo está condenada a ser al cabo inefectiva, sino que entabla una odiosa complicidad con el origen del mal.

Una respuesta valiente y decidida a esta disyuntiva fundamental (combatir al causante del mal y no sólo a sus damnificados) se planteó desde la llamada Teología de la Liberación, en la cual se aunaba el mensaje evangélico del amor universal con la lucha activa contra las injusticias de la tierra, de esta tierra. ¿Cuál fue la actitud de la jerarquía católica respecto a los obispos que promovieron este movimiento lleno de esperanza y transformación? Todos lo recordamos: el silenciamiento y la marginación de sus promotores.

Tampoco nos sorprende ya el alineamiento sistemático de la jerarquía católica con las élites económicas del país. Consumido por falta de apoyos el fenómeno del “comunismo sacerdotal” que conoció un auge espectacular durante los años setenta y principios de los ochenta, tan sólo un simbólico Padre Patera nos recuerda que, en España, ser cristiano pasó en otros tiempos por luchar por la Justicia, y no simplemente por servir un plato de sopa boba. Hoy en día, la asociación entre Iglesia y poder se mantiene en los mismos niveles que en pleno franquismo: connivencia con una ideología que espolea la desigualdad, oposición a cualquier forma de emancipación personal, retorno a actitudes autoritarias y antidemocráticas, sexismo, homofobia, estigmatización del diferente…

En este contexto, evocar los “servicios” prestados por los católicos a la sociedad me hace pensar en el cinismo del bombero pirómano: sí, aquel desalmado que, mientras echaba cubos de agua al fuego que él mismo había provocado, se jactaba de lo útil y necesaria que resultaba su tarea para sus conciudadanos.

Católicos: menos caridad y más justicia social. Eso es lo que necesita el mundo para impregnarse de los valores que proclamáis, pero que con tan poco ahínco defendéis cuango llega el momento de votar.

Escrito por MUTANDIS a las 24 de Diciembre 2004 a las 12:21 PM
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