"Desde que uno se da al trabajo, él mismo se vende y se pone al nivel de los esclavos (CICERÓN, De los deberes, título II, capítulo XLII)
1. Es frecuente oír por ciertos pagos la siguiente descalificación del adversario dialéctico: lo que le pasa es que tiene demasiado tiempo libre. Traducido: trabaja y calla. Tal vez así, doblando el lomo y agachando el testuz, se consiga imponerle silencio o lograr que sus argumentos pierdan peso específico por falta de tiempo material para fundamentarlos. En cualquier caso, se asocia el trabajo con virtud y todo atisbo de ociosidad (elegida o impuesta) como un pecado que debe ser expiado.
2. Cuando Dios en persona expulsó a Adán y Eva del Jardín del Edén no les dijo ganaréis el pan trabajando ocho horas diarias, sino: con el sudor de vuestra frente. Es evidente que, para comer, es preciso realizar algún que otro esfuerzo (físico o intelectual). Lo que no es tan evidente es que el único modo de conseguir un mendrugo de pan sea firmando un contrato laboral. Hace unos días, se daba a conocer una estadística oficial según la cual, en España, cerca de 450.000 hogares subsisten sin que trabaje ninguno de sus miembros. Parece claro que no todo el mundo se ha plegado al dogma del trabajo: todavía existen quienes ponen en duda que el trabajo dignifique.
3. Moisés descendió del monte Sinaí con las tablas de la Ley, entre cuyos mandamientos figuraba (según la interpretación católica del Antiguo Testamento): santificarás las fiestas. Si Yahvé hubiese considerado el trabajo como una ocupación digna de serle consagrada, ¿no lo habría preferido a la mera holganza?
3. Cuando los judíos cruzaban la puerta de Auschwitz, les recibía un letrero con la siguiente inscripción: El trabajo os hará libres. Nunca como entonces se hizo tan explícita la ósmosis entre sumisión laboral y dominación social. Trabajar, en los términos en que se trabaja en la sociedad occidental, es (y no puede dejar de ser) un modo de obedecer.
4. La Dictadura franquista lo sabía muy bien. Por eso se empeñó en lograr el pleno empleo para todos los españoles (aunque fuera deportándolos en tren a Suiza, Francia o Alemania). La inclusión de la profesión entre los datos personales que se debían consignar en el D.N.I. no era inocente: implicaba que el sujeto había sido escrupulosamente encuadrado en una estructura social fija. No en vano, hasta hace pocos años al empleo se le conocía con el nombre de colocación. Trabajar era ubicarse socialmente; no hacerlo, convertirse en un asocial, en una amenaza ambulante para una sociedad petrificada.
Esta estrategia la completó Manuel Fraga, el actual Presidente de Honor del Partido Popular, con la ineludible pata penal: quien no justificara un empleo, se vería sometido a la Ley de Peligrosidad Social o, como bien se la conocía popularmente: de vagos y maleantes. Un desocupado era (¿es aún?) un ser sospechoso, un delincuente en potencia un conspirador contra el orden instituido por el Amo-empleador.
5. ¡Qué poco hemos cambiado los españoles en este aspecto! En todas las encuestas sociológicas, el paro aparece insistentemente mencionado como primera preocupación de la población. Franco hizo muy bien su labor: logró que el ciudadano se identificara hasta tal punto con el rol del trabajador, que fuera de él se siente como un espectro provisto de consistencia, no sólo social, sino personal. Una película como Los lunes al sol, con su apariencia de proximidad a los problemas del Pueblo llano, no viene sino a confirmar esta simbiosis perversa entre el individuo y su utilidad social, cristalizada en forma de empleo. Ser es trabajar; el paro es visto como una sima, como el agujero negro en el que uno pierde todos sus atributos.
6. La centrifugación planetaria del concepto de trabajo como proveedor de identidad pública y privada es la que ha provocado la conversión de amplias poblaciones al credo laboral del capitalismo avanzado. La inmigración ilegal, que al empresario español le permite dinamitar impunemente los convenios colectivos, corrobora los peores presagios: a estas alturas de milenio, no hay comunidad étnica que no haya sido contaminada por la fe en el trabajo como pasaporte, ya no para la felicidad, sino para la propia existencia. Resulta de todo punto desolador escuchar a un inmigrante ilegal justificar su odisea en nombre de una vida mejor que, en su confusión, identifica con un empleo. Para él, deslomarse a cambio de cuatro chavos occidentales le resulta cien veces preferible a conservar la dignidad en su tierra natal, pues con ellos no sólo conseguirá pan: accederá también a la ciudadanía, es decir, al estatus.
7. La erección del empleo en tótem sagrado de las sociedades occidentales se ha convertido en un pasaporte para justificar todo tipo de tropelías. En este plano, empresarios y sindicatos forman una piña. Un ejemplo reciente: el proyecto de drenaje del río Guadalquivir para ampliar el puerto de Sevilla, el cual supondrá una auténtica catástrofe ecológica, ha sido aplaudida por los representantes sindicales en aras del empleo. No es el único caso: cuando el empresario Puigneró fue condenado por delito ecológico, sus trabajadores se echaron a la calle para defender ¡sus puestos de trabajo! Resulta congruente con el panorama descrito: los sindicatos de clase, que en otro tiempo supusieron una esperanza para la transformación social, son ahora los más firmes defensores del capitalismo. El oprimido se convierte, de la mano de la religión del trabajo, en cómplice del opresor.
8. Lo peor de la religión del trabajo no es que sea dogmática: es que apenas conoce herejes. El modelo laboral que se perpetúa remite al que surgió en el siglo XIX: una infraestructura económica escindida en capital, por un lado, y fuerza de producción, por otro. Apenas arraigan en España (ese país al que el autoritarismo ha deformado por varias generaciones) el cooperativismo, la autogestión y el autoempleo. Las pocas transfomaciones vienen de la mano del fraude: la subcontrata, el contrato por obra y servicio o el falso autónomo, argucias mediante las cuales el empresariado y la Administración pública se perpetúan en su papel de sumos pontífices de la alienación laboral.
9. El proletariado, traicionando sus instintos e ignorando su misión histórica, se ha dejado pervertir por el dogma del trabajo. La pasión ciega, perversa y homicida del trabajo transforma la máquina libertadora en instrumento de esclavitud de los hombres libres. ¡Oh, pereza, madre de las artes y de las nobles virtudes, sé tú bálsamo de las angustias humanas! (P. LAFARGUE, El derecho a la pereza, 1880).
10. A la vista de que los españoles son víctimas del hechizo del trabajo como opio del pueblo, quizás haya llegado la hora de que los desocupados voluntarios levanten su voz e impugnen el totalitarismo del mercado laboral y, por extensión, del capitalismo. Ya que los trabajadores y sus legítimos representantes se han revelado como los compinches de la opresión, sólo entre los ociosos (aristócratas, artistas y contemplativos en general) pueden depositarse esperanzas en una próxima transformación del mundo.
Claro que dicha transformación no se hará en la dirección del saqueo de la naturaleza y de la explotación del hombre por el hombre, sino de la inacción y la poética de la subsistencia. La religión en la que creerán las personas libres ya no será el acopio de bienes y la profanación del tiempo personal en aras de la predación compulsiba de recursos materiales, sino la austeridad y la satisfacción sencilla de las mínimas necesidades cotidianas.
Más que en los trabajadores, los profetas sociales deben inspirarse en los faquires, pues los libertadores del futuro no serán los atareados, sino los perezosos.
Escrito por MUTANDIS a las 30 de Enero 2005 a las 05:52 PMPUTO VAGO
Escrito por TOCAPELOTAS a las 25 de Agosto 2009 a las 03:44 PM