30 de Enero 2005

COMUNIÓN O LIBERACIÓN

El límite de la tolerancia absoluta

Escribe Javier Caraballo en El Mundo: “La libertad de pensamiento y la tolerancia absoluta hacia quienes piensan distinto debe tener un único límite, el que ponga en peligro nuestro propio sistema de valores”.

Coincido con él: a quien ponga la Biblia por encima de la Constitución, hay que pararle los pies; a quien ataque a la legitimidad de las urnas y proponga en su lugar la de los púlpitos, hay que dejarle claro que no tiene espacio en nuestra sociedad; a quien pretenda adueñarse de las conciencias para poder encaminarlas en una única dirección, debe saber que se autoexcluye de la sociedad democrática.

Claro que Caraballo no se refería al catolicismo, sino al islamismo. Pero, a estas alturas de la historia, ya sabemos que uno y otro son hijos de una misma devoción: el monoteísmo excluyente, la proscripción de la diferencia, el fanatismo y la intransigencia como norma de fe.


Las causas del indeferentismo religioso

Juan Pablo II acusa al Gobierno español de “promover la indiferencia en materia religiosa”. Al Santo Padre le deberían haber informado de que, en esa Biblia democrática que es para los españoles la Constitución, figura como artículo fundamental la aconfesionalidad del Estado. Eso significa que, para los poderes públicos, todas las creencias son igualmente dignas de respeto y apoyo. No se trata de indiferencia, sino de comprensión y equidad. Claro que, para un católico (como para un judío o un islamista), su fe es la única digna de ser difundida y amparada. Pero el Estado español no cree más que en los ciudadanos, precisamente para que éstos puedan creer en lo que prefieran.

Las causas del indeferentismo religioso las debería buscar el Papa en otro lado: por ejemplo, en la ósmosis histórica entre el catolicismo y las diversas formas de autoritarismo político; en la propagación del consumismo como única práctica objeto de devoción en un mundo dominado por el capitalismo económico; o en la nula receptividad de la jerarquía eclesiástica a la propia sensibilidad de sus fieles, prefiriendo en cambio la llamada a la discipina y la obediencia ciega (ambas inasumibles para un español del siglo XXI).


Del pecado al delito

Se lamentan las autoridades eclesiásticas de que el español ha perdido la conciencia del pecado. No les falta razón. A un demócrata, lo que le repugna no es lo que atenta contra Dios (siempre discutible y objeto de refutación), sino lo que atenta contra las leyes. Si el español del siglo XXI carece de conciencia del pecado es porque tiene conciencia del delito, es decir, sabe que su existencia se desenvuelve en un contexto social, dotado de normas y valores que es preciso cumplir para preservar la convivencia colectiva, la paz social y la justicia. Mientras que el pecado apela única y exclusivamente a la salvación del alma personal del creyente, el delito posee una dimensión solidaria que nos incluye a todos. Así, mientras que el pecador se condena sólo a sí mismo, el delincuente condena a todos los demás. La diferencia es tan grande, en el orden ético e intelectual, que no podemos sino felicitarnos por el cambio.


Comunión o liberación

La comunión católica llama al ciudadano a abdicar de su dimensión política para integrarse en una superestructura ideal, la del Pueblo de Dios, que sólo existe en tanto la administran los funcionarios de la fe. Como ovejas de un rebaño que confía en sus pastores, los católicos deben renunciar desde el principio a la autogestión soberana de su propia vida para depositarla en manos de sus directores de conciencia.

La liberación laica, por el contrario, se propone devolverle a la persona la gestión directa de sus propios asuntos, sin tutelas ni dirigismos espirituales, en el bien entendido de que el límite a la tolerancia absoluta es, en una democracia, el respeto por el prójimo. Respeto que no puede confundirse (como a menudo confunden las instancias eclesiásticas) con indiferencia o con egoísmo, sino que conlleva implícitamente la solidaridad, la fraternidad y la complicidad necesarias para que la democracia siga siendo lo que hasta ahora ha sido: un espacio común donde todos tenemos un sitio para poder desarrollar libremente nuestra personalidad en el contexto de un proyecto colectivo abierto al diálogo y al cambio.

Escrito por MUTANDIS a las 30 de Enero 2005 a las 05:53 PM
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