Hace unas semanas, yo avanzaba en mi texto La extenuación conceptual del discurso reaccionario la tesis de que el Partido Popular se ha quedado sin armas retóricas para neutralizar la consolidación del PSOE en el poder y que, como último recurso, se ha apropiado de las del enemigo en un intento desesperado de recuperar las posiciones perdidas.
Ahora retomo las ideas expuestas allí y las llevo más lejos.
Tomo como síntoma las declaraciones que, en los últimos días, han vertido los líderes de la derecha a propósito de diversas circunstancias: la detención de dos militantes populares por intento de agresión al ministro Bono o, caso enorme, la aprobación por parte del Parlamento andaluz de las pensiones que recibirán los cargos públicos tras cesar en el cargo.
En todos los casos, ha evocado la derecha a la Dictadura franquista, calificando al PSOE de totalitario y sus prácticas, de nazis. Incluso hay quien ha comparado a la Policía Nacional con la Gestapo.
A bote pronto, no deja de sorprender que un partido cuyo Presidente de Honor fue ministro durante la Dictadura franquista pueda utilizar dicho epíteto con ánimo descalificador. Al menos, dudo de que al señor Fraga le haya hecho la menor gracia, ¡como si ser franquista fuera algo de lo que alguien tuviera que avergonzarse!
Lo de totalitario resulta también chocante, si tenemos en cuenta que el PP ha acusado repetidamente al PSOE de ser un partido débil, con falta de cohesión interna y que cede fácilmente ante las propuestas que se le hacen, llegándose a censurar a Zapatero, incluso, que no supiera decir nunca NO. Es difícil hacer congruente totalitarismo y debilidad, pero la audacia verbal del Partido Popular no parece tener límites, aunque sea a costa del sentido común.
El exabrupto de calificar a las Fuerzas de Seguridad que operan bajo la dirección socialista como propias de un país sometido a un régimen fascista ya raya en lo grotesco. Dejando a un lado que la actuación policial ha sido calificada por el propio Sindicato Unificado de la Policía de impecable (ABC, 27 de enero de 2005, pág. 37) y ajustada a derecho, lo que a mí me resulta especialmente significativo es que el PP no haya utilizado un adjetivo que tenía a mano y le hubiese venido al pelo: estalinista.
En lugar de acusar al PSOE de estalinista o, por qué no, de castrista, el PP ha preferido llamarle franquista y nazi. Es imposible no detectar aquí varias tendencias:
a) la asunción, por parte del PP, de que la población española tolera mal todo aquello que implique el ejercicio arbitrario de un poder unilateral e incontrolable;
b) el reconocimiento implícito de que, en caso de haber atribuido al PSOE un comportamiento propio de la denominada izquierda autoritaria (expresión que, para mí, es un contrasentido), se le estaría concediendo al enemigo un indeseable plus de popularidad;
c) el escándalo moral que implica invertir los términos de la lógica política, tanto teórica como práctica, desplazando la izquierda hacia la ultraderecha, la derecha hacia el centro, lo alto hacia abajo e così via.
Nada de esto es inocente. La estrategia de la derecha española, constatada la imposibilidad material de conquistar el poder en las urnas siguiendo los procedimientos convencionales, pasa por el abuso lingüístico, la perversión del lenguaje, el recurso visceral a eslóganes de dudoso contenido político y la confusión de todos los conceptos. Pero no porque haya perdido el norte, de eso nada, por el contrario, tiene perfectamente claro su propósito: se trata de confundir a la población, de embrollarla de manera que, harta de tantos desmanes, vuelva a desinteresarse por la política y deje de votar. Porque, como constató el 14-M, si el Pueblo acude masivamente a las urnas, la balanza se inclina siempre hacia la izquierda.
Así pues, constatada esta tendencia, la próxima vez que la derecha española vuelva a emitir un mensaje, le recomiendo, amigo lector, preste mucha atención. Quizás le estén dando gato por liebre.
Escrito por MUTANDIS a las 30 de Enero 2005 a las 05:54 PM