La pulsión teocrática de la Iglesia Católica es consustancial a su propia naturaleza. Y es que, expulsando el origen de la soberanía política a los limbos celestiales, la jerarquía eclesiástica se blinda ante las lógicas acusaciones de arbitrariedad con el clásico salvoconducto: así lo quiere Dios quien, además, tiene línea directa conmigo.
Basta el siguiente fragmento para constatar con qué desfachatez El Vaticano avala un determinado orden sociopolítico basado en la sumisión al poder, con el único argumento de que la apelación a la obediencia resulta tolerable para un creyente en mayor medida que para uno que no lo es:
Puesto y reconocido universalmente que, en cualquier forma de gobierno, la autoridad viene sólo de Dios, pronto la razón encuentra legítimo en los unos el derecho de mandar, y connatural en los otros el deber de obedecer, sin que esto sea disconforme a la dignidad personal, porque se obedece más bien a Dios que al hombre (León XIII, Praeclara gatulationis, exhorartación evangélica, 20 de Junio de 1894).
En suma: la teocracia, como tiranía eclesiática basada en la monopolización de la autoridad, mal puede conjugarse con la democracia, que se fundamenta en la voluntad popular diseminada en todos y cada uno de los ciudadanos libres, adultos y responsables de sí mismos.
Escrito por MUTANDIS a las 11 de Febrero 2005 a las 12:14 PMMuy buena cita, parece sacada de un texto medieval, parece mentira que apenas haya pasado un siglo desde que fue escrita.
Saludos, Pedro.