CONTRA LA TRADICIÓN
La derecha nacional-católica española sufre de la hipnosis de la tradición, que decía Tolstoi. Bajo su paraguas, obispos y políticos populares se han declarado en contra, durante los últimos meses, de ciertas innovaciones legislativas aprobadas en las Cortes Generales, como la ampliación del matrimonio civil a las parejas homosexuales, o de la posibilidad de que la asignatura de religión no cuente con alternativa en la escuela pública, todo ello en nombre de una sacrosanta (nunca mejor dicho) tradición española.
Pero, ¿qué es la tradición? La rutina, el hábito de lo que hicieron los muertos, imponiéndose sobre la voluntad de los vivos. Esta perspectiva, radicalmente conservadora e impropia de la sociedad moderna y democrática (la cual basa su ideario en la capacidad de los ciudadanos de decidir lo que desean hacer ex-novo), llevada a su extremo, permitiría por ejemplo avalar la superioridad de los sistemas totalitarios sobre la propia democracia, tan juvenil ella: no en vano, los sistemas representativos en España han gozado, por desgracia, de muy escasa tradición, gracias por cierto al empeño de los sectores más tradicionalistas y conservadores.
En el colmo del absurdo, el argumento de la tradición nos obligaría a seguir preservando intacta una sociedad patriarcal, machista, homófoba, clasista, sólo por el hecho de que nuestros ancestros fueron incapaces de subvertirla.
Lo que llama la atención es que, frente a esta actitud reverencial respecto al legado de la historia (coagulado en un supuesto derecho natural que, en honor a la verdad, no sería más que el resultado de la imposición violenta de un modelo social sobre los demás), los mismos sectores apuesten por alterar algo tan intrínsecamente permamente como ¡el curso de los ríos! En efecto, si de acatar el dictado de la Naturaleza y la Historia se trata, no habría nada más aberrante que el trasvase del Ebro incluido en el Plan Hidrológico del PP: si Dios quiso dar agua al norte y negársela al sur, ¿quiénes somos los seres humanos para enmendarle la plana?
Y es que, a menudo, los conservadores son bastante incongruentes: basta con que se crucen en su camino los mundanos intereses materiales para que abandonen a gran velocidad todos sus escrúpulos históricos y naturalistas. Poderoso caballero...
SECTARISMO
En su intervención durante el pasado Debate sobre el Estado de la Nación, Mariano Rajoy lanzó una proclama que ha venido propagando últimamente la derecha española a diestro y siniestro: acusó a Zapatero de sembrar las calles de sectarismo.
Perplejo me quedé, al escucharle. Primero, porque yo voy andando por las calles y lo único que veo sembrado (y crecido) son los naranjos, las acacias y los jacarandás. Pero es que, además, no sé a qué se refiere con ese palabro. Sectarismo, ¿qué será?
Supongo que sectario es aquel que se encierra en su propio grupete, más o menos homogéneo, cultiva una ideología cerril y excluyente, practica el culto a un líder carismático y destruye la personalidad de sus miembros.
¿Es sectario el PSOE aquí y ahora, en la España del 2005? Véamoslo:
- es difícil considerar al socialismo actual como una ideología uniforme, si en su seno se oyen voces tan discordantes como la de Maragall y la de Bono o Rodríguez Ibarra en temas tan centrales como el modelo de Estado o la financiación autonómica;
- a duras penas podríamos admitir que el PSOE se encierra a cal y canto en sus propios planteamientos, pues en la presente legislatura ha pactado en numerosas ocasiones con los demás grupos parlamentarios (incluido el PP, caso de la Ley contra la Violencia Integral), no sólo con ERC e IU;
- tal vez ZP goce ahora mismo de predicamento entre las filas del PSOE, pero no creo que pueda jactarse (aún) de arrastrar a masas enfervorizadas de incondicionales, como sí hizo (y hace) José María Aznar;
- tampoco es de recibo la idea de que el PSOE combata la manifestación individual de sus miembros, en repetidas ocasiones discrepante entre sí, lo cual le ha valido que el PP le acusara de carecer de proyecto común ().
Así las cosas, ¿puede calificarse al PSOE de sectario? No, no es posible hacerlo sin faltar a la verdad. Sin embargo, ¿hay datos que permitan tachar al Partido Popular de comportarse como tal?
- con frecuencia inusitada, vota en contra del resto del Congreso, incluso en temas que merecen el consenso de la Cámara (como la moción de condena de la persecución de los homosexuales durante la Dictadura);
- mantiene en solitario unos postulados que los hechos se empeñan en desmentir, como la autoría del 11-M o la legitimidad de la invasión de Irak;
- muestra una, ejem, solidez interna (por no llamar unanimidad) que Juan Cobo, número dos del Ayuntamiento de Madrid, ha tachado de talibán;
- practica el culto incondicionado al gurú Aznar, hasta el punto de que es difícil admitir que no siga hablando, cual ventrílocuo, por la boca de su muñeco Rajoy;
- para colmo de males, los seguidores más acérrimos del Partido Popular han mostrado en varias ocasiones en los últimos tiempos su temperamento violento, expulsando a José Bono de una manifestación pública o agrediendo a los asistentes a la presentación de un libro de Santos Juliá.
Vistos los hechos, más bien se diría que quien siembra las calles de un sectarismo furibundo y agresivo es la derecha. Y sólo llevamos un año de gobierno socialista....
ASUMIR LA REALIDAD
En unas recientes declaraciones publicadas por la prensa, la presidenta de Los Verdes destacaba que el proceso de regularización de inmigrantes que acaba de concluir en España mostraba una envidiable capacidad de asumir realidad. Me parece una reflexión interesante.
La regularización de inmigrantes ilegales implica que la Administración acepta un hecho y trata de extraerle el máximo partido en beneficio de todos: lo contrario, además de ilegal y poco práctico, habría supuesto una crasa hipocresía por parte de los tutores de la ley y el orden.
Pero es que, bien mirado, esa hipocresía es consustancial a cierta ideología, llámenla conservadora o reaccionaria. Veamos unos ejemplos:
- el adulterio, cristalizado en la figura de la querida, coexistió durante décadas con la respetadísima institución del matrimonio convencional, a la cual en último término brindaba un eficaz mecanismo de refuerzo;
- la prostitución, que se ejercía en esos espacios cínicamente intitulados casas de tolerancia, servía de válvula de escape para una sociedad represora (en teoría) de los instintos sexuales, a los que así saba salida (en la práctica);
- la bastardía, ominosa categoría con la que se condenaba a los molestos frutos de los deslices extramatrimoniales al limbo de la inexistencia oficial, daba forma y sustancia a uno de los más clamorosos escándalos de la civilización burguesa y puritana: la discriminación por razón de cama;
- la violencia conyugal (por no llamarla sexual) se ocultaba bajo la alfombra de una apariencia intachable, a despecho de su extensión e intensidad, de modo que ahora creemos que ha aumentado un fenómeno que, simple y llanamente, se reconoce con mayor valentía y determinación.
En todos los casos, la desviación de una norma rígida e implacable, la de una sociedad clasista, sexista y homófoba, debía ser silenciada para no sufrir el escarnio público. La consigna era: lo que no se sabe, lo que no se admite, no existe en realidad.
Ahora bien, ¿no es esa la pauta que siguen, aún hoy, los adalides de la derecha? Cuando Aznar, arrinconado por Gaspar Llamazares, se niega a admitir en la Comisión del 11-M el menor error en la prevención del atentado, ¿no está aplicando el mismo principio: lo que no asumo, no me ha pasado? Cuando Ángel Acebes se opone ruidosamente a la regularización de los inmigrantes ilegales, ¿no sigue el mismo camino: si no les doy papeles, es que no están... aunque les sigamos explotando?
Esta desviación psíquica, denominada neurosis por el psicoanálisis, presta al individuo una salida compensatoria para escapar simbólicamente de una situación real que le oprime.
Ahora bien, la hipocresía, que en una sociedad cerrada y opaca como la burguesa servía como dispositivo de control moral, ¿es plausible en un marco democrático, abierto y transparente? ¿Es viable, en la época de la generalización universal de los medios de comunicación incluido ese desenmascarador justiciero que es internet, trabajar en mantener una fachada impoluta, cuando las cloacas están llenas de heces?
No. La democracia exige claridad, honestidad y franqueza. Quien se miente a sí mismo, fracasa; y quien miente a los demás, lo acaba pagando. Aceptar la realidad tal como es parece ser, ya, el único modo de transformarla. La vía de la hipocresía sólo conduce al solipsismo, el monólogo y la locura.
LAS VÍCTIMAS
Llevamos unos meses algo ahítos de discursos vindicadores de las víctimas del terrorismo. Todos los partidos dicen hablar en su nombre y a su favor. Voy a mostrarme políticamente incorrecto y a compartir algunas inquietudes:
a) ¿con las víctimas del terrorismo MÁS VÍCTIMAS que las del resto de delitos? Eso es lo que parece. Se dirá que un atentado es un crimen tanto más salvaje cuanto que es indiscriminado y simbólicamente relevante. No diría yo que un atracador callejero discierna demasiado a quién va a privar de su cartera; y en cuanto al presunto efecto moral que causa en la sociedad un zambombazo de ETA, niego que debamos concedérselo en absoluto. Si los terroristas no son, en efecto, sino pistoleros, delincuentes comunes, ¿por qué carajo debemos distinguir públicamente sus tropelías, ensalzando a sus víctimas por encima de las de otros delitos? El primer triunfo del terrorismo consiste en concederle galones de guerra a sus damnificados;
b) ¿deben las víctimas ser tenidas en cuenta por los poderes públicos a la hora de acometer las medidas políticas y penales encaminadas a reprimir el delito? Una cosa es que las víctimas merezcan ayudas públicas para que su dolor se vea mitigado en la medida de lo posible, y otra muy distinta es poner en sus manos la resolución de los conflictos. En Estados Unidos, antes de conceder el tercer grado a un preso, el juzgado solicita la autorización de su víctima: ¿vamos a poner el fin de ETA en manos de quienes menos motivos tienen para perdonar?
c) ¿son todas las víctimas iguales para todo el mundo? No he podido olvidar que, durante la comparecencia en la Comisión del 11-M de Pilar Manjón, presidenta de la Asociación de Víctimas del atentado, Eduardo Zaplana se dedicó ¡a leer el periódico! Ni siquiera se tomó la molestia de contestar a la señora Manjón: le cedió el incómodo papel a una colega con más escrúpulos morales. Si el PP se llena la boca con las víctimas del terrorismo cuando éstas han caído por una acción de ETA, ¿se lava las manos si fueron abatidas por una bomba de radicales islamistas? Por no hablar de los insultos y amenazas de muertes que los derechistas le prodigan a la pobre señora. ¿Es esa la compasión, la solidaridad, la piedad humana que predica la derecha? ¿O se trata todo de una vasta operación de mercadotecnia, encaminada a trabar cualquier forma de entendimiento en esta materia entre el Gobierno y la oposición?
Demasiadas preguntas y muy pocas respuestas, me parece a mí, como para dar por supuesto que todos hablamos de lo mismo (y entendemos las mismas cosas) cuando hablamos de víctimas del terrorismo.
LO RECTO Y LO TORCIDO
Cuando El Vaticano da una consigna, los obispos se afanan en propalarla. Este es el caso de una expresión que, en los últimos tiempos, hemos oído con insistencia: me refiero a la de conciencia rectamente formada. Según los representantes de la Iglesia católica y romana en España, sus fieles son personas rectas y los demás (por eliminación lo digo) son torcidas. ¡Por eso aprueban las leyes que aprueban, homologando los derechos de todos los ciudadanos con independencia de su orientación sexual!
En principio, la expresión puede tener su gracia, pero tomada detenidamente nos retrotrae a una época que creíamos periclitada: aquella en la que la Santa Madre se erigía en depositaria de la Verdad Única y Revelada, y a los ciudadanos (tenidos por ovejas del rebaño de Dios) no les quedaba más que atenerse a sus dictados inefables, inexplicados e inexplicables.
A tenor de las declaraciones episcopales que venimos escuchando desde que el PP perdió el poder en las urnas (única sede de la soberanía popular, según la Constitución Española), se diría que la Iglesia se ha propuesto devolvernos a los tiempos conciliares... del primer concilio quiero decir, ya saben: España, evangelizadora de la mitad del orbe, martillo de herejes, luz de Trento... que escribiera Menéndez y Pelayo. Nada queda del propósito ecuménico y tolerante que animó el Concilio Vaticano Segundo, con su apertura al diálogo interreligioso y a la cooperación con la sociedad laica. Vuelven las declaraciones furibundas, los anatemas y las listas negras de personas torcidas: gays, socialistas, ateos, masones... y demócratas.
Porque un demócrata es una persona que sabe que no sabe, o que no lo sabe todo; que tiene su verdad por provisional; que la comparte con su vecino para tratar de organizar la convivencia común del mejor modo posible; que dialoga sobre lo que conoce para acceder a un mínimo conocimiento acerca de lo que ignora; que se informa, aunque está convencido de que la ola de la realidad siempre acabará cubriendo su frágil cabeza.
La persona dotada de una conciencia rectamente formada, por el contrario, no tiene ninguna duda: le basta con obedecer las órdenes que le transmite el vicario de Cristo, si ya no desde el púlpito, sí desde el periódico, la radio y el televisor (los templos ya no son lo que eran). El católico, soldado del ejército de los elegidos, jamás vacila: lo que tiene que pensar, se lo chiva el párroco; lo que tiene que purgar, se lo indica el confesor. La suya es un alma recta, sumisa: responde como un eco a la voz del sargento de Dios pues, como se sabe, donde hay patrón...
Visto así, yo me pregunto cómo pueden coexistir pacíficamente dos tipos de ciudadanos tan dispares en el seno de una misma sociedad: si unos, los torcidos, se proponen convenir mediante acuerdos públicos y notorios el destino de nuestro barco común, mientras los otros, los rectos, se afanan en pedirle la carta de navegación a un gobernante extranjero. No es broma: me resulta difícil imaginar cuál puede ser la ruta de una embarcación tripulada, al mismo tiempo, por dos clases de personas tan opuestas entre sí.
SILOGISMO FÁCIL
Premisa A = La soberanía del Pueblo español reside en las Cortes Generales, y se plasma en forma de leyes.
Premisa B = Los obispos son representantes legales del Estado Vaticano en España, y como tales se rigen por el Derecho Internacional; en términos jurídicos, se consideran ciudadanos de un país extranjero.
Conclusión = Cuando los obispos, ciudadanos vaticanos, incitan a los ciudadanos españoles a no cumplir las leyes emanadas de las Cortes Generales, cometen una grave ingerencia política que vulnera la legalidad internacional, y quienes les obedezcan se comportan como auténticos antiespañoles.
Escrito por MUTANDIS a las 16 de Mayo 2005 a las 11:47 AM