De toda la vida, el apóstol se caracterizaba por proclamar la Buena Nueva: que todo esto tiene un sentido, si no aquí, tal vez en otro lado, o en el último momento. El apóstol era, por eso, un tipo sonriente, cuyo rictus beatífico tan pronto le granjeaba amistades tumultuarias como reacciones de rechazo y cremación. Pero él lo encajaba todo como un sparring profesional: su fe en la vida mejor, su esperanza en suma, le bastaba y sobraba para darse por pagado.
Eso era antes, hasta que el Partido Popular perdió las elecciones el 14 de marzo de 2004. Desde entonces, el apóstol es un tipo cabreado, iracundo, rabioso y cejijunto. Ya no anuncia paraísos venideros, sino catástrofes sin fin. No difunde mensajes que animan, sino que abaten. No estimula a dar la mano, sino a morder.
Este nuevo tipo de apóstol ha salido del armario: ya no simula sonrisas jesuíticas, pues nadie se las cree. Ahora ladra. Aúlla. Emborrona páginas y páginas con la tinta de su bilis efervescente.
¿Su sueño? Que el mundo se hunda, y SÓLO ÉL y sus amigos renazcan de las cenizas. ¿Su proyecto? Hacer todo lo posible para acelerar el proceso.
Sólo así puede comprenderse que el Partido Popular haya anunciado su última acción evangélica: enviar a sus apóstoles-militantes por todos los pueblos de España para anunciar la Mala Nueva de que, por culpa de Lucifer-Zapatero y Luzbel-Carod, el mundo se acaba.
Si no fuera porque están locos y los ciudadanos de a pie lo sabemos de sobra, me darían ganas de llorar.
Escrito por MUTANDIS a las 6 de Octubre 2005 a las 12:46 PM