20 de Marzo 2006

LOS EMPPECINADOS

Escribía en un artículo publicado recientemente Félix Ovejero: “La persona razonable, cuando se le muestra su error, corrige su opinión. Al cabo lo que nos interesa no es mantener nuestras opiniones, sino mantener opiniones correctas, lo que conlleva la disposición a someter nuestras ideas al escrutinio de los buenos argumentos y a cambiarlos a su luz” (El País, 30 de enero de 2006).

Correcto: la persona razonable. Es decir: aquella que desea ajustar su conducta a la realidad de los hechos. La otra, la persona a la que importa menos el mundo efectivo que su propia versión acerca de lo que éste sea, se comporta de manera muy distinta: niega las evidencias, o las retuerce hasta que el mono hable inglés; insiste en decir Diego donde dijo Diego, aun cuando los acontecimientos efectivos le demuestren que, en realidad, se trata de digo; se empeña en sostenella y no enmendella pues, para este tipo de individuo de dura mollera y nula capacidad de adaptación, lo esencial no es la Verdad objetiva, sino la convicción personal. De poco sirve, por tanto, tratar de que el orate ajuste sus argumentos errados a otros más próximos a la certeza: su emppecinamiento subjetivo es el ancla que le mantiene a salvo ante la incertidumbre que, quiérase o no, implica habitar en una sociedad libre y abierta.

No estamos hablando de una mera actitud política para acceder al poder: se trata de una cosmovisión que condiciona hasta el tuétano a quien la detenta. Contra el dictum católico de que la carne es débil y el hombre, pecador, el emppecinado se quiere invulnerable a los embates de la realidad. Él nació para triunfar. Llegó a esta vida de pie, con un pan bajo el brazo, destinado a dominar. En su plan vital está excluido, ya no la derrota, sino incluso el error. Su palabra es Palabra de Dios. Y que salga el sol por Antequera.

Se comprenderá, de todo lo dicho, hasta qué punto es inviable, e incluso inconveniente, adoptar tácticas de aproximación a un emppecinado. Desde Parménides en adelante, sabemos que no se puede razonar con quien excluye la superioridad de la Verdad sobre la Opinión. En puridad, el emppecinado se inscribe en la tradición de los nietzscheanos, quienes no aspirar a contrastar sus postulados (¡eso es propio de ovejas!), sino a imponerlos por la fuerza (algo privativo del pastor). De ahí el peligro que supone un emppecinado para la convivencia democrática: al excluir de su horizonte de expectativas la enmienda, la cesión, el reconocimiento del propio error, se convierte en el enemigo por antonomasia de un sistema de convivencia basado en la admisión de la parcialidad y falsabilidad de todas las afirmaciones. En el contexto de las sociedades abiertas, el emppecinado asume con su fanatismo el papel del anticuerpo, con el cual hay que convivir pero al que resulta imposible integrar del todo en la corriente sanguínea de la democracia.

Escrito por MUTANDIS a las 20 de Marzo 2006 a las 01:47 PM