Tiene razón José María Aznar cuando, en una reciente alocución en apoyo a Silvio Berlusconi, arremete contra las identidades colectivas. Pueblo: ¡sangrienta impostura! Nación: ¡qué gran fantasma! Las ideologías que, históricamente, han postulado los derechos de los grupos por encima de los de las personas (los más recientes: el comunismo, el fascismo y el fundamentalismo religioso) siempre han traído el dolor al mundo. Grandes conceptos abstractos como Patria, Comunidad o Raza son el rodillo bajo el cual perece la persona concreta y real. Tribunales ideológicos, cruzadas, deportaciones, campos de concentración: instancias uniformadoras que han sacrificado al individuo soberano en el altar del Grupo totalitario.
Frente a la pulsión homogeneizadora de las identidades colectivas, hay que postular la singularidad irreductible del ser humano. Contra la boa constrictor nacionalsocialista, el escurridizo renacuajo liberal. ¡Que viva el ciudadano soberano! ¿Partidos? Un estómago insaciable. ¿Instituciones? Artificios con los que la Etnia devora a sus hijos. ¿Estado? ¡Vaya vampiro!
Sí, acierta Aznar con su diagnóstico: hay que combatir a las tentaciones conjuntivas. Cada ave, en su corral. Somos mónadas flotando en el éter, seres desconectados que, a lo sumo, se encuentran para intercambiar bienes y servicios en el mercado global. Pero, ¿instancias superiores que regulen y canalicen los movimientos singulares, en aras de la justicia o la igualdad? ¡Quiá! Fantoches, tótems, espantaviejas que pergeña el rebaño para neutralizar la fluidez soberana del superhombre liberal.
Hagamos, pues, lo que propone Aznar, nuestro nuevo mesías: abatamos los ídolos de la Nación, el Estado y el Pueblo unido (que, sí, será vencido), en cuyo nombre se han cometido las peores tropelías. Empecemos por el principio. Empecemos por España: como dicen en el PP, la Nación más antigua del Mundo, es decir, el primer dragón que asetear con la lanza del individualismo radical.
Escrito por MUTANDIS a las 31 de Marzo 2006 a las 12:20 PM