Los derechistas se jactan de su moralidad estricta, fundada en altos valores y una supuesta espiritualidad forjada en el sacrificio, la disciplina y la solidaridad.
Es falso.
Basta con trabar contacto, siquiera momentáneo, con cualquiera de los medios de la derecha española, para comprobar cuáles son sus auténticos instintos: el rencor, la chulería, el infundio, la malediciencia, el insulto, la ira... Todos y cada uno de los periodistas de ABC, la COPE, La Razón o El Mundo (por no hablar de Popular TV, un libelo permanente en contra del Gobierno) andan enfrascados en una cruzada ideológica en la cual no tienen cabida el respeto, la veracidad o la dignidad.
¿Hay que recordar que Urdaci reconoció haber mentido en su libro acerca de Fernando G. Delgado? ¿O que Alfonso Ussía, el de las buenas maneras, llamó a este mismo periodista "mierda" e "hijo de puta" en su columna, basándose en la mentira de Urdaci?
Si perdiéramos cinco minutos en leer la prensa basura de la derecha, o en escuchar a la emisora de los obispos, o en ver su infame televisión, podríamos acumular los ejemplos: los derechistas, que nos prohibieron ejercer nuestra libertad de opinión e información durante cuarenta años, ahora abusan de ella para tratar de amordazarnos y subvertir la voluntad popular.
No podemos permitir que sigan emponzoñando nuestro espacio público. Debemos reaccionar.
Por lo que sé, de momento F.J.L. ha sido denunciado ante la fiscalía por sus insultos e injurias.
Ese es el camino: más ley y más respeto para parar a la ultraderecha del PP.
De toda la vida, el apóstol se caracterizaba por proclamar la Buena Nueva: que todo esto tiene un sentido, si no aquí, tal vez en otro lado, o en el último momento. El apóstol era, por eso, un tipo sonriente, cuyo rictus beatífico tan pronto le granjeaba amistades tumultuarias como reacciones de rechazo y cremación. Pero él lo encajaba todo como un sparring profesional: su fe en la vida mejor, su esperanza en suma, le bastaba y sobraba para darse por pagado.
Eso era antes, hasta que el Partido Popular perdió las elecciones el 14 de marzo de 2004. Desde entonces, el apóstol es un tipo cabreado, iracundo, rabioso y cejijunto. Ya no anuncia paraísos venideros, sino catástrofes sin fin. No difunde mensajes que animan, sino que abaten. No estimula a dar la mano, sino a morder.
Este nuevo tipo de apóstol ha salido del armario: ya no simula sonrisas jesuíticas, pues nadie se las cree. Ahora ladra. Aúlla. Emborrona páginas y páginas con la tinta de su bilis efervescente.
¿Su sueño? Que el mundo se hunda, y SÓLO ÉL y sus amigos renazcan de las cenizas. ¿Su proyecto? Hacer todo lo posible para acelerar el proceso.
Sólo así puede comprenderse que el Partido Popular haya anunciado su última acción evangélica: enviar a sus apóstoles-militantes por todos los pueblos de España para anunciar la Mala Nueva de que, por culpa de Lucifer-Zapatero y Luzbel-Carod, el mundo se acaba.
Si no fuera porque están locos y los ciudadanos de a pie lo sabemos de sobra, me darían ganas de llorar.
Creíamos que el "problema de España" era una tragedia, un drama o, como mínimo, una tragicomedia. Pues no: es un vodevil, una pieza del género chico (ínfimo, diría yo), una auténtica opereta protagonizada por mequetrefes, figurones, actorcillos de tercera que vociferan y gesticulan mucho, pero que ni saben lo que dicen ni aspiran a saberlo.
No me refiero sólo a la clase política, que también: hablo de la "opinión pública", que es esa subespecie de la cuidadanía que se dedica a proferir juicios sonoros desprovistos de sustancia.
Hablo de los pseudoperiodistas que utilizan sus micrófonos para escupir necedades y sus portadas para hacer propaganda política, cuando no para difundir bulos y calumnias.
Hablo de quienes escriben en foros de internet para, amparados tras un ominoso anonimato, dar rienda suelta a sus peores fantasías, a las que adornan de los peores oprobios verbales.
Hablo de esa clase intermedia de ciudadano, entre empresario sobrevenido y político tahúr, que navega entre las procelosas aguas del poder público para sacar tajada privada: promotores inmobiliarios, asesores fiscales, "consultores" bien informados...
Hablo de las toneladas de bazofia audiovisual con la que nos bombardean, día sí y día también, para tratar de fatigarnos de la política, de la cosa pública en fin, y así puedan seguir detentando el control del cotarro a solas.
Pues no, señores: si en el proscenio la obra suscita vergüenza ajena, en la platea el nivel es superior. Los ciudadanos no nos vamos a arredar, seguiremos opinando y participando, resistiremos la acometida de los tandredos y votaremos, convocatoria tras convocatoria, a quien se nos dirija con corrección, nos trate con dignidad y nos suscite mayor confianza.
Yo ya tengo un nombre.
Solución final para acabar con los separatistas:
1. Se elabora un fichero con todos aquellos políticos, votantes y simpatizantes de la causa separatista, independentista, nacionalista o antiespañola (incluidos socialistas, menos Bono, Guerra y Rodríguez Ibarra).
2. Se fletan trenes de largo recorrido con las plazas necesarias para alojar a todos esos hijos de su madre, eso sí: vagones sin asientos ni ventanas, que vayan de pie si tan chulos son como para poner en duda su españolidad.
3. Se firma un tratado de extradición con Cuba, Venezuela o cualquier república bananera rojo-tercermundista, y se les envía la carga de ganadería fina a portes debidos.
4. Se les obliga a trabajar gratis en los países de destino, casi sin darles de comer, y todo el beneficio que produzca se lo embolsará directamente el empresario español, castizo, católico y casposo.
NOTA. Se puede hacer lo mismo con los gays, los rojos, los ateos, los divorciados, las adúlteras y todos aquellos que se apartan del canon contrarreformista del Perfecto Español
A despecho de la raigambre cristiana que se arrogan, y a la que traicionan continuamente, los representantes de la derecha política y clerical se distinguen por la gran cantidad de fobias que soportan. Alguien hablo aquí mismo de Zapaterofobia; pues bien, hay muchas más. Por ejemplo:
a) homofobia, odio a los homosexuales por romper con el modelo patriarcal, falocéntrico, monógamo, heterosexual e hipócrita de la familia judeocristiana;
b) eurofobia, odio a la Unión Europea por plantar cara a la hegemonía estadounidense y sus aspiraciones imperiales, belicistas y teocéntricas en todo el mundo;
c) islamofobia, odio a los musulmanes por suponer una amenaza al quasimonopolio que la Iglesia Católica ha ostentado, a sangre y fuego, durante siglos en Occidente;
d) rojofobia, odio a la izquierda por poner en entredicho los privilegios seculares que las clases pudientes detentan por una macabra combinación de imposición armada y coacción moral;
e) onufobia, odio a las Naciones Unidas y al derecho internacional público, como máxima expresión de la voluntad de los ciudadanos del mundo de regirse por una legalidad consensuada y democrática, frente a las tentaciones totalitarias del Trío de las Azores y su "cruzada" contra los derechos humanos;
f) catalanofobia, vascofobia... y pronto, gallegofobia, al acabar los nacionalismos periféricos con el sueño (o pesadilla) de una España Grande y Libre heredada del franquismo, y alentada por la derecha más ultramontana del continente.
En fin, los ejemplos son infinitos, pues si algo caracteriza a la derecha política y clerical no es su adhesión al Evangelio del Amor proclamado por Jesús de Nazaret, sino al Apocalipsis del Odio que difunden por todo el orbe George Bush y José María Aznar, codo con codo.