Hace unas semanas, leí en El Mundo un amplio reportaje ensalzando el "éxito económico" de las Islas Baleares. Entre las frases más o menos pomposas del mismo, recuerdo especialmente una del Presidente del Gobierno Autónomo, Jaume Matas (PP). Decía: "el éxito de Baleares se resume en esta frase: todo privado".
No puedo negar que me sorprendió que un representante de los poderes públicos atribuyese todas las virtudes precisamente a lo que no es público. Me pregunté: y este señor, ¿por qué se dedicará a la política, si tanto le entusiasma el mundo empresarial?
Ya tengo la respuesta. Al saber que Pedro J. y Jaume Matas se han hecho favores mutuamente (éste, permitiéndole conservar para uso "privado" una piscina construida en terreno público; aquél, publicando infundios en su periodicucho vertical), todo encaja. Funciona así: yo me presento a las elecciones para utilizar recursos públicos en beneficio nuestro, y tú utilizas la libertad de expresión para mentir y manipular a la población.
¿Lo entienden ahora? Los oligarcas de siempre, pero divididos en dos.
"Ibón Asensi, abogado y concejal del PP en Paiporta (Valencia), es el abogado de todos los miembros detenidos en 1997 en Valencia por su pertenencia al GIA. entre ellos Allekema Lamari (uno de los jefes del comando que atentó el 11 de marzo de 2004 en Madrid) y Abdelkrim Bensmail" (de los periódicos).
¿Qué papel juega este político de la derecha del PP en la trama del 11-M? ¿Quizás fue el propio Partido Popular el que urdió el atentado, para atribuírselo a ETA y así ganar las elecciones?
¡Queremos saber la verdad! ¡PP, cómplice de los verdugos! ¡Elecciones generales ya!
(¿Qué? ¿A que parece absurdo? Pues la noticia es cierta. Y la interpretación, tan delirante como la de una supuesta trama asturiana del 11-M. Para locos, todos).
Andan los fundamentalistas católicos enfrascados en una campaña de "salvación" de un cadáver viviente, una tal Schiavo, que si sobrevive es porque la han enchufado a una maraña artificial de máquinas contranatura.
Pues bien, resulta que a Franco le aplicaron la eutanasia, con el consentimiento de un cardenal. Lo he documentado en el libro de Stanley G. Payne, El régimen de Franco (Alianza Ed., Madrid, 1987, pp. 647-648):
"Durante las dos últimas semanas, [Franco] permaneció suspendido entre la vida y la muerte como un hombre mecánico, lleno de tubos conectados a todo tipo de aparatos médicos. Tras la tercera operación, su hija Carmencita sugirió que se suspendieran los tratamientos artificiales y se le dejara morir en paz. [...] El cardenal Tarancón estuvo de acuerdo, comentando que 'hay que tener piedad de los ancianos y dejarlos morir tranquilos'".
¿Qué ocurre? ¿Es que, en treinta años, el concepto católico de "muerte digna" ha dado un giro de 180 grados, y ahora significa justo lo contrario que hace cuatro días? ¿O es que sólo tienen derecho a ella los dictadores, caudillos y personal próximo a la jerarquía eclesiástica?
No tengo ninguna duda de que, llegado el momento, con Karol Woytjla harán lo mismo. Claro que sólo lo sabremos mucho tiempo después: para entonces, los católicos quizás hayan vuelto a cambiar de opinión y ensalcen lo que ahora condenan como obra del diablo.
¡Bonita coherencia!
Hay muchas formas de dar un golpe de Estado: desenfundando el sable, invadiendo el Congreso de los Diputados o (la más sutil y mezquina) erosionando tenaz y voluntariamente las instituciones democráticas. Este es el camino del Partido Popular: poner en entredicho la independencia del Poder Judicial en la investigación del 11-M, negando la legitimidad de la victoria del PSOE en las urnas, esparciendo sombras sobre la actuación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, utilizando sus periodicuchos como plataformas de difusión de infundios y mentiras...
Estos golpistas de nuevo cuño son los mismos que se escandalizan cuando se retira de la vista pública la estatua ecuestre de un dictador sanguinario, al cual (por lo que parece) le deben mucho de su ideario intelectual y político.
Estos golpistas, losantistas de alpargata y cuchillo largo, abecistas desmelenados con crucifijo y santoral en la mano, pedrojotistas a sueldo de los oligarcas franquistas, son los que quieren tumbar la democracia desde dentro. Su ideal de gobierno ya lo quiso imponer Aznar, y el Pueblo español lo apartó de un plumazo. Ahora quieren volver a intentarlo con malas armas, como los cobardes, como los fascistas.
Si, como dicen Bush y los fundamentalistas cristianos, la vida es sagrada y hay que preservarla desde el principio hasta el fin, ¿por qué en Estados Unidos rige la pena de muerte?
¿Por qué envían a sus soldados a países extranjeros para morir y para matar?
¿Por qué sustentan un sistema social injusto, en el que millones de personas carecen de hogar y derechos sociales?
¿Cuál es la religión en la que creen Bush y sus secuaces? ¿La de la vida digna o la de la explotación sin escrúpulos del prójimo?
¿Será por eso que quieren que sus conciudadanos vivan mucho, para poder sacarles la sangre mejor?
Un cardenal vaticano ha pedido a los católicos que ni lean, ni vendan la novela El código Da Vinci.
La noticia no es que lo pida porque sea mala (que, al parecer, lo es un rato largo), ni porque sea blasfema e impía (total, es una ficción, un argumento ilusorio), sino que, por primera vez en siglos, El Vaticano no ha hablado "urbi et orbe".
Por primera vez, y creo que hay que celebrarlo, la curia romana se ha dirigido a los socios de su club, a sus fieles, y no ha intentado que sus preferencias, inclinaciones y prejuicios se conviertan en la norma aplicable a todos los ciudadanos.
Esto hay que saludarlo como un avance enorme: significa que la Iglesia Católica admite que su verdad rige para aquellos que deciden admitirla, y no debe ser impuesta a los demás.
¡Bravo!
Esperemos que este sea el principio de una nueva senda: la que devuelva a la fe al fuero del corazón personal. No queremos más mullahs, sino personas más humildes y más tolerantes.
La laicidad es una actitud abierta que admite todo tipo de creencias en su seno.
El "laicismo militante" que se ha inventado El Vaticano es una ideología excluyente que prohíbe la expresión pública de las manifestaciones religiosas. Yo no la comporto, y no creo que en España haya casi nadie que piense así.
El "clericalismo militante" es otra ideología, que lleva siglos vigente, que reclama para la Iglesia un liderazgo civil que no debe tener, pues su ámbito propio es el de las conciencias personales.
Mientras que Dios, Jesús y la religión son conceptos perfectamente respetables y compatibles con la democracia, ni el laicismo militante ni el clericalismo lo son, pues se trata de actitudes que marginan a quienes no las comparten.
En conclusión: laicidad y religión, sí; laicismo y clericalismo, no. Nada de luchas: derechos y respeto para todos.
Se está hablando mucho en los últimos meses de la necesidad de denunciar el Concordato vigente entre España y El Vaticano.
Los Acuerdos que firmó el demócrata-cristiano Oreja Aguirre con El Vaticano en 1979, y que complementan el Concordato de 1953, fue redactado de manera privada, no por los ponentes constitucionales, sino por el lobby del Opus Dei que temía perder, en el nuevo marco político, sus privilegios seculares.
El marco vigente, por ejemplo, contiene cláusulas absolutamente contrarias a la Constitución de 1978, como por ejemplo, que la enseñanza pública deberá inspirarse en los valores cristianos... claro que no se sabe a cuáles se refieren los prelados, si al derecho a quemar en la hoguera a los disidentes o a perseguir a los ateos con la espada en la mano. Personalmente, me resulta mucho más estimulante el programa de la futura asignatura de "Educación en valores" que ha preparado la Cátedra de la Laicidad de la Universidad Carlos III, en la cual sí sabemos exactamente lo que se quiere transmitir a los escolares: el valor del respeto, del diálogo, de la igualdad y de la tolerancia. Vamos, todos ellos pautas inspiradas en la Constitución aprobada en referéndum, y no en ninguna Biblia supuestamente revelada.
Es imprescidible redefinir las relaciones entre el Estado español y la Iglesia Católica, según el principio de mutua independencia y autonomía. Así, los católicos podrán creer en lo que quieran, mientras que el resto de ciudadanos podrán decidir no creer, y vivir de acuerdo con ello.
Respeto y tolerancia mutuas: ese es el mensaje de la laicidad.
He leído una noticia en la prensa que me ha impresionado favorablemente. Se trata de lo siguiente.
El Grupo Pascual tiene una planta de procesado de zumo de naranja en un pueblo de Córdoba. La fábrica se surte de las naranjas de la localidad, con cuyos plantadores mantiene acuerdos estables y duraderos. Con las heladas de hace unas semanas, la cantidad de fruta descendió mucho, y las previsiones de la empresa corrían peligro. Sin embargo, lejos de dar la espalda al pueblo en el que se implanta, Pascual prefirió apostar por él y esperar a recolectar toda la fruta que pudiera (con el coste que ello le suponía) en lugar de importarla del extranjero. Su argumento fue que era consciente de la importancia que tenía la empresa para el municipio, y los perjuicios que causaría entre los agricultores actuar de esa manera.
Este es un ejemplo de ética empresarial que marca un hito. Supone un ejemplo a difundir y a imitar, en este marco de capitalismo salvaje e inhumano que no repara en víctimas para acumular más y más beneficios. Si todas las empresas se comportasen con tanta dignidad y sentido humano, viviríamos sin duda en un un mundo más estable y armónico.
¡Bravo por Pascual! Un diez para ellos.
Según leí recientemente en las páginas de ¡QUÉ!, la Federación Española de Entidades Religiosas ha remitido al Gobierno y a las entidades islámicas europeas una propuesta para que se declare "apóstata" a cualquier terrorista. Supongo que se referirá "a cualquier terrorista que mate en nombre de Dios, Alá o Yahvé".
Y es que es lógico: ¿cómo puede llamarse a sí misma religiosa una persona que mata a otra persona en nombre de Dios, Alá o Yahvé? Ilógico. Pues bien: eso es lo que en su momento hicieron los cruzados, los inquisidores, los carlistas o los nacionales en la Guerra Civil.
Si todas las religiones y las iglesias excomulgasen inmediatamente a cualquier persona que violara los mandamientos que ellas mismas postulan (no matar, no robar, etc.), nadie podría mentar el nombre de su Dios en vano y las creencias tendrían mayor credibilidad.
¿Por qué no lo hacen? Fácil: porque, tras el nombre de religión, se oculta una vasta trama de intereses materiales e ideológicos, que son los que motivan a quienes mandar asesinar a otros seres humanos. No es por Dios ni por Alá, por lo que los poderosos de todas las épocas han organizado guerras santas: es por el poder y por sus intereses.
Más espíritu y menos codicia: eso es lo que le devolverá a las religiones su honorabilidad perdida, y no clases en la enseñanza pública ni subvenciones estatales.