25 de Febrero 2005

SECULARIZACIÓN Y MORAL LAICA

Las múltiples tensiones sociales de la Iglesia tienen como trasfondo un cambio sociocultural que no siempre advertimos. La sociedad española ha vivido un fuerte proceso de desarrollo en las últimas décadas y ha generado una secularización de la vida y un cambio en la comprensión del hecho religioso. En las sociedades tradicionales, como la española hasta la década de los sesenta, lo religioso era determinante de la vida en todos los aspectos. No había acontecimientos personales ni regulaciones colectivas que no estuvieran impregnadas de elementos religiosos (fiestas, costumbres, leyes, valores). Dios era omnipresente en la vida de los ciudadanos, ya que todo se veía desde la perspectiva de la voluntad de Dios, asumiendo los acontecimientos en relación con su providencia. De ahí el enorme poder social de la Iglesia y sus representantes.

La secularización, no sólo para las personas sin religión, sino también para los creyentes, implica el surgimiento de una vida autónoma, profana, humana y cívica que tiene un valor por sí misma y que se vive al margen de la religión. Hay una laicización de la vida y las actividades seculares cobran valor y significación por sí mismas, sin relación necesaria con Dios. Éste
queda desplazado al ámbito religioso, que forma parte de la vida y es importante para los creyentes, pero que ya no lo abarca todo. Se es ciudadano y se puede ser persona religiosa, pero la vida social deviene
secular, laica y autónoma. Dios deja de ser referente total para la sociedad y ésta no se regula religiosamente.

Surge, por tanto, una legislación y una normatividad autónoma de la filiación religiosa. La religión sigue siendo vigente para los creyentes en el foro de la conciencia y puede inspirar sus actividades y motivar sus comportamientos cívicos, pero deja de ser el referente para la sociedad profana. Surge así una moral laica, sin teología, y una legislación que no se adecúa a los principios religiosos de muchos ciudadanos. Éstos deben contribuir a la vida pública desde sus convicciones y testimoniar y argumentar a los demás ciudadanos, pero sin caer en el error de querer imponer, vía legislación estatal, ni de sacralizar los comportamientos. Hay que discutir sobre los comportamientos sociales, no porque sean pecaminosos o no, sino con argumentos morales, humanistas y ciudadanos profanos y seculares.

Las tensiones surgen cuando algunos no asumen la nueva situación cultural y persisten en criterios propios de la época anterior. Si antes se vigilaban las costumbres para que no fuesen pecaminosas en una
sociedad religiosa, ahora se asume el rol de guardián de la moral de la sociedad.

Cuando se admite un comportamiento considerado pecaminoso, se ve esto como una afrenta y un ataque directo a la Iglesia. El problema es que una gran mayoría no acepta esa visión porque bloquearía cualquier desarrollo y autonomía de la sociedad. Si además se añade que la moral desde la que se juzga la evolución es inaceptable para una gran parte de la sociedad, incluidos muchos creyentes, se comprende el rechazo generalizado que provoca.

El problema eclesiástico es cómo encontrar un lugar en el nuevo orden social que impone la secularización, porque sus viejos roles han sido superados por la evolución. De ahí el peligro del gueto social para la jerarquía; el desprestigio creciente de doctrinas obsoletas y magisterios inadecuados; el aumento progresivo de creyentes, y también de ciudadanos, que cada vez se desinteresan más por la opinión oficial de
la Iglesia y se orientan sin referencias religiosas.

Éste es un gran reto para el cristianismo de nuestro país. También lo es para la sociedad que se ha secularizado y emancipado, pero que sigue sin encontrar una respuesta a la pregunta de quién va a ocupar el lugar que antes tenía la Iglesia a la hora de construir un orden moral justo, una sociedad más humana, y un conjunto de valores educativos y cíyicos reguladores de la conducta.

Celebramos los cuarenta años del Vaticano II y sus retos de aggiornamento y reforma de la Iglesia y de diálogo con el mundo y la modernidad, forman parte de la herencia no cumplida que hemos recibido. La paz social y la vitalidad y pervivencia del hecho religioso en nuestra sociedad, siguen dependiendo, en buena parte, de la transformación de la Iglesia española.

La jerarquía española, que tanto luchó en el Concilio contra la libertad religiosa y la consiguiente separación entre la Iglesia y el Estado, necesita asumir que la época del nacionalcatolicismo ha acabado, que vivimos en una sociedad laica y secularizada, y que necesita renovar su doctrina moral, de la que difieren en la teoría y en la praxis ciudadanos y católicos.

JUAN A. ESTRADA, Catedrático de Filosofía de la Universidad de Granada.

Publicado en: Diario de Sevilla, 5 de febrero de 2005

Escrito por MUTANDIS a las 11:38 AM | Comentarios (0)

¡VIVA LA LIBERTAD RELIGIOSA!

La Iglesia Católica ha demostrado durante toda la historia de España, desde 1492 hasta 1975, su afinidad y connivencia con las formas represivas del poder político. La Inquisición (que duró hasta bien entrado el siglo XIX) fue su arma de exterminio de toda disidencia política, ideológica y moral: miles de personas murieron o fueron violentamente silenciadas por creer que tenían derecho a pensar como quisieran. Asimismo, el catolicismo se opuso siempre a la separación entre el Estado y la Iglesia, a la libertad de enseñanza, a la libertad de pensamiento, a la libertad de vivir. Sus dogmas fueron, gracias al apoyo armado de los reyes y dictadores, de obligado cumplimiento para millones de españoles víctimas de ese imperio de la Única Fe en un Único Dios.

Todo ello terminó con la aprobación de la Constitución de 1978. En ella, se recobraba la idea republicana de un Estado aconfesional en el que la libertad religiosa ha quedado GARANTIZADA para todos los españoles: católicos, protestantes, judíos, musulmanes... a condición de que ellos, los creyentes, respeten a quienes no lo son. Aun así, la Iglesia Católica, transmitiendo las órdenes teocráticas que les imponen desde El Vaticano, sigue pretendiendo gobernar las conciencias individuales de los españoles: oponiéndose a las iniciativas legislativas que se aprueban por mayoría en las instituciones públicas, condenando a quienes no siguen sus dictados homófobos y machistas, excluyendo de la comunión a todos los que no tragan sus ruedas de molino... Más aún: la Iglesia Católica ha entablado con el PP una estrategia común para desbancar al Gobierno legítimamente emanado de las urnas, con el propósito confesado de restablecer la religión católica como guía y antorcha de los destinos nacionales (véase la frustrada LOCE). Poco les importa, a los representantes del nacionalcatolicismo más rancio y carpetovetónico, que los españoles hayamos dicho NO a la imposición religiosa y SÍ a la libertad de creer en lo que se quiera, incluso en la increencia: su pulsión imperial les puede, por eso tratan de agitar a las masas en contra del Gobierno con bulos y mentiras sin base ninguna.

La laicidad, como marco de respeto y convivencia, apuesta por la libertad religiosa de todos los ciudadanos... siempre que éstos admitan el derecho a la disidencia, cosa que el catolicismo NO HACE, pues su propia esencia es intolerante y excluyente. Nada tiene que ver esta ideología represiva y medieval con el mensaje de Cristo, que murió en la cruz por combatir todos los valores que defiende la Iglesia: el poder, el dinero y la opresión de unos sobre otros. Muy distinta es la iglesia de los pobres, que difunde un evangelio de la igualdad y del amor: pero, como sabemos, los defensores de la liberación son repetidamente excomulgados por un Papa dictador y una oscurantista Congregación para la Doctrina de la Fe.

Que los católicos hablen de persecución religiosa, cuando ellos son los que SIEMPRE han perseguido a los que no se plegaban a sus deseos, no puede ser otra cosa que un sarcasmo vil y mezquino. Laicidad es respeto mutuo: incluso para creer en dioses. Catolicismo es intolerancia extrema: a la Historia me remito.

Escrito por MUTANDIS a las 11:25 AM | Comentarios (0)

24 de Febrero 2005

ACTO DE LA PLATAFORMA LAICA

MADRID, EUROPA PRESS.

La Plataforma Ciudadana por una Sociedad Laica, integrada por 50 asociaciones de distintos ámbitos sociales, hará público mañana un Manifiesto en el que denuncia una "ofensiva neoconfesional y neoconservadora" contra el Gobierno de Rodríguez Zapatero.

El Manifiesto, al que ha tenido acceso Europa Press, precisa que "en los últimos tiempos se está produciendo una campaña mediática sobre el Gobierno actual por parte de ciertos sectores conservadores católicos apoyados por la jerarquía eclesiástica, cuyo fin es deslegitimar las iniciativas legislativas progresistas que el actual Gobierno está promoviendo".

El documento añade que "ante este conjunto de presiones, la Plataforma Ciudadana por una Sociedad Laica estima que es legítimo el ejercicio de la libertad de expresión que tiene la Iglesia, pero que sin embargo se convierte en actuación antidemocrática cuando se plantea como intento de impedir el cumplimiento de compromisos democráticos adquiridos ante la ciudadanía o de deslegitimación de decisiones que corresponde adoptar al Congreso de los Diputados en el ejercicio de su soberanía".

La plataforma aprovecha para reivindicar sus propuestas de Estado aconfesional a todos los niveles, con un Estatuto de Laicidad, y también reclama "la revisión de los acuerdos suscritos entre el Estado español y la Santa Sede en el año 1979, particularmente en los aspectos relacionados con la enseñanza de la religión y la autofinanciación de la Iglesia".

El Manifiesto de la Plataforma será presentado mañana en el Círculo de Bellas Artes por la escritora y diputada Carmen Alborch, el cantante Ramoncín, el sacerdote y teólogo Benjamín Forcanos y el rector de la Complutense madrileña, Carlos Berzosa, en un acto en el que está prevista la asistencia de parlamentarios de distintos grupos parlamentarios, a excepción del PP.

24 de febrero

Escrito por MUTANDIS a las 1:36 PM | Comentarios (0)

23 de Febrero 2005

ZP Y LAS VIRTUDES CRISTIANAS

Aunque se le acusa de haber desatado una campaña en contra de la religión, yo creo que el actual Presidente del Gobierno encarna a la perfección las virtudes cristianas.

Al menos, eso es lo que le reprochan sus críticos más acérrimos.

Cuando Zapatero expuso ante el Plenario de Naciones Unidas su idea de promover una Alianza de Civilizaciones y un gran Pacto contra el Hambre, las derechas españolas se mofaron abiertamente de él: en el mejor de los casos, le tildaron de cándido, de infantil, de alumno aplicado, de creer en mundos ideales. Lógico. Para las derechas, el mundo se mueve por valores materiales, por fuerzas físicas, por intereses: cualquier programa que tenga por finalidad promover principios de solidaridad o humanidad ha de sonar, a los oídos de los banqueros y los mercaderes, a entelequia digna de risa.

Ahora bien, ¿no es la lucha en favor de los desfavorecidos y de la armonía entre todos los seres humanos una invocación específicamente evangélica? A buen seguro, las propuestas de Zapatero habrían agradado a Jesucristo.

Otro ejemplo. Cuando Zapatero defendió —con éxito— que el lehendakari Ibarretxe pudiera exponer su controvertido Plan en el Congreso de los Diputados, recibió numerosas críticas por parte de las derechas. Pero uno de los reproches que más me llamó la atención fue el que formuló en un programa de televisión Ignacio Villa, director de informativos de la Cadena COPE (emisora de radio propiedad de la Conferencia Episcopal). Este señor le censuraba a ZP el haber permitido que Ibarretxe se expresara en las Cortes Generales en nombre del “amor universal”. Es decir: al emisario de los obispos (ya que, como se sabe, en el seno de la Iglesia Católica sus portavoces no tienen criterio propio, sino que se limitan a trasladar el de su amo) le repugna que se haga política con sesgo filantrópico y fraternal. No es raro: a una institución que ha practicado históricamente la represión, la tortura, el terrorismo espiritual y el exterminio del enemigo, el amor universal se reduce a… ¿querer al Papa?

Es un sarcasmo que quienes se reputan como herederos del cristianismo se opongan a la práctica de las virtudes que impulsó el fundador de su propio credo.

Pero yo voy aún más allá: Zapatero está llevando una política que aplica, punto por punto, los valores cristianos (no católicos) más esenciales: el amor por los desfavorecidos, el respeto por la diferencia, la tolerancia, la libertad, el pluralismo, la igualdad de derechos. Estos valores se están plasmando en acciones de gobierno, en programas concretos:

a) el impulso de una política fiscal destinada a corregir las desigualdades sociales y la solidaridad entre los territorios;

b) el reconocimiento de los plenos derechos civiles de todos los individuos, con independencia de su orientación sexual;

c) la apuesta decidida por el sector público, garante de los derechos sociales de todos y todas, frente al neoliberalismo salvaje de los “propietarios”;

d) el impulso a la promoción de viviendas de protección oficial, castigadas duramente por el gobierno de José María Aznar y su defensa de las operaciones especulativas sobre el suelo;

e) la incorporación del diálogo como principio instrumental básico de la elaboración de las normas democráticas, como se ha demostrado en la reciente concertación social entre patronal y sindicatos.

En fin, la lista es interminable. Sea como fuere, la acumulación de ejemplos no aumentaría la solidez de esta evidencia: que el socialismo es la ideología que lleva los valores cristianos de piedad, caridad y fraternidad al terreno de los hechos, mientras que el catolicismo (con su apoyo constante a las clases privilegiadas y sus prácticas inquisitoriales y discriminatorias) prefiere que se mantengan en el limbo de los ideales, sin traducción práctica en el ámbito de la sociedad.

¿Zapatero, caballero cristiano? A la vista de los hechos, habría que empezar a creer que sí.

Escrito por MUTANDIS a las 10:44 AM | Comentarios (0)

EL PAPA CONDENA LA DEMOCRACIA

Tras muchas semanas dándole vueltas a lo mismo (que si la Iglesia Católica es enemiga, por naturaleza, de la democracia; que si El Vaticano ha defendido y defiende valores contrarios al Estado de Derecho; que si la jerarquía eclesiástica discrimina a las personas y vulneras sus derechos fundamentales...), el Papa ha hablado.

Según he leído en la prensa de hoy, en el último libro que le han escrito al Papa en su nombre, éste asegura que el Parlamento Europeo y las democracias occidentales son "herramientas al servicio dela ideología del Mal". Lo mismo que dice Bin Laden, vamos, del que sólo se distingue el Santo Padre en que el saudí lleva un turbante más grueso y luce barba.

La discusión, pues, ha terminado. Para el catolicismo (no ahora, sino desde siempre y para siempre), la democracia es una enemiga a batir. ¿Por qué? Porque declara la independencia del rebaño respecto del pastor que desearía conducirlo a sus propios prados. No es raro, pues, que ante el espectáculo de unas sociedades regidas por sus propios ciudadanos, el Papa, Matzinger, perdón, Ratzinger, Rouco y los demás se alarmen y llamen a sus acólitos a las barricadas. Quieren devolvernos a la Edad Media, cuando ellos mandaban y todos los demás, les seguían la corriente.

Con las palabras del Papa, máxima autoridad en lo que se refiere a esta discusión, y que además no se equivoca nunca (dogma de fe), se cierra un debate vano y fútil, porque en el vientre de la Iglesia Católica está inscrito este mandamiento: "obedecerás y te abstendrás de conducirte por ti mismo".

Dicho lo cual, que crea quien quiera, y quien no, que vote en democracia.

Escrito por MUTANDIS a las 10:43 AM | Comentarios (0)

11 de Febrero 2005

LA PULSIÓN TEOCRÁTICA

La pulsión teocrática de la Iglesia Católica es consustancial a su propia naturaleza. Y es que, expulsando el origen de la soberanía política a los limbos celestiales, la jerarquía eclesiástica se blinda ante las lógicas acusaciones de arbitrariedad con el clásico salvoconducto: “así lo quiere Dios” quien, además, tiene línea directa conmigo.

Basta el siguiente fragmento para constatar con qué desfachatez El Vaticano avala un determinado orden sociopolítico basado en la sumisión al poder, con el único argumento de que la apelación a la obediencia resulta tolerable para un creyente en mayor medida que para uno que no lo es:

“Puesto y reconocido universalmente que, en cualquier forma de gobierno, la autoridad viene sólo de Dios, pronto la razón encuentra legítimo en los unos el derecho de mandar, y connatural en los otros el deber de obedecer, sin que esto sea disconforme a la dignidad personal, porque se obedece más bien a Dios que al hombre” (León XIII, “Praeclara gatulationis”, exhorartación evangélica, 20 de Junio de 1894).

En suma: la teocracia, como tiranía eclesiática basada en la monopolización de la autoridad, mal puede conjugarse con la democracia, que se fundamenta en la voluntad popular diseminada en todos y cada uno de los ciudadanos libres, adultos y responsables de sí mismos.

Escrito por MUTANDIS a las 12:14 PM | Comentarios (1)

9 de Febrero 2005

AYER POR LA NOCHE, MAÑANA POR LA MAÑANA

"Las tradiciones son simplemente pautas colectivas que se autorrefuerzan en la medida en que se cree en ellas y son seguidas, pero no suministran por sí mismas razones ni para lo uno ni para lo otro.

Mediante sucesivos actos del legislador, el matrimonio pasó de ser indisoluble a ser disoluble, y de ser discriminatorio a ser igual. Y no se ve bien por qué no puede del mismo modo pasar ahora a ser tanto heterosexual como homosexual.

[Como explicaba Jehring, los conceptos nacen y mueren con las normas de las cuales han sido tomados. Si esas normas son derogadas por resultar inadecuadas, también los conceptos deberán desaparecer o adoptar otra forma].

Los conceptos jurídicos, es decir, entidades tales como “hipoteca”, “propiedad” o “matrimonio” no son realidades de ningún tipo, sino herramientas lingüísticas para referirse a haces de derechos y deberes que se contienen en las normas jurídicas”.

F.J. LAPORTA, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, “El ornitorrinco y el Consejo de Estado”, en El País, 1 de febrero de 2005.

Claro que para llegar a esta conclusión no hacía falta leer El País, ni siquiera leer nada nuevo: bastaba con recordar nuestras clases de lenguaje primero de BUP, en las cuales se explicaba (al menos a mí me lo explicaron) que la relación entre el signo lingüístico y los objetos de la realidad no es natural, sino… “arbitraria y convencional”. Es decir: pactada por la comunidad de los hablantes y, como tal, susceptible de modificaciones infinitas.

En realidad, quien se aferra a lo que los conceptos significaban hasta ayer por la noche no lo hace por un presunto respeto a la tradición o a la historia, sino por el miedo a las consecuencias que conllevan la revolución que se anuncia para mañana por la mañana.

Escrito por MUTANDIS a las 11:24 AM | Comentarios (3)

ENEMIGOS DEL ESTADO

Hace unos días concluyó un congreso en Sevilla en torno a la obra y el pensamiento de José Ortega y Gasset. Lejos de tratarse de un evento puramente académico, se constata un hecho sorprendente: la reactivación, por parte de ciertos sectores de la sociedad española, de cierta herencia del pensamiento orteguiano, quizás en una dirección un tanto inquietante.

No se trataría ahora de vindicar aquella rama de su obra más teórica e inactual (el raciovitalismo, la indagación sobre la sustancia histórica o sus fértiles inquisiciones quijotianas), sino las dos patas más discutidas, y discutibles, de su legado: la reflexión sobre la vertebración de España y el ataque al Estado como institución social.

En este texto me voy a centrar en la recuperación, prácticamente intacta, de las críticas que Ortega y Gasset vierte en La rebelión de las masas (1920) contra el Estado, por parte del nacionalcatolicismo redivivo en la pinza PP–Iglesia Católica.


1. La rebelión de las masas.

Con un diagnóstico apocalíptico, Ortega emprende una diatriba contra la apropiación, por parte del Pueblo (a quien, despectivamente, él califica de “las masas”, aunque en realidad le habría gustado llamarlo “el rebaño”), de un poder que, en buena lid, no debería pertenecerle.

¿Por qué? Pues porque el Pueblo, la masa, “ha venido al mundo para ser dirigida” por parte de las élites regentes, pues los ciudadanos como cuerpo social “no han venido ha hacerlo por sí”: necesitan, según él, “referir su vida a la instancia superior, constituida por las minorías excelentes”, algo así como una oligarquía de personas distintas y superiores jerárquicamente al resto del cuerpo social. Este principio, lejos de ser una opción ideológica (y de clara raigambre autoritaria), para Ortega se le antoja “una ley de la física social”, un hecho incuestionable: un dogma.

Este dogma sociopolítico proviene, para Ortega y Gasset, de un concepto antropológico determinado: “que el hombre es, tenga de ello ganas o no, un ser constitutivamente forzado a buscar una instancia superior”. No especifica si dicha instancia es humana o sobrehumana. Para el caso, es indiferente: en cualquier caso, impele al individuo a referirse a una trascendencia, lo cual choca radicalmente con la vocación inmanentista que caracteriza a la democracia ilustrada moderna.Según esta tradición, que es la nuestra, lo único trascendente es el Pueblo mismo, la voluntad popular, el bien común que va más allá del interés particular, pero que no lo combate, sino que lo aúna en la armonía y el consenso dialógico y construido entre todos.

Que “pretender la masa actuar por sí misma es rebelarse contra su propio destino” no deja de ser una evidencia histórica: rompiendo las cadenas de la sumisión, los hombres y mujeres antaño sojuzgados por poderes mundanos muy concretos, se liberan del yugo y deciden refundar la sociedad en función de principios jurídicos, de derechos y deberes, y no del ejercicio de la fuerza unilateral.

Claro que esta subversión, a Ortega no deja de parecerle una abominación, pues “consiste en no aceptar cada cual su destino” que, en el caso de la masa sería el de obedecer, claro, el plegarse a los dictados de las minorías excelentes. El espartaquismo implícito en la democracia sería tanto como un atentado contra el orden “natural” del mundo, que para él se articula en dos grandes polos inamovibles: el de los amos y el de los esclavos. Éstos, para actuar en consonancia con la auténtica Ley, deberían conformarse y acatar.

Es imposible no emparentar este diagnóstico de la democracia ilustrada como inversión de la lógica amos-esclavos con los análisis nietzscheanos, según los cuales el cristianismo implicaría la imposición de una moral de los débiles, constituidos en mayoría, sobre la liberalidad de los superhombres amorales. En ambos casos, el común de los individuos es percibido con la suspicacia propia de quien cree que todos somos iguales, sí, pero unos más iguales que otros.


2. El mayor peligro, el Estado.

La cristalización de la rebelión de las masas es el Estado. En eso estamos de acuerdo todos, los oligarcas orteguianos y los demócratas ilustrados. En el Estado se coagula y estabiliza el dinamismo confrontado de la sociedad, dando forma a principios que regulan (sin obstruirlo) el flujo caótico de los intercambios personales. Frente al orden impuesto por una minoría selecta de amos soberanos, el Estado implanta una administración legitimada por todos de los asuntos que a todos nos incumben.

A Ortega no le parece así. Por el contrario, el Estado es “una máquina formidable”, con lo cual se coloca en primer plano una supuesta naturaleza impersonal de la Administración pública. Esta máquina ejerce “un poder anónimo” que implica la “anulación de la espontaneidad histórica” que ha de presidir el devenir de la especie. Lo que no se entiende es por qué a Ortega le repugna, entonces, la rebelión de las masas, si ella ha sido producto, justamente, del ejercicio de la soberanía espontánea de los esclavos. Ah, claro, olvidaba que los sucesos históricos sólo son libres y espontáneos si los protagonizan las minorías excelentes, los amos: los que llevan a cabo las personas de a pie, por el contrario, son siempre antinaturales y perversas. No en vano, Ortega afirma que “cuando las masas triunfan, triunfa la violencia y se hace de ella la única ratio, la única doctrina”. Nada dice el filósofo de la violencia con la que los amos mantienen a los esclavos uncidos al yugo de la sumisión: será porque a ésta la considera “natural”.

Según Ortega, la erección del Estado como máxima instancia de autoridad tiene y tendrá siempre consecuencias nefandas (para los amos, se supone): “la espontaneidad social queda violentada una vez y otra por la intervención del Estado; ninguna simiente podrá fructificar. La sociedad tendrá que vivir para el Estado; el hombre, para la máquina del gobierno”. Pero no acaban aquí las desgracias: “el Estado, después de chupar el tuétano a la sociedad, se quedará hético [sic], esquelético, muerto con esa muerte herrumbrosa de la máquina”. En resumen: el Estado no sólo lleva a la sociedad a la muerte, sino que acaba muriendo él mismo de inanición.

No es extraño que, ante semajante panorama, Ortega aplaudiera la irrupción en la vida española de un “cirujano de hierro”, Primo de Rivera, que acabara con la atonía social imponiendo de nuevo la lógica natural de las cosas: los que mandan, arriba y la masa, abajo, sometida y balando.


3. Democracia morbosa.

En descargo de Ortega hay que decir que poco tiene que ver el Estado social, democrático y de derecho que consagra la Constitución Española con el aparato anticuado, ineficiente y burocratizado de la Restauración. Por ello resulta tanto más inactual, o directamente anacrónico, apelar a la tradición sociopolítica de Ortega en la España actual: porque ignora la transformación que han experimentado tanto el Estado como la sociedad en los últimos treinta años. Concretamente, desde la muerte de Francisco Franco, cabe recordar, el fundador de uno de los Estados más omnímodos, paternalistas y petrificantes de la Europa contemporánea.

Que dicha revitalización de un pensamiento exangüe se está produciendo puede comprobarse un día sí, otra también en los medios de comunicación del nacionalcatolicismo español. Me voy a limitar a enumerar unos ejemplos, que ilustran sobradamente mi tesis.

a) En un artículo publicado por Manuel Martín Ferrand en ABC el pasado 21 de enero de 2005, titulado “¿Como en los años treinta?”, se plantea el autor que la española es una “sociedad sin ideales (?) y con límites tan escasos como marque cada día la elástica conciencia de las mayorías. Una sociedad en demoledora pasión igualitaria [= de masas] que rechaza la excelencia [= de las élites regentes], ignora el mérito del esfuerzo, desprecia el sufrimiento de la constancia y niega los frutos del talento (?)”. En todo esto, el autor no quiere ver más que un estado de cosas al que nos han conducido los diez meses escasos de gobierno socialista. Ninguna responsabilidad tienen los ocho años de gobierno de la derecha, ni cuarenta de dictadura franquista. La culpa es de los rojos y de su culto a las masas, en desprecio de las minorías excelentes —las cuales, por cierto, nada han hecho nunca por el bien común de los ciudadanos, sino en su propio beneficio.

b) En un artículo publicado por Alfonso Pérez Moreno en ABC, titulado “La excelencia y el rito” (3 de febrero de 2005), este catedrático de derecho aboga porque “los derechos fundamentales, en todas sus manifestaciones individuales, sociales y de realización cultural de la especie humana, se apoyan en el deber ser que es la excelencia”. Para ello, el autor defiende “el esfuerzo, la entrega, la generosidad, el sacrificio” y un larguísimo etcétera de virtudes teologales que, según él, se ven vulneradas por el ascenso al poder de los “carboneros”, o sea: de la masa roja y enemiga de las élites regentes. Y, para apoyar su tesis, cita un artículo titulado “Democracia morbosa”… ¡de Ortega y Gasset! La revitalización es, aquí, directa y manifiesta.

c) En el semanario católico Alfa y Omega, editado por el Arzobispado de Madrid, la descalificación de la democracia como sistema político y del Estado como máquina de poder anónimo es continua; tanto, que resumirla sería una tarea ingente. Me voy a limitar aquí a citar breves pasajes de los artículos más recientes en dicha dirección:

· Juan Luis Lorda, profesor de Teología de la Universidad de Navarra, afirma que “el Estado tiene una función subsidiaria con respecto a la iniciativa social [= privada y confesional]. Lo que puede resolver ésta, no lo debe resolver el Estado. Esta tesis, además de inconstitucional, ataca a las bases mismas de nuestro modelo social, despojando al Estado de cualquier responsabilidad en la protección activa de los derechos de los ciudadanos y reservándole únicamente una función asistencial. Esta tesis, como sabemos, es la que defienden los neocons estadounidenses y es la que la Administración Bush lleva a cabo con su desmantelamiento del Estado del Bienestar.

· En un artículo no firmado, y titulado “Tirar la piedra y esconder la cara, no”, la redacción del semanario denuncia “el intento de convertir al Estado, que existe para servir a la sociedad, precisamente en su dueño absoluto, hasta el punto de divinizarlo [sic], reivindicando para él, en exclusiva, el carácter de lo público”. Lo peor, para el Arzobispado de Madrid, es que “el Poder de este mundo”, o sea, el Estado, “pretende ocupar el lugar del Dios Uno y Único”. Empezamos a ver como todos los hilos empiezan a anudarse: de la denuncia de la rebelión de las masas y la igualdad que ésta conlleva, al ataque al Estado como máquina impersonal y a la defensa de la teocracia como auténtico modelo de gobierno justo y natural.

· Javier Martínez, arzobispo de Granada, en un artículo titulado “De las tinieblas a la luz”, escribe que “sin religión y sin moral verdaderas [= católicas], nuestra sociedad ha perdido la causa de la razón, y lo único que le queda es el poder [de las masas]. Por eso lo aplica a todo, y desde él quiere interpretar toda la realidad. Por eso también tiene una irresistible tendencia al fascismo”, que es lo mismo que decir: al ejercicio ilegítimo del poder por medio de las urnas. Quien debería mandar, según el arzobispo, no es el rebaño, sino sus pastores. La usurpación del poder por las ovejas ha llevado a España al caos moral y a la trasmutación de todos los valores.

· En otro artículo sin firma (el semanario debe tener problemas para hallar colaboradores externos), titulado “El poder de la fragilidad”, se puede leer: “A quien sólo cuenta consigo mismo, con sus solas fuerzas [= las masas democráticas, laicas y soberanas], ¿qué otra cosa se le puede ocurrir que el empleo de la violencia, desde la más crasa que destruye los cuerpos a la más sutil, que envenena las almas?”. Se cierra el círculo: el Pueblo, los esclavos, cuando no se pliegan al dictado de las élites eclesiásticas y económicas (detentoras “naturales” del poder), se comporta como una bestia que usa su fuerza ilegítima para exterminar a todo aquel que se le oponga. ¡Valiente distorsión de la realidad con un fin propagandístico de muy baja altura espiritual!

· Dice monseñor Michel Schooyans (catedrático emérito de la Universidad de Lovaina) en su discurso "Dios, fundamento de la política", publicado por el suplemento Alfa y Omega de ABC en su edición de 16 de diciembre, página 27: "Actualmente, todos los regímenes políticos recurren a la regla de la mayoría. Bajo apariencia de tolerancia o de pluralismo, se nada en el relativismo. Lo que muchos teóricos modernos del poder no han visto es que ni el gobernante, ni el pueblo, tienen fundamento para erigirse como instancia última del poder. Una vez suprimida la referencia a Dios, nada, excepto las convenciones negociables, pueden moderar el poder. La verdad es entonces acomodada a los decretos que brotan de la voluntad de los más fuertes”.

La retórica es siempre la misma: apocalíptica, teocrática, que le niega a los ciudadanos el derecho de organizarse políticamente como les plazca y que, según una cascada de asociaciones a cual más aberrante, acaba por equiparar democracia representativa con dictadura aritmética. Nada se dice del bien común, de la apelación al gobernante al interés general, al juego de los pactos y la negociación… No. Democracia es totalitarismo. Las masas son violentas y opresoras. Cuando se liberan, es sólo para imponerse a quienes deberían gobernar el mundo: a los sacerdotes y a los empresarios.

La aparición del peor Ortega y Gasset en la argumentación nacionalcatólica no puede ser más inoportuna y, por ello, preocupante. Desenterrar teorías políticas que prepararon el advenimiento de una dictadura, esta sí, real, nos llena de preocupación y de alarma.

Y pensar que todo esto (el desprecio de las urnas, la guerra abierta contra la laicidad, los ataques a la voluntad popular, la desligitimación de lo público) tiene como origen la derrota del Partido Popular en las urnas, nos incita a preguntarnos de quién es, realmente, enemigo el Estado: si del Pueblo soberano, de los esclavos ya liberados de sus cadenas, o de las élites excelentes, que desean volver a oprimirlas en nombre de Dios y la Patria.

Escrito por MUTANDIS a las 11:22 AM | Comentarios (0)

SABROSO ANTICLERICALISMO

Quizá la tradición izquierdista que uno más añora en la España de hoy sea el viejo, cuerdo y sabroso anticlericalismo.

¿Cómo no sentir nostalgia de los feroces comecuras de antaño, al ver a los líderes progresistas actuales en respetuoso contubernio con los diversos especímenes de la raza frailuna y enarbolando ellos mismos maneras untuosas, paternalistas e hipocritonas en la mejor escuela teatral del clero?

El hombre de izquierdas español había sentido siempre una inmediata y franca animadversión por las sotanas, asi como por todo lo que tapan y propician; en esta repugnancia tan justificada se expresaba una memoria histórica que ninguna honrosa excepción personal puede borrar.

Para cualquiera con una visión mínimamente critica e ilustrada de la tragicomedia española, el anticlericalismo es una forma de higiene mental, una manifestación de cordura... y esto, sea cuales fueren sus relaciones íntimas con el secreto de lo sagrado.

Repasemos a este saludable respecto la obra de Larra, Clarín, Baroja, Valle Inclán, Pérez de Ayala, etc., de todo que ha habido de vivo, pujante y autónomo en este pais de libros en la hoguera y rodillas genuflexas.

No encontraremos otra institución tan nefasta como la Iglesia católica en la historia moderna de España; y si la encontramos, haremos bien en callar su nombre, pues quizá la reacción de la jurisprudencia pudiera ser desproporcionadamente punitiva.

Pero ese oscurantismo tenaz, capaz de aprender cualquier verdad subversiva de ayer para contrarrestar la libre indagación de hoy; ese odio a todo lo que independiza y esa afinidad apologética con todo lo que subyuga; ese oportunismo político descarado y siempre de signo conservador, hasta cuando cede en algo para desunirse de barcos que se hunden y en los que tanto había cómodamente viajado; esa sempiterna enemistad con el cuerpo y la claridad, esa complacencia en el cuchicheo y lo «sublime»; esa ambigüedad malsana en todas las tomas de postura liberadoras y esa nitidez dogmática en las voces de mando represivas... todo esto no es cosa del pasado siglo, ni de comienzos infaustos de éste, sino de ahora mismo, como siempre. Incluso diriamos que, ante el desarme conciliador y decadente de la izquierda, se crece hoy la perenne osadía clerical.

Supongo que buena parte de culpa la tienen los bienintencionados liberales que comenzaron a descubrir que hay curas «progres» frente a los carcas, que la homilía de tal obispo no ha estado mal y que no es lo mismo el Papa que Lefévre.

Frente a estas almas cándidas, en vano los anticlericales sosteníamos que el clero es «intrínsicamente perverso» —como gustaban de decir ellos de comunistas y demás ralea— y que bien está que uno sea amigo de tal o cual cura a titulo personal (si uno no pone perversos en su vida personal, ustedes me dirán para cuándo se los guarda), pero que en lo tocante a la lucha por la emancipación de los hombres y a la desaparición del poder heterónomo, no puede esperarse nada ni medio bueno de semejante grey.

Lo único que se logró con esta confraternización es que los curas renovasen su terminología y comenzasen a comerse a la izquierda por la izquierda misma. Sus recursos de hipocresía y mala fe son prácticamente inagotables, como cabía esperar tras la práctica doblemente milenaria que tienen en ellos. Así, por ejemplo, la defensa de su virtual monopolio de la enseñanza privada y de la protección exorbitante que ha gozado bajo una dictadura fascista que tuvo en ellos devotos aliados, se ha convertido hoy en «defensa de la libertad de enseñanza». Los que nos hemos educado en uno de esos fabulosos negocios en los que el adocenamiento intelectual, la rapacidad como meta y método y el conservadurismo a ultranza eran las únicas asignaturas obligatorias, no podemos escuchar sin repugnancia física la palabra libertad en boca de tan dignos educadores.

¡Libertad de enseñanza! Y propugnada por cofrades de todos los censores oscurantistas que en el mundo han sido, por los hermanos en la fe de los padres Ladrón de Guevara y Garmendia de Otaola —autores de una inolvidable guía bibliográfica-moral titulada «Lecturas buenas y malas», en la que se leían entradas tan sabrosas como ésta; «Galdós, Benito. Búsquese en «Pérez» cuan malo es este autor»—, por los execradores de la Ilustración (episodio tan repetido de la muerte de Voltaire), por quienes siempre han considerado el libre-pensamiento como un pecado a extirpar violentamente, salvo cuando la inferioridad de su posición les hace reclamarlo como un derecho a quienes, precisamente por no ser como ellos, no pueden negárselo sin contradicción.

Si condenan el aborto, será en nombre del «derecho a la vida». No está mal que descubran al fin tal derecho quienes llevan dos mil años bendiciendo ejércitos, predicando cruzadas, inaugurando cárceles, alentando persecuciones y ejecutando con el nombre de Cristo en los labios.
¿Pertenece acaso todo esto al pasado? Hace unos años, con motivo de las últimas ejecuciones capitales habidas en este país, Monseñor Guerra Campos proclamaba en una homilía que «no en vano la autoridad ciñe la espada, según nos dijo San Pablo»; hoy afirma, con la misma credibilidad, que el aborto es un crimen peor que el terrorismo. Y por supuesto no pretendo ni por un momento homologar el aborto con la pena de muerte: tal tipo de identificaciones, basadas en sofismas de parvulario y sentimentalismos que sólo se apiadan en representación del dolor pero nunca en eficacia, son típicas precisamente de la mentalidad clerical pegajosa y llena de doblez.

Cuando atacan el divorcio, lo hacen en nombre de la «Ley Natural» (contradictorio hipogrifo que esgrimen con risible impudicia todavía a estas alturas del curso) y en «defensa de la familia». Por lo visto, lo «natural» es el derecho canónico, el tribunal de la Rota, las anulaciones amañadas y los suntuosos diezmos en dinero, si, pero sobre todo en control sobre sus fieles; la familia se defiende por la continencia periódica, la «doble militancia» erótica del marido y la resignación multípara de la mujer, que para algo fue cómplice de la serpiente.

¡Y qué toda esta sarta de disparates pretenda no sólo determinar la vida de quienes tienen fe explícita en ellos, lo cual me parece muy bien, sino la de los millones de ciudadanos de este país que sólo son católicos por un fenómeno sociológico y una bostezante rutina, pero que están cada vez más dispuestos a regir su vida cotidiana por normas distintas, que, de hecho, ya valoran de forma distinta y que tienen perfecto derecho a no encontrar trabas legales o de otro tipo en su voluntad —ésta sí «natural»— de autodeterminación!

El Papa parece dispuesto a perdonar a Galileo; ahora sólo le queda resucitar a Giordano Bruno y a Vanini para volver a ocupar la primera plana de los periódicos. En una comunicación sobre el tema del aborto, el cardenal Tarancón, tras hablar de «la campaña perfectamente orquestada» para solicitar su despenalización (y de campañas perfectamente orquestadas los sotaniformes saben todo lo que hay que saber, pues organizarías es su oficio desde hace milenios), añade que «los no creyentes tienen que admitir que si todo está en mano de los hombres, no hay nada estable en el mundo». Y, ¿en mano de quién nos recomendaría el cardenal Tarancón que pusiéramos todo para que se instalase de forma deseable? ¿En las suyas quizá o en las de Wojtyla, como representantes del Dios en el que no creemos? Precisamente eso es lo que no deseamos, ni tampoco toleraremos fácilmente que se nos imponga. Los no creyentes creemos en algo, a saber: que el valor de la vida, de la libertad, de la dignidad y del goce de los hombres está en manos de éstos y de nadie más; que son los hombres quienes deben afrontar con lucidez y determinación su condición de soledad trágica, pues es precisamente esa inestabilidad la que da paso a la creación y a la libertad humanas; que los emisarios y administradores en este mundo de lo más alto, personifican en realidad lo más bajo para una conciencia critica e ilustrada; el fanatismo o la hipocresía, la heteronomia moral, la negación del cuerpo y la apología del Poder jerárquico en su raíz misma.

F. SAVATER, “Osadía clerical”, en Impertinencias y desafíos, Legasa Literaria, Madrid, pp. 90-92.

Escrito por MUTANDIS a las 11:21 AM | Comentarios (1)

8 de Febrero 2005

ENSALADA ANTIFASCISTA

1. El PP y el nacionalismo español

“La derecha, cuyo centrismo en sus años de gobierno de 1977-1982 y de 1996-2000 fue una buena noticia, volvió por sus fueros a partir de su mayoría absoluta en las elecciones del año 2000. Su derechismo ancestral resurgió, cual Ave Fénix, de lo que parecían cenizas definitivas y se manifestó mayormente en un nacionalismo español exacerbado. ¿Qué otra cosa fue el Error Aznar en Irak, sino un afán, encomiable en su finalidad, pero tan tozudo como equivocado, de llevar la nación española al primer rango internacional? ¿A qué obedece el enojo con que el Partido Popular ejerce la oposición sino a su enfado ante el a su juicio insuficiente nacionalismo del Gobierno en Europa, Cataluña, País Vasco, Gibraltar, reforma de la Constitución?”

FRANCISCO BUSTELO, profesor emérito de Historia Económica de la Universidad Complutense de Madrid.

Quizás la supuesta confrontación entre nacionalistas y no nacionalistas se debería retitular como “la guerra del nacionalismo centrípeto contra los nacionalismos centrífugos” (Máximo), o sea: de Madrid contra el resto de España, la cual, harta de centralismo y tiranía de la capital respecto a las Comunidades Autónomas, se levantan y exigen tomar las riendas de su propio destino.


2. Las mentiras de los obispos.

La Conferencia Episcopal está empeñada en engañar a sus fieles, a instrumentalizarlos contra el Gobierno legítimo de España, el que elegimos entre todos el pasado 14 de marzo.

La lista de manipulaciones, infundios, tergiversaciones, bulos, calumnias y mentiras es tan larga, que la dejo para otro día.

Para ejemplo, un botón: la postura de la Administración y la distorsión episcopal respecto a la polémica revisión del papel de la asignatura de religión en el currículum escolar.

Alejandro Tiana, Secretario General de Educación: “Que quede bien claro: cualquier familia que quiera que su hijo tenga una formación religiosa de acuerdo a sus convicciones morales y religiosas la va a tener, porque es un mandato constitucional. Pero hay familias que no tienen sentimientos religiosos, y también hay que tenerlas en cuenta” (ABC, 1 de febrero de 2005, pág. 52).

Javier Segura, Delegado de Enseñanza de la diócesis de Pamplona: “Es evidente que existe una campaña contra la asignatura de religión por parte de grupos de presión con altavoces en poderosos medios de comunicación, intentando llegar a todos los ámbitos posibles con la propuesta de suprimirla” (Alfa y Omega, 27 de enero de 2005, pág. 30).

Cuando los padres católicos de alumnos recogen firmas a favor de la asignatura de religión, ¿a quién escuchan? ¿Al Gobierno, que les garantiza una formación católica en las aulas, o a los obispos, que mienten a sabiendas sobre las intenciones de la Administración?

Tanta desvergüenza por parte de la jerarquía eclesiástica no puede deberse a la desinformación, sino única y exclusivamente a la mala fe.


3. La opinión del Papa.

“Que el Vaticano riña al Gobierno Español por privilegiar el laicismo, es, en el fondo, tan banal como que el Gobierno Español eche en cara al Vaticano que privilegie el eclesiastismo, toda vez que si el Estado del Papa se fundamenta en la defensa de una religión, el Gobierno de Zapatero dirige un Estado aconfesional y laico. Es evidente que el Papa y sus obispos pueden decir: un gran porcentaje de la población española se confiesa católica, y por tanto tenemos unos deberes para con ellos. De acuerdo, pero ¿permite eso cometer la poco educada exageración de imponer normas y dogmas que sólo valen para los creyentes en la autoridad del Papa a quienes consideran esas normas y dogmas como meras opiniones que no serán dañinas mientras no traten de imponerse a las conductas de los demás? Aceptemos que sí, que el Papa, como líder de opinión /con multitud de seguidores, está en su derecho de decir lo que le plazca: el mismo derecho por cierto que protege a todo gobernante que haga, tan educadamente como pueda, oídos sordos a sus recomendaciones.

Hasta aquí, digamos, no ha pasado nada: la Iglesia Católica es una fuerza de opinión, como este diario o el diario de enfrente o la asociación de consumidores. Pero ¿cuál es la reacción de los más acérrimos católicos cuando alguien, pongamos el periodista Arcadi Espada en el programa de Carlos Herrera, dice en una tertulia que lo que ha dicho el Papa es una sarta de imbecilidades? Se sienten heridos en lo más profundo, piden incluso la cabeza del periodista, no aceptan que pueda cometerse semejante falta de respeto: consideran que decir que alguien ha pronunciado una imbecilidad es categorizar a quien la ha dicho como imbécil, y en ese malabarismo retórico cometen un desliz imperdonable. En la página www.arcadi.espasa.com pueden leerse los mensajes enviados a la emisora pidiendola cabeza del periodista. Uno de los exaltados que se pronuncia llega a decir que España se está convirtiendo en un lugar de maricones, ateos, y rojos. Curioso que ese ciudadano se arranque con tan bonitas consideraciones para contestar a unos comentarios de un periodista. El Apocalipsis está a la vuelta de la esquina.

La pregunta inevitable sería ¿qué, quién es la Iglesia? Porque, por ejemplo, Juan Manuel de Preda, para rechazar que la Iglesia esté avejentada, trae a colación las ingeniosas ocurrencias de Chesterton, que defendía que el catolicismo al volvernos niños nos muestra en todos sus colores la maravilla de existir. Pero ¿es el catolicismo de Chesterton el que triunfa hoy en las voces autorizadas de la Iglesia Católica? Me temo que no, entre otras cosas porque, aunque no lo recuerde Prada en su artículo, fue también Chesterton quien escribió que él no era católico porque creyese en la verdad y la belleza de las homilías del Papa, sino porque creía en la verdad y en la belleza de las catedrales. Frase, como se ve, peligrosísima, porque acentúa el esteticismo del ser católico de Chesterton, hasta el punto que, esquivando los términos de la frase y sustituyéndolos por otro, podríamos encontrar algún aforismo semejante pero del todo inaceptable, por ejemplo: no soy nazi por lo que diga Hitler, sino por la belleza del Estadio Olímpico de Berlín y por las películas de Leni Riefenstahl.

Que la autoridad de la Iglesia tenga derecho a fijar sus opiniones para conducir a su rebaño, no significa en modo alguno que los que no están en ese rebaño no puedan expresarse en contra de tales opiniones como crean conveniente. El arzobispo de Madrid por ejemplo opina que la ciudad es Sodoma y Gomorra: está en su derecho de afligirse con las exageraciones que crea convenientes, siempre y cuando esa opinión no esté exigiendo que la autoridad política llene la ciudad de policía religiosa para cuidar por las buenas costumbres. Cuando la autoridad de la Iglesia habla de la dignidad humana como valor supremo, tendría que ser más convincente a la hora de describir en qué consiste esa dignidad, por qué razón resulta indigno todo lo que salte por encima de sus dogmas y por qué demonios, a estas alturas, van a tener los que no comulgan con su fe, que aceptar sus normas, por qué estas van a tener que determinar vidas que no tienen la misma concepción de «la dignidad humana» que tienen ellos.

Y en lo tocante a la Iglesia Católica, en fin, prefiero con mucho a esos teólogos y sacerdotes que acudiendo, en vez de a la autoridad del jefe, a los textos que han sustentado su fe, han empezado a hablar del «mal menor» para aprobar el uso de condones contra la terrible epidemia del SIDA. ¿Qué textos son esos? Nada menos que las reflexiones de San Agustín y de Santo Tomás de Aquino. Qué quieren que les diga, entre lo que dijeron esos padres y lo que diga hoy el Santo Padre, inevitablemente se queda uno con la autoridad que a los dos primeros le ha concedido la propia historia de la filosofía”.

JUAN BONILLA, El Mundo


4. Ser católico.

Uno creía que ser católico era asumir libremente una serie de creencias iluminadas por la fe. Pues no. Según Juan Manuel de Prada, “ser católico consiste en oponerse a la mentalidad dominante, en conquistar un ámbito de fortaleza y libertad interior que permita nadar contracorriente” (ABC, 22 de enero de 2005)..

Sorprende que un católico pueda jactarse de nadar contracorriente, a la vista de la historia de España: excepto en unas tristes semanas del 36, el resto es una crónica de victorias y sonoros triunfos del catolicismo sobre todos y cada uno de sus competidores (herejes, ateos, liberales, rojos, judíos, moriscos, brujas o masones, todos unidos ante la mirada compactadora de la Santa Madre).

Tal vez no se refiera de Prada a la Historia, sino a la Naturaleza: el católico se opondría a su carnalidad, a sus instintos bestiales, a su concupiscencia, a su mortalidad incluso, para trascender el mundo (valle de lágrimas) y ganar la salvación celestial.

En ese caso, sí que coincido con de Prada: ser católico es ir contracorriente de la Naturaleza (a la cual se vence con esfuerza y tesón), de la razón (que debe anodarse en beneficio de la fe) y de la mismísima convivencia civil (sacrificada en nombre de unas ideas parciales que se creen universales).

Ser católico, visto así, sí que es ir contracorriente. Pretensión que, por cierto, identifica la campaña publicitaria de la Cadena COPE en diarios y revistas nacionales: ¿casualidad?


5. ¿Pensamiento acrítico?

Los medios dominados por la Conferencia Episcopal están embarcados en una campaña apocalíptica que, tras la defensa aparente de valores y principios morales, en realidad sólo pretende desacreditar al Gobierno de la Nación mediante mentiras y distorsiones interesadas de la realidad.

En un artículo titulado “¿Por qué lo llaman aborto cuando quieren decir asesinato?” publicado en el semanario católico Alfa y Omega, María S. Altaba redunda en una tesis que repiten los nacionalcatólicos una y otra vez: que los ciudadanos carecen de capacidad crítica porque el poder (o sea: los socialistas) les mantiene en la ignorancia y los manipula a placer. Para tratar de avalar esta idea, no tienen empacho en citar los resultados del Informe Pisa sobre la educación española, o los bajos índices de lectura…¡como si el PP no tuviera responsabilidad alguna en ello, tras ocho años de gobierno! No: para los obispos, desde el 14-M España ha dado un vuelco, no sólo electoral, sino cultural, y todo lo que ocurre ahora nació por generación espontánea a partir de dicha fecha. ¡Prodigiosa amnesia interesada!

Lo más triste es el olvido interesado que implica esta tesis malévola y desinformada. Implica:

a) obviar que, históricamente, han sido las clases privilegiadas, las que ahora votan al PP y comulgan en las iglesias, quienes han mantenido a la población en la ignorancia y la superstición, justo con el propósito de controlarlas y reprimir su libre desarrollo individual y colectivo;

b) desconocer que el nivel medio de la población española en términos educativos, culturales y sociales es el más alto de toda su historia, gracias a un proyecto común de extensión de los derechos consagrados en la Carta Magna;

c) silenciar que el Partido Popular perdió las elecciones justo porque trató de engañar a los españoles, manipulando la información (Prestige, Yak-42, 11-M) y menospreciando la capacidad de reacción crítica de los mismos;

d) engañar a los lectores —creyendo que en efecto somos estúpidos y no leemos— con argumentos falaces y premisas falsas, no con afán de entender la realidad y tratar de mejorarla, sino con el propósito inconfeso de tumbar al Gobierno socialista para ubicar en su lugar a las viejas élites de siempre: las que mintieron y siguen mintiendo, las que mangonearon y continúan tratando de mangonear a quienes no nos plegamos a sus dogmas, infundios y falsedades.


6. Falaz Fallaci.

Oriana Fallaci, la periodista que aquejada por un cáncer en estado terminal se ha propuesto legarnos su visión tremebunda de la sociedad actual (la ira y la impotencia son musas de dudosa benevolencia), ha realizado un rosario de afirmaciones en su último libro sobre la homosexualidad en España, a cual más falaz.

Dice Fallaci, en palabras recogidas en La Razón (16 de enero de 2005, pág. 23), que le molesta que “se pretenda deificar a la homosexualidad, como si la homosexualidad fuese un estado de gracia o superioridad”.

Yo no sé qué contacto tendrá esta señora con homosexuales pero, dejando a un lado el tan traído y llevado “orgullo gay” —reverso lógico del desprecio que recibieron los homosexuales durante siglos de opresión, y que ha tenido réplicas en tantos otros colectivos marginados: véase al black power—, en una democracia nadie puede pretender deificar a nadie, mucho menos por sus gustos sexuales. Son los regímenes totalitarios y las teocracias varias las que sí promueven dichas deificaciones, de rara eficacia taumatúrgica porque no se ha comprobado que los así calificados salgan de sus tumbas.

Continúa, furibunda, la signora Fallaci: “¿Con qué derecho una pareja de homosexuales solicita adoptar a un niño?”. Teniendo en cuenta que en la España de 2005 un homosexual puede solicitar la adopción de un niño por su cuenta y riesgo, sin que nadie le afee el gesto, yo vuelvo la pregunta del revés y planteo: ¿con qué derecho se rechaza la solicitud de una pareja de homosexuales de adoptar un niño?

Sigue: “Un niño [pendiente de adopción] es un ser humano, un ciudadano con derechos inalienables, más inalienables que los derechos, o presuntos derechos, de dos homosexuales con delirios maternos o paternos”. Ya la pendiente retórica de la Fallaci empieza a cargar, porque la adopción de un niño puede ser “delirante” en cualquier caso, sea cual sea la tendencia sexual de los solicitantes. Y en cuanto a los derechos inalienables, no creo que exista un presunto derecho a adoptar o a no ser adoptado por motivos tan espurios como las preferencias de cama de los futuros adoptantes.

Por último, como demostración de que la Fallaci ya no está en sus cabales, concluye: “No entiendo por qué los homosexuales sienten la repentina y acuciante [sic] necesidad de casarse delante de un alcalde o de un cura”. Dejando a un lado que ningún gay aspiraría en su sano juicio a llamar a las puertas de la Iglesia para santificar su unión, personalmente se me puede antojar igual de ridículo o respetable el deseo de casarse que puedan tener dos heterosexuales. Una vez tomada la decisión de hacerlo, ¿por qué unos han de tener una opción que se les niega a otros? La respuesta, a estas alturas, es evidente: porque Oriana Fallaci desprecia a los homosexuales, como desprecia a los musulmanes, a los socialistas y a todas aquellas personas que no pertenezcan a su propia secta fanática e intransigente.

Lo peor no es lo que piense la señora Fallaci. Lo peor es que hay miles de fanáticos intransigentes que, creyéndose en poder de la verdad y la razón, pretenden negarles derechos a los demás mientras se reservan todos para sí mismos. Algo que a mí, como actitud, se me antoja despreciable moral e intelectualmente.

Escrito por MUTANDIS a las 1:31 PM | Comentarios (6)

7 de Febrero 2005

BUSH LLEVA LA SHARIA A IRAK

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Los partidos vencedores en las elecciones libres celebradas en Irak quieren imponer la Sharia en la inminente Constitución.

Los más moderados, también, aunque limitada a materias de matrimonio y demás.

Según la prensa internacional, en Basora YA SE APLICA la Sharia.

Bush dijo que había armas de destrucción masiva: no las había.

Bush dijo que llevaba la libertad a Irak: ha llevado la Sharia, avalada en esas urnas que tan democráticas les parecieron a todos la semana pasada.

Estos son los triunfos de Bush: lograr justo lo contrario de lo que se propone.

Eso sí: Sadam está en la cárcel. Bin Laden, no.

Lo triste no es que Bush encubriera su invasión con vanas retóricas políticas, cuando lo único que le mueve son los intereses económicos de las oligarquías yanquis: lo peor es que miles de españoles de pura cepa (o eso dicen ellos) le hayan aplaudido, y le defiendan en este foro... ¡sólo porque Aznar es amigo suyo!

Falta de independencia moral, ausencia de criterio, gregarismo tras el líder, incapacidad para pensar por uno mismo, envidia del autoritarismo bushiano... tantas razones, y todas resumibles en una misma servidumbre intelectual.

Escrito por MUTANDIS a las 10:50 AM | Comentarios (0)

4 de Febrero 2005

ENSAÑAMIENTO VATICANO

Viendo a Karol Wojtyla desfallecer ante las cámaras, contemplando cómo los gerifaltes vaticanos le exprimen hasta la última gota, observando el modo en que se ensaña la curia romana con el pobre anciano, uno se pregunta: ¿es esto caridad cristiana?

A mí me parece inhumano y lastimoso que alguien pueda ver cómo le utilizan, sin respetar su dignidad personal, sólo para seguir ostentando el poder un poco más. Wojtyla es una víctima: han sacrificado a la persona por el personaje, al individuo por el símbolo.

¿A esto es a lo que se refieren los católicos cuando hablan de caridad, dignidad y respeto a la vida?

Yo, como laico, creo que el ser humano merece un respeto, descansar en paz y poderse retirar de la arena pública cuando sus condiciones físicas no le permiten continuar.

¡Cuánta inhumanidad, tras la máscara de la piedad!

Escrito por MUTANDIS a las 7:39 PM | Comentarios (0)