1. Asociacionismo y democracia.
Para ser eficaz, la democracia requiere que la gente se sienta conectada con sus conciudadanos y que esta conexión se manifieste mediante distintas organizaciones e instituciones no dependientes del mercado.
Una cultura política vibrante necesita agrupaciones cívicas, bibliotecas, escuelas públicas, asociaciones de vecinos, cooperativas, lugares públicos de reunión, organizaciones de voluntarios y sindicatos que proporcionen a! ciudadano medio la posibilidad de encontrarse, comunicarse e interactuar con sus conciudadanos.
La democracia neoliberal, con su creencia en el mercado über alles, condena a muerte todo esto. En lugar de ciudadanos, produce galerías comerciales. El resultado neto es una sociedad atomizada, compuesta de individuos inconexos que se sienten desmoralizados y socialmente impotentes.
Como señala Noam Chomsky, el activismo político organizado es el responsable del grado de democracia que tenemos hoy, del sufragio universal de los adultos, de los derechos de la mujer, de los sindicatos, de
los derechos civiles, de las libertades de que disfrutamos.
Robert MacChesney, prólogo a N. CHOMSKY, El beneficio es lo que cuenta. Crítica, Barcelona, 2000.
2. La participación ciudadana en los asuntos públicos.
Según la Constitución Española, todos los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal (artículo 23). Esta participación se ejerce, sustancialmente, a través de los partidos políticos, los cuales expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política (artículo 6).
Según la Constitución Española, por tanto, no hay contradicción entre la acción ciudadana realizada de manera directa o delegada: ambas plasman una faceta de la voluntad popular, que es la fuente única y directa de la legitimidad democrática.
3. Los enemigos de la democracia.
Democracia es, pues, tanto intervención directa en los asuntos públicos, mediante asociaciones cívicas, como delegada, a través de partidos políticos. No existe competencia entre ambas instancias en lo sustancial, sino sólo en la forma de vehicularse materialmente. Es más, los propios partidos políticos son los destinatarios naturales de las reclamaciones del asociacionismo cívico, pues la instancia donde se les otorga concreción legal son las Cortes Generales. Tratar de oponer sociedad civil y oligarquía política no es un planteamiento de recibo para quien se mueve en el marco del constitucionalismo moderno.
No creo que sea necesario recordar la imbricación entre sociedad civil y representantes políticos en los Estados Unidos, donde los llamados lobbies o grupos de presión disponen en el Congreso ¡de un despacho propio! Claro que, mayoritariamente, dichos lobbies suelen hablar en nombre antes de sectores económicos que propiamente cívicos, sin que ninguno de los adversarios del asociacionismo cívico se escandalice ni ponga el régimen estadounidense en cuarentena.
Únicamente desde una postura hostil a la democracia como sistema de organización política (sistema que, no lo olvidemos, es el nuestro porque así lo decidimos en referendo nacional, no porque nos fuera impuesto por un profeta con luenga barba o por un caudillo montado a caballo) se puede descalificar la intervención de asociaciones y partidos políticos en la gestión de los asuntos públicos.
Sin ir más lejos, el intento de invalidar las declaraciones de la Asociación de Víctimas del 11-M ante la Comisión parlamentaria destinada a investigar el atentado, con el presunto argumento de que su portavoz tenía tal o cual afiliación política, desenmascara la profunda convicción antidemocrática de quienes lo sostienen. Pues el hecho de canalizar la propia intervención en los asuntos públicos a través de un partido u otro, no sólo no la invalida, sino que le confiere una especial fuerza y autoridad democrática.
Dicho lo cual, quien habla (como hay quien ha hablado) de asociaciones tapadera para descalificar al asociacionismo cívico, libre y democrático como una marioneta al servicio de tal o cual partido político, merece el calificativo denotativo, no connotativo de enemigo de la democracia.
ADDENDA
Las asociaciones permiten a los individuos reconocerse en sus convicciones, perseguir activamente sus ideales, cumplir tareas útiles, encontrar su puesto en la sociedad, hacerse oír, ejercer alguna influencia y provocar cambios.
Al organizarse, los ciudadanos se dotan de medios más eficaces para hacer llegar su opinión sobre los diferentes problemas de la sociedad a quienes toman las decisiones políticas. Fortalecer las estructuras democráticas en la sociedad revierte en el fortalecimiento de todas las instituciones democráticas y contribuye a la preservación de la diversidad cultural.
Resulta patente que las asociaciones desempeñan un papel fundamental en los diversos ámbitos de la actividad social, contribuyendo a un ejercicio activo de la ciudadanía y a la consolidación de una democracia avanzada, representando los intereses de los ciudadanos ante los poderes públicos y desarrollando una función esencial e imprescindible, entre otras, en las políticas de desarrollo, medio ambiente, promoción de los derechos humanos, juventud, salud pública, cultura, creación de empleo y otras de similar naturaleza.
(Ley Orgánica 1/2002, reguladora del Derecho de Asociación
EL CARDENAL, EUROPA Y EL ISLAM
Ignoro si el catolicismo oficial (el de la Conferencia Episcopal y el semanario Alfa y Omega) difunde sus mensajes pensando en los ciudadanos, o sólo en sus propios consumidores. Si se trata de lo segundo, yo no tengo nada que decir. Pero presumo que se trata de lo primero, ya que mencionan instancias que a todos afectan e importan (Constitución, laicidad, Razón, entre otras muchas). Apelando, pues, a la audiencia en general, el catolicismo oficial se debería esmerar en sus argumentos. De no ser así, y si continúa con sus campañas desinformativas, mucho me temo que se va a poner en evidencia.
El último ejemplo lo hallamos en el texto El relativismo no es tolerancia, sino rendición, publicado por el citado suplemento de ABC.
Para empezar, el titular se parece más a un eslogan publicitario que a una cabecera periodística. No se tratará, en lo sucesivo, de exponer unos hechos u opiniones y contrastarlos, sino de yuxtaponer una serie de frases (no las voy a calificar de razones pues, como se verá, no lo son en realidad) para fortalecer una tesis inicial. El método es conocido: se llama argumento circular, y consiste en no avanzar ni un ápice en lo sabido, sino en volver una y otra vez al punto de partida.
El texto (que, incomprensiblemente, no aparece firmado) viene a reproducir las ideas básicas de un libro titulado Sin raíces, escrito a cuatro manos por Marcello Pera, presidente del Senado italiano, y el cardernal Ratzinger. Por el título y la naturaleza, al menos, de uno de sus autores, podemos intuir que el panorama descrito no se presenta muy fausto.
Acertamos. Las frases van cayendo con la contundencia esperable de una persona cuya función vaticana pasa por otorgar certificados de catolicismo o, en su defecto, excomulgar a quien se aparta de la doctrina oficial.
Vamos a comentar con detalle algunas de las ideas que me han llamado la atención del texto en cuestión.
Europa, que cacarea presentándose como laica, practica de manera férrea y arrogante, el dogma de una ideología laicista beligerante.
Vamos a ver. No sé a qué se refiere el cardenal cuando dice Europa: ¿la Unión Europea, su Parlamento, su Comisión, los Estados nacionales, los partidos políticos, los medios de comunicación? Imposible saberlo. Europa, seguramente, significa para el cardenal la Europa que no me gusta, o sea: la que voy a combatir en lo sucesivo.
Tampoco entiendo eso de que Europa cacarea: ¿que balbucea, que en lugar de practicar la virtud se empeña en poner huevos, que sus argumentos son irracionales como los de un vulgar ave de granja? Ah, misterio teologal.
Sea como fuere, muy respetuoso no suena. Pues Europa, como mínimo, son los europeos en general, incluidos creyentes y no creyentes.
Lo de dogma ya se me escapa completamente, pues entra de lleno en un ámbito (el teológico y eclesiástico) ajeno al tema del que hablamos. ¿Cómo va a imponerse como dogma algo que deben ser los ciudadanos quienes lo asuman, si así lo creen conveniente? No, conceptualmente los dogmas son mensajes que la Iglesia impone por la mera fuerza de su autoridad. Pero, de eso, Europa ya hace tiempo que se ha librado: ahora, votamos leyes, textos humanos, discutidos y discutibles; las verdades reveladas, inspiradas e inefables (dogmas en fin) queden para los templos, como siempre ha sido.
Tampoco puede aceptarse que se hable de beligerancia. ¿O es que la Santa Madre Iglesia toma por agresión que la sociedad civil se rija a sí misma sin tenerla en cuenta? Probablemente sea eso: la jerarquía vaticana se revuelve en su asiento cuando contempla cómo el rebaño que antaño se dejaba regir por sacerdotes, obispos y cardenales, ahora se gobierna a sí misma a través de representantes libremente elegidos.
¿Y eso de que Europa se comporta de manera férrea y arrogante? Tal vez lo hizo bajo gobiernos totalitarios como los de Franco, Videla o Pinochet: dictaduras bárbaras (y muy católicas) bajo cuya maza fanática perecieron, ya no sólo miles de personas, sino los valores laicos de la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Ya ven para todo lo que da una sola frase: para generalizar de forma burda y chapucera, para tergiversar el lenguaje de un modo torticero y para descalificar in toto a nuestro sistema político vigente. No está mal, para empezar.
¿Cómo es posible apelar a una institución internacional de derecho, a un tribunal de justicia, si antes se ha deconstruido el Derecho, la justicia y la democracia?
Aquí entramos en planos de mayor calado intelectual: cómo conciliar libertad y justicia, derechos subjetivos y deberes objetivos. Ocasión perdida. En lugar de leer y citar a politólogos humanistas y democráticos (Norberto Bobbio, para que los autores no salgan de su itálica república), Ratzinger cita ¡a Nietzsche! No parece una referencia muy empleada por los burócratas Bruselas, para ser honestos.
Por el contrario, como en el artículo se trata de arremeter contra el sistema democrático acusándolo de todos los males, se lo tacha de relativista ¡Claro! Deformando el auténtico sentido de la democracia (que jamás es relativista: de serlo, podría acoger en su seno al fundamentalismo sectario y autoritario que tanto seduce al cardenal), la vacía de contenido, pervierte su auténtica vocación, que no es otra que amparar y fomentar los derechos de la persona: a existir en libertad, a conocer la verdad de manera directa, a expresarse con respeto, a convivir en pie de igualdad con sus semejantes
Nada de eso cita Ratzinger. Para él (y, es de suponer, para sus acólitos), democracia es caos y anarquía [sic], La capacidad que ostentan todas las personas de intervenir en la gestión de los asuntos públicos se le antoja, a alguien que vive y trabaja en una estructura jerárquica e inflexible, la puerta abierta al crimen y el abuso.
Mayor violencia contra la verdad de las cosas no se puede cometer. Pues la democracia, para merecer ese nombre y no quedar en mero marco formal, debe articularse (como es el caso de la Unión Europea pero no, por cierto, de El Vaticano) en forma de Estado de Derecho. ¿Qué significa eso? Pues reconocimiento de los derechos individuales, garantía contra la arbitrariedad de los poderes públicos y tutela efectiva por parte de Juzgados y Tribunales. De caos y anarquía, nada de nada. Relativismo, cero.
Lo que no existe en democracia es sumisión, obediencia ciega, acatamiento servil de las órdenes impartidas por señores (varones únicamente) que se dicen investidos por extrañas autoridades celestiales, las cuales les permiten excluirnos de la comunidad con un simple palabra.
En la era del relativismo triunfante y de la apostasía [sic] silenciosa, lo verdadero ya no existe.
Lo que no existe, o mejor, repugna a la razón personal, es la verdad revelada e incontestable. Para aceptar una afirmación, el ciudadano libre e instruido exige pruebas: de hecho (en caso de tratarse de asertos materiales), o de discurso (si nos referimos a enunciados inmateriales). ¡Claro que existe la verdad! Aquella que halla su fundamento en principios de la realidad o, en su defecto, en premisas coherentes y lógicamente válidas.
De lo que, en puridad, se lamenta el cardenal es de que hayan pasado a mejor vida los tiempos en que los feligreses comulgaban sumisamente con todo lo que les decía un señor vestido de negro; una era donde la Verdad consistía en unas frases escritas por hombres, pero cuya autoría se atribuía a un Dios férreo y arrogante (pues ni discutía, ni se le podía discutir); una época en que el ejercicio de la crítica y el libre examen eran sancionados con la pena capital, la privación del ejercicio de la propia libertad.
Cuando Ratzinger dice que lo verdadero no existe, se refiere únicamente a Su Verdad. Falta de argumentos y carente de capacidad de persuasión, esa pseudo-verdad teológica, no es que haya muerto: es que sobrevive en su hábitat natural, que es el de la fe personal y la íntima devoción. Del hecho de que los cristianos hayan dejado que esa llama se apague en sus corazones, más que a la democracia o a ese falso relativismo moral, debe inculparse a los gestores de la religión, no a los demócratas ni a los laicos.
La evangelización cristiana no predica la secularidad, sino la trascendencia, la única verdadera trascendencia, y si esta trascendencia es única, ¿cómo se puede hablar de elementos de verdad y de gracia en otras religiones? El cristianismo débil acaba convirtiéndose en un cristiano rendido.
Ahora dejamos de leer al supuesto fiscal de la democracia y empezamos a medirnos con el abogado del catolicismo más beligerante, férreo y arrogante que imaginarse pueda. Pues no de otro modo cabe calificar a quien afirma que su propia religión ostenta el monopolio de la Gracia, la cual no se puede compartir de ninguna manera con otras creencias ni confesiones. Si esto no es intolerancia fundamentalista, que baje Dios y la vea.
Como mínimo, el cardenal tiene la decencia de admitir que el debilitamiento de la típica soberbia católica tiene su origen en la influencia negativa del relativismo postconciliar en la teología cristiana, o sea: en el ecumenismo. Ese importante legado de Pablo VI, el diálogo interconfesional, cae víctima de las garras de Ratzinger como el cuerpo de una paloma bajo el ataque de un halcón. ¡Los católicos han sido vencidos porque se han dejado comer el terreno! No lo digo yo, lo dice el cardenal: el relativismo que proclama la equivalencia de los valores o de las culturas tiende, no tanto a la tolerancia cuanto a la rendición.
Esta retórica (ella sí) beligerante se convierte en soflama militar cuando se afirma que hay una guerra, y es muy serio y responsable reconocerlo. Los católicos fundamentalistas, obesos por fuera pero ya muy flacos por dentro, llaman a sus escuálidas hordas a la contienda armada. El enemigo se llama Islam. Quizás así, blandiendo el espantajo de un choque de civilizaciones, logren concitar en torno a ellos una adhesión que por sí mismos no han sido capaces de generar.
Lo que no sé es cómo se conjuga esta delirante paranoia cardenalicia con las recientes palabras de Juan Pablo II apelando al diálogo entre hombres de culturas diversas en un marco de pluralismo que vaya más allá de la simple tolerancia y llegue a la simpatía (9.12.2004), ¿Están representando respectivamente los papeles del polí bueno y el poli malo? ¿O es que Juan Pablo II, como faz visible del catolicismo, pronuncia palabras que a todos gusta oír, pero es Ratzinger quien imparte instrucciones concretas para la próxima batalla? Espero aclaración.
El diálogo no sirve para nada si, antes, uno de los dialogantes declara que lo mismo vale una tesis que otra.
En eso sí que hay que estar de acuerdo con el cardenal. No vale lo mismo una tesis que otra (¿lo ve? no soy creyente, me considero demócrata y, sin embargo, tampoco creo en el relativismo de opereta del que ud. me habla).
Por ejemplo, no es lo mismo una tesis que defiende el respeto a la cultura y la creencia del otro porque él tiene el mismo derecho que yo a creer lo que quiera que una tesis que nos niega este derecho, a él y a mí.
No es lo mismo defender (y amparar de manera legal y efectiva) la libertad de las personas a vivir en un marco político seguro e igualitario, que bajo el yugo y las flechas de una dictadura donde se combata el relativismo con la cárcel, la pira y/o el garrote vil.
No es lo mismo mostrarse firme frente a los ataques a la verdad científica, crítica y criticable, que defender un concepto irracional del mundo en nombre de no sé qué autoridad milenaria.
No es lo mismo asumir que todos los ciudadanos tienen derecho a creer en la divinidad que prefieran, que dejarse atropellar por los administradores de una confesión sobradamente conocida por su incapacidad de tolerar en su seno (a las propias palabras de Ratzinger me remito) la diferencia, el debate, el diálogo y la disensión.
Ya en su fragmentado poema, Parménides colocaba al hombre ante una encrucijada fundamental: debía optar entre el LOGOS (razón) o la DOXA (opinión).
Quien se adentre por el camino de la izquierda, debe atenerse al principio siguiente: "el ser es y el no ser, no es". Con ello se refuta la apariencia y se apela a la esencia, uno se abstiene de recurrir a la fácil trampa de la retórica y se compromete a fundamentar sus asertos, a dar explicaciones de lo que argumenta, en fin, a discurrir por las sendas de la razón humana y dejar de lado las tentaciones de la demagogia y la superstición.
Quien, por el contrario, prefiere tomar el camino de la derecha, opta por la verdad aparente, revelada o inspirada y, como tal, indemostrable. Es la senda del publicista y del embaucador, quienes declinan dar razones de su discurso pues éste "viene de otro lado" y, además, se cree eficaz. También es la vía de literatos y poetas, aunque éstos no pretenden gobernar la República y aquéllos, sí.
La alternativa se mantiene intacta, ayer como hoy: de un lado, la Verdad argumentada que muestra todas sus cartas y se dirime en sociedad; de otro, la Opinión autorizada (autos: que se refiere sólo a sí mismo), la cual apela a instancias intangibles para imponerse.
La fuerza de la razón o la razón de la fuerza. Izquierda o derecha. Una disyuntiva antigua y aún vigente.
NUEVA DELHI (IPS). Estados Unidos está dispuesto a mantener en solitario su rechazo al Protocolo de Kyoto contra el recalentamiento planetario, anunció el representante de Washington en una conferencia internacional que se celebra en la capital de India.
El principal negociador estadounidense en materia de cambio climático, Harlan Watson, confirmó la negativa de Washington a aprobar el Protocolo de Kyoto.
Watson sostuvo, en una conferencia de prensa en la octava Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que la implementación del Protocolo de Kyoto representaría una reducción de 35 por ciento del crecimiento económico de su país.
Cuando nuestra economía tiene hipo, o también la de Europa y de Japón, hay consecuencias en todo el mundo, argumentó el funcionario.
Watson y el principal asesor sobre cambio climático en el Departamento (ministerio) de Energía de Estados Unidos, Robert K. Dixon, destacaron luego la cooperación en la materia de su país con América Latina, así como con Australia, Canadá, China, India, Italia y Japón.
El objetivo de esa mención fue sugerir que Washington implementa medidas contra el recalentamiento planetario al margen del protocolo aprobado en 1997 en la ciudad japonesa de Kyoto como anexo a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático.
Ese enfoque recibió críticas del experto en cambio climático Anju Sharma, del no gubernamental Centro para la Ciencia y el Ambiente, de Nueva Delhi. Estados Unidos trata de sabotear el Protocolo de Kyoto y reemplazarlo con acuerdos bilaterales en los que él es el principal socio, sostuvo.
La política exterior del presidente George W. Bush implica el rechazo de cualquier tipo de acuerdo multilateral, según Sharma. Eso incluye el Protocolo de Kyoto, que obliga a los países del Norte industrial a reducir sus emisiones de gases invernadero, a los que la mayoría de los expertos atribuyen el recalentamiento planetario.
Watson afirmó que existen pocas posibilidades de que Estados Unidos ratifique el Protocolo. No hoy, ni mañana ni durante el primer periodo de compromisos establecido por el acuerdo, que comenzará en 2008 y finalizará en 2012, aclaró el funcionario.
Por otra parte, según Watson, la brecha que existe entre los países que ya ratificaron el tratado y los que deben hacerlo para que entre en vigencia es aún demasiado amplia.
El Protocolo entrará en vigor cuando ratifiquen el tratado países que representen 55 por ciento de las emisiones mundiales de gas invernadero. Los países ratificantes hasta ahora concentran 37,4 por ciento de las emisiones.
La ratificación de Rusia, con 17,4 por ciento de las emisiones, y la de Canadá, ya comprometidas, bastarían para la entrada en vigor del convenio. Sin embargo, la ausencia de Estados Unidos, el principal emisor del mundo, con 25 por ciento del total, deja en duda su eficacia.
Los gases invernadero son producidos por la quema de combustibles fósiles, como los derivados del petróleo, el gas y el carbón, y por eso su emisión aumenta con la intensificación de la actividad industrial, la producción de energía y el transporte.
Según el tratado, 38 países industrializados deberán reducir para 2012 sus emisiones de gases invernadero 5,2 por ciento respecto de las de 1990.
Estados Unidos anunció en febrero una política nacional con criterios propios de reducción de emisiones de gases invernadero.
Watson afirmó que si la política de Washington sigue sin cambios, la emisión de gases invernadero del país se reducirá 14 por ciento en los próximos 14 años, y que Bush pretende elevar esa proporción cuatro puntos porcentuales.
Bush anunció a comienzos de su mandato que, si bien su antecesor, Bill Clinton, había firmado el Protocolo, su gobierno no lo enviaría al Senado para que tramitara su ratificación.
Los 15 países de la Unión Europea ratificaron el convenio, al igual que Japón, la segunda potencia económica mundial, y otros grandes emisores como Bulgaria, Eslovaquia, Estonia, Hungría, Islandia, Letonia, Rumania y República Checa.
Fuente: http://www.tierramerica.net/2002/1027/noticias2.shtml
Estados Unidos se encastilla en su modelo orbicida de desarrollo económico y pone en peligro la supervivencia del planeta. ¿Hay que promover un embargo comercial contra un país que, voluntariamente, aplica políticas que comprometen el medio ambiente y exponen a la Tierra a un peligro real y quién sabe si irreversible? Yo voto que sí.
Dos noticias recientes han venido a confirmar lo que ya sabíamos: que el cemento (léase: los constructores desalmados) se mofan de la democracia, es decir: de la legalidad vigente y de sus veladores, los Juzgados y Tribunales:
a) en Marbella se siguen construyendo a velocidad de vértigo urbanizaciones en terrenos destinados a usos sociales o protegidos por Medio Ambiente; la Junta ordena paralizar las obras y las promotoras, amparadas por un Consistorio cómplice y prevaricador, se afanan en ultimar los trabajos para que, llegado el día, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía deba convalidarlas por no perjudicar a los inquilinos;
b) según un informe devastador del Instituto Geográfico Nacional, publicado en El País el pasado 27 de diciembre, las fotografías tomadas por satélite demuestran que, en España, hay miles de urbanizaciones ilegales, muchas de ellas fomentadas por Ayuntamientos ávidos de tasas e impuestos locales. Cuando desde la derecha, pues, se reclama adelgazar el poder autonómico para traspasarlo al municipal, uno sólo puede sospechar lo que se pretende en realidad: más cemento y menos legalidad.
El modelo desarrollista del Franquismo nunca ha cejado en su empeño de destruir los hábitats naturales y sustituirlos por hórridas residencias para las clases adineradas. ¿Hasta cuándo este abuso? ¿Vamos a seguir identificando crecimiento con bienestar social?
Dejad que los obispos hablen cuanto quieran. Difundid sus palabras por todos los medios de comunicación. Que el orbe entero (y, sobre todo, los católicos de boquilla y estadística) conozcan cuál es la opinión auténtica de la jerarquía eclesiástica: sobre el aborto y los anticonceptivos, la liberación de la mujer y el divorcio, las uniones de hecho y el matrimonio entre personas del mismo sexo, la investigación con células madre y la abstinencia sexual, el modelo de familia y los hogares monoparentales
Dejad que los obispos lleven a cabo su labor pastoral: que se sepa cómo desprecian pública y explícitamente a la democracia (a la que han calificado de totalitarismo de las mayorías y dictadura del consenso).
Dejad que los obispos cojan el micrófono y suban al escenario de la Cosa Pública: quizás entonces se despejarán muchas dudas y equívocos (como el de defender, contra toda evidencia histórica, que la Iglesia es maestra del diálogo e instructora de la libertad) y la sociedad española reaccione de una vez: devolviendo al catolicismo a su espacio natural, el del alma y la conciencia personal, el del templo y el culto, el de la salvación y la vida más allá de la muerte.
Dejad que los obispos hablen, que nosotros nos haremos escuchar: en los foros que nos representan porque somos nosotros quienes los elegimos. Y es esto lo que oirán: quien quiera ser iniciado en vuestra secta, tiene todas nuestras bendiciones, pero a quien no lo desee ¡dejadle en paz de una santa vez!
"El neoliberalismo es la política que define el paradigma económico de nuestro tiempo: se trata de las políticas y los procedimientos mediante los que se permite que un número relativamente pequeño de intereses privados controle todo lo posible la vida social con objeto de maximizar sus beneficios particulares. Asociado en un principio con Reagan y Thatcher, el neoliberalismo ha sido durante las dos últimas décadas la orientación global predominante, económica y política, que han adoptado los partidos de centro y buena parte de la izquierda tradicional, así como la derecha. Estos partidos y las políticas que realizan representan los intereses inmediatos de los inversores sumamente acaudalados y de menos de un millar de grandes corporaciones.
Las iniciativas neoliberales se presentan como políticas de libre mercado que fomentan la iniciativa privada y la libertad del consumidor, premian la responsabilidad personal así como la iniciativa empresarial y socavan la inoperancia de los gobiernos incompetentes, burocráticos y parasitarios, que nunca hacen nada bueno ni cuando ponen empeño, lo que rara vez ocurre.
La labor de una generación de relaciones publicas financiadas por las corporaciones ha otorgado a estos términos e ideas un aura sacra. Como consecuencia, sus alegatos rara vez es menester defenderlos y se invocan para justificar cualquier cosa, desde para bajar los impuestos de los ricos y arrumbar las normas ambientales hasta para desmantelar la enseñanza pública y los programas de prestaciones sociales.
De hecho, cualquier actividad que interfiera el predominio de las corporaciones sobre la sociedad resulta automáticamente sospechosa, puesto que interferiría el funcionamiento del mercado libre, que se postula el único asignador racional, justo y democrático de bienes y servicios.
Cuando son elocuentes, los partidarios del neoliberalismo dan la impresión de estar haciendo un inmenso servicio a. los pobres, al medio ambiente y a todo lo demás mientras realizan políticas que benefician a la minoría acaudalada.
Las consecuencias económicas de estas políticas han sido: un impresionante aumento de la desigualdad social y económica, un marcado aumento de las pérdidas de las naciones y pueblos más pobres del mundo, un desastre en las condiciones ambientales generales, una economía mundial inestable y una bonanza sin precedentes para los ricos.
[...]
Para ser eficaz, la democracia requiere que la gente se sienta conectada con sus conciudadanos y que esta conexión se manifieste mediante distintas organizaciones e instituciones no dependientes del mercado.
Una cultura política vibrante necesita agrupaciones cívicas, bibliotecas, escuelas públicas, asociaciones de vecinos, cooperativas, lugares públicos de reunión, organizaciones de voluntarios y sindicatos que proporcionen a! ciudadano medio la posibilidad de encontrarse, comunicarse e interactuar con sus conciudadanos.
La democracia neoliberal, con su creencia en el mercado über alles, condena a muerte todo esto. En lugar de ciudadanos, produce galerías comerciales. El resultado neto es una sociedad atomizada, compuesta de individuos inconexos que se sienten desmoralizados y socialmente impotentes.
En suma, el neoliberalismo es el enemigo inmediato y principal de la genuina democracia participatoria, no sólo en Estados Unidos, sino en todo el planeta, y seguirá siéndolo en el futuro previsible.
[...]
Es imposible ser partidario de la democracia participativa al mismo tiempo que defensor del capitalismo o de cualquier otra forma de sociedad de clases.
[...]
Como señala Chomsky, los mercados casi nunca son competitivos. La mayor parte de la economía está dominada por gigantescas corporaciones con un enorme control sobre los mercados, que por lo tanto presentan muy poca competencia del tipo que se descubre en los manuales de economía y en. los discursos de los políticos
Además, las corporaciones son de por sí organizaciones autoritarias que siguen líneas de actuación no democrática. Que nuestro sistema económico esté centrado en estas instituciones compromete gravemente la posibilidad de acceder a una sociedad democrática.
[...]
La idea de que no cabe ninguna alternativa mejor que el statu quo es más improbable hoy que nunca, en esta época en que existen tecnologías pasmosas para mejorar las condiciones de los seres humanos.
Cierto que sigue sin estar claro cómo instituir un orden poscapitalista factible, libre y humanitario, y que la idea misma está envuelta en una atmósfera utópica. Pero todos los pasos adelante de la historia, desde cuando se liquidó la esclavitud y cuando surgió la democracia hasta el final del colonialismo formal, han tenido que imponer la idea en momentos en que parecía imposible hacerlo, puesto que era algo que nunca antes se había hecho.
Y como Chomsky se apresura a señalar, el activismo político organizado es el responsable del grado de democracia que tenemos hoy, del sufragio universal de los adultos, de los derechos de la mujer, de los sindicatos, de los derechos civiles, de las libertades de que disfrutamos.
Incluso si parece inalcanzable la idea de una sociedad poscapitalista, sabemos que la actividad política de los seres humanos puede humanizar inmensamente el mundo en que vivimos. Y cuando nos aproximemos a la meta quizá seamos de nuevo capaces de pensar en términos de crear una economía política basada en los principios de cooperación, igualdad, autogobierno y libertad individual".
Robert MacChesney, prólogo a N. CHOMSKY, El beneficio es lo que cuenta. Crítica, Barcelna, 2000.
Neoliberalismo = totalitarismo del capital = autoritarismo de las élites = salvajismo institucionalizado = comunismo soviético = caos, violencia y pobreza = muerte de la democracia participativa y de la igualdad real
En pocos días, he tenido noticia de algunos gestos protagonizados por ciertas instancias cristianas que, por su fuerte contraste con los católicos del foro, me he decidido a reproducir y ensalzar públicamente. Son éstos:
a) Cáritas ha iniciado una campaña informativa destinada a combatir la imagen que, desde ciertos ámbitos de la sociedad española, se intenta dar de los inmigrantes residentes en nuestro país. El lema es el siguiente: aparece la palabra inmigración con la sílaba -mi- tachada en rojo, y sobre ella escrita la sílaba -ti-, dando como resultado, pues: integración.
En el acto de presentación de la campaña, el representante de Cáritas explicaba que su entidad quería combatir la asociación de la imagen del inmigrante con: mano de obra barata, delincuencia, amenaza islamista, etc.
Me gustaría saber si los católicos de la ultraderecha de este foro no serán, seguramente, los principales destinatarios de esta campaña de Cáritas, pues son notorios su xenofobia, odio al Islam y desprecio del diferente (ya sea por razón de raza, religión, extracción social o condición sexual).
b) En el periódico 20minutos ha aparecido una carta firmada por Antonio Moreno de la Fuente, del Secretariado del Colectivo de Católicos de Base, donde se lee: Las comunidades cristianas populares expresamos nuestro rechazo a la actitud xenófoba manifestada por la Asociación de Vecinos Bermejales 2000 [de Sevilla] al oponerse a la edificación de una mezquita. De acuerdo con nuestra Constitución, estamos a favor de la igualdad de todas las confesiones religiosas reconocidas por el Estado español y, por tanto, del derecho de la comunidad islámica a establecer sus lugares de culto allí donde las leyes [sic] urbanísticas del Ayuntamiento lo permitan.
¡Qué diferencia de talante, si lo comparamos con la actitud beligerante de los católicos del foro respecto al islamismo! Ni rastro de ese odio ultra y esa voluntad activa de exclusión que caracterizan sus intervenciones públicas: por el contrario, la carta destila tolerancia, respeto y diálogo interconfesional.
c) El cura de la parroquia de la barriada de Montequinto (Dos Hermanas) ha iniciado su campaña anual de solicitud de donativos a los habitantes del barrio. La campaña consiste en la distribución de un sencillo folleto en el que se recuerda a las familias cristianas [sic] la necesidad de contribuir en la financiación de la iglesia del barrio. En el mismo se cifra el monto de la contribución necesaria: 10 euros por familia. Nada de dádiva arbitraria ni óbolo gracioso: una tasa concreta.
Ni una sola de las típicas protestas, lamentaciones, y jeremiadas por la cicatería del Estado (ese Estado del que dicen abjurar los católicos: los del foro y los de la Conferencia Episcopal) respecto a la Iglesia Católica. Una actitud clara, responsable y valiente, la del párroco: dirigirse a sus feligreses, personalmente, para recordarles que su religión debe traducirse en hechos contantes y sonantes.
Estos cristianos me gustan. Pero ya sé que no tienen nada que ver con los católicos del foro (radicales, dogmáticos y encerrados en su intolerancia) ni con la jerarquía eclesiástica (teocrática, anacrónica y desconectada de las personas reales). Estos cristianos son el futuro, mientras que los católicos del foro y la jerarquía eclesiástica son el pasado. Hoy, Jesús está contento.
Cada día es más común contemplar, con una mezcla de perplejidad y hastío, la desfachatez con que la derecha pretende hacernos comulgar con ruedas de molino. Sus voceros atentan, una y otra vez, ya no contra el respeto por la inteligencia ajena, sino contra la verdad de las cosas.
Así, se han podido leer hipótesis delirantes (y falsas) como que el origen de la democracia se encuentra en el cristianismo. Cuando al expositor de esta majadería se le contrapone un artículo firmado por un catedrático católico, en el que se abjura de la democracia tildándola de dictadura de la mayoría, el susodicho hace oídos sordos e insiste en su clamorosa falacia.
Los ejemplos que podrían aducirse se cuentan por docenas. En todos ellos, el desconocimiento (voluntario o involuntario, eso yo no lo puedo precisar) de la historia, de los hechos desnudos, sólo puede considerarse como signo de analfabetismo funcional bien por falta de instrucción, bien por haberla recibido en centros de dudosa imparcialidad.
La propensión a falsear la historia es de tal calado, que pronto afirmarán que el Papado siempre fue un ardiente impulsor de la ciencia y la ilustración Pues, ¿no han llegado a hablar de humanismo cristiano, como si ello fuera conceptualmente viable? Las mayores enormidades aún están por venir.
El revisionismo burdo de estos iletrados (que no sólo no leen libros de historia, sino que pretenden reescribirla a su antojo) trasciende el campo de la historia y penetra de lleno en el ámbito moral. Así, son capaces de afirmar sin sonrojarse que el catolicismo defiende la libertad de pensamiento, a despecho de la persecución y hostigamiento que han padecido, y padecen todavía en la actualidad, aquellos ca-tó-li-cos que se atreven a apartarse de la doctrina oficial (por obra y desgracia del cardenal Ratzinger).
La saña en ocultar los hechos históricos y la violencia que inflige la derecha católica a los conceptos racionales, sin embargo, no se circunscribe a unos analfabetos que publican en foros de libre acceso y nula administración. Lo grave, lo escandaloso, es que esta estrategia de la mentira y la falsificación la están aplicando la Iglesia Católica y el Partido Popular a gran escala.
Ejemplos.
La jerarquía católica está empecinada en mentir a la población española cuando se queja de que el Estado pretende, vía reforma de la Ley de Calidad de la Enseñanza, impedir que los padres elijan para sus hijos la formación religiosa que crean conveniente. Mienten, y lo saben, porque en dicha reforma la impartición de la asignatura de religión católica va a ser OBLIGATORIA para TODOS los centros escolares. Eso sí, será de libre elección para los padres de alumnos que no deseen que sus hijos reciban esa formación. Pero eso a la Iglesia no le basta. Acostumbrada durante siglos a consagrar todos sus dogmas por la vía de la fuerza, desea que el Estado (aconfesional) IMPONGA a TODOS los escolares una doctrina: la suya, claro. Quizá con la secreta intención de manipular a sus masas de fieles, pues, los obispos tergiversan la información real y emprenden unas campañas de masas donde se oculta la verdad de los hechos.
Esta ocultación de los hechos es la misma que ha movido al Partido Popular a negar dos veces, en el curso de una semana, la verdad pura y dura de la ciencia. ¿Cuál? La de los filólogos, en la pseudopolémica del valenciano, y la de los historiadores y documentalistas, en la del Archivo de Salamanca. En ambos casos, ante el dictamen contrario a sus intereses que emitieron científicos independientes, la derecha ha recurrido a la demogogia populista y anticientífica para oponerse a una decisión puramente técnica.
No importa. Al PP, analfabeto en su base y manipulador en su cúpula, la ciencia, la verdad en suma, le traen al pairo. Como católica que es (y nunca, ¡jamás! humanista), lo que le mueve es la fe, la creencia en lo intangible, el misterio de la transubstanciación y la lógica de lo irracional. ¡Vaya usted a hablarle de la electricidad estática a una bruja de las de bola de cristal! Ella se aferrará a su superstición, creerá darle la vuelta a sus pruebas objetivas y continuará, tan tranquila, sacándole las perras a los incautos de siempre.
Visto lo visto, con esta derecha se hace imposible dialogar. Mienten, y lo saben. Desconocen la historia, y no les importa. Sus palabras son pura propaganda: sin fundamento, sin validez racional, sin datos objetivos, sólo opiniones, dogmas y falsificaciones. Sus denuedos se encaminan a la toma del poder, sin importar el medio: eso sí, tiene que ser rápido, no sea que las masas sigan alfabetizándose y, ante engaños masivos como los del 11-M, vuelvan a penalizar a los falsarios y les veden el acceso a las esferas del poder.
En un texto reciente, comentaba yo las palabras del Cardenal Alfonso López Trujillo acerca de la presunta superioridad de la familia respecto al Estado (ABC, 16.12.2004). Publiqué este texto, entre otros sitios, en la web de El Mundo, infestada de votantes confesos del Partido Popular. Y cuál sería mi sorpresa al constatar que, no sólo coincidían plenamente con el Cardenal, sino que consideraban que cualquier individuo es superior al Estado.
Coinciden estas graves afirmaciones con una declaración de Jaume Matas, presidente del Gobierno de las Islas Balares, en las que cifraba el supuesto éxito económico de su Comunidad en la siguiente receta: Todo privado (El Mundo, edición impresa, 27 de diciembre de 2004).
Comoquiera que ambas declaraciones coinciden en una misma tesis el desprecio hacia lo Público y su cristalización jurídica: el Estado moderno, creo que puedo permitirme desarrollar la siguiente hipótesis conceptual: lejos de hacer suyos los principios constitucionales vigentes en España, la derecha (electoral y eclesiástica, nunca como ahora tan coincidentes) está desarrollando una peligrosa deriva antidemocrática que, de seguir por ese camino, puede desembocar en posiciones abiertamente autoritarias.
Voy a tratar de argumentar esta afirmación.
1. España es un Estado.
Las primeras palabras del artículo 1 de la Constitución Española (CE) son: España se constituye en un Estado, etcétera. Es decir: los españoles decidimos aprobar una Carta Magna en la que se instituye, como modelo político, el estatal.
¿Qué significa esto? Ante todo, inscribirse en la tradición política moderna, cuyo origen se encuentra en la Ilustración, según la cual la voluntad popular cuaja y se traduce en acciones concretas de gobierno legítimo a través de una serie de instituciones representativas. Sé que parafraseo una evidencia que cualquier español conoce. Pero me parece especialmente importante traer ahora a la palestra esta definición. Sobre todo cuando, en el periódico ABC, apareció hace unos días un artículo, firmado por Narciso Juanola, en el que se arremetía con violencia contra el padre de la Ilustración política y su discurso acerca de la igualdad entre todas las personas (Balmes contra Rousseau, 16.12.2004).
En el mismo sitio, monseñor Michel Schooyans (catedrático emérito de la Universidad Católica de Lovaina) publicó un texto donde, con el título de Dios, fundamento de la política, realizaba una encendida apología de la teocracia con las siguientes palabras: Ni el gobernante ni el pueblo tienen fundamento para erigirse como instancia última del poder [ ] El ateísmo y el agnosticismo engendran automáticamente en política una nueva forma de idolataría consagrada al culto de la sociedad civil [ ] La verdad es entonces acomodada a los decretos que brotan de la voluntad de los más fuertes. Es el triunfo de la ideología, de la mentira y, al cabo, de la violencia (Alfa y Omega, ABC, 16.12.2004).
Si el artículo 2 la CE consagra que la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado, para sustraer al Estado cualquier sombra de legitimidad es preciso atacar su base: la raigamenbre democrática del poder que representa, el hecho de coagular el querer de sus ciudadanos. Para el clero católico, para la derecha en general, el Estado es una forma de coerción impuesta por los fuertes (en número, claro), una idolatría basada en la la mentira y la violencia. A él, se le opondrían las bondades de la teocracia premoderna, donde la legitimidad no emanaría de abajo a arriba (inmanencia), sino de arriba a abajo (trascendencia): por ello los papas y emperadores lo serían por la gracia de Dios, y el Pueblo se vería confinado al mero papel de asentimiento (así sea, si así lo quiere Dios).
Contra este concepto dogmático y medieval del poder se yergue justamente la Modernidad. Inspirada en la soberanía e independencia de la Razón como único instrumento de conocimiento de la Verdad (en abierta oposición a la Inspiración teologal), la Modernidad deposita en el individuo la capacidad de decidir por sí mismo, y al Pueblo como conjunto de los ciudadanos el poder de estipular dialógicamente cuál ha de ser el mejor modo de gobernar la cosa pública, el bien común, el interés general. El Estado moderno no es más que la plasmación objetiva de un espacio compartido por todos, así como el compromiso tácito de que la política debe ejercerse en aras del bienestar de todos (y no sólo de la mayoría).
2. España es un Estado social.
Continúa el artículo 1 de la CE (si no se aprende el abecedario, no se llegará nunca a leer): España se constituye un Estado social. Aquí el énfasis se centra en la palabra sociedad, esa sociedad civil denostada por monseñor Schooyans pero que constituye el único horizonte político posible para el constitucionalismo moderno.
En primer lugar, cabría atajar cualquier intento de oponer la sociedad al Estado. Dado que se trata de una institución representativa, el Estado no se puede oponer a los ciudadanos porque él mismo es encarnación del Pueblo. Contra la visión (sesgada) de un Estado identificado exclusivamente con la burocracia, es preciso afirmar con claridad y convicción que no es posible antagonismo ninguno entre el Pueblo y la voluntad popular cristalizada en la institución estatal. Sólo desde el anarquismo y la ultraderecha católica (ésta, en nombre de Dios; aquél, del individuo tomado en su estricta e irreductible singularidad) puede defenderse la escisión entre el Estado y la sociedad.
Sin embargo, desde la derecha política es frecuente escuchar supuestos argumentos en torno a la falta de legitimidad del Estado: el todo privado del Presidente Matas sería la traducción más sangrante de este recelo, puesto que son palabras pronunciadas ¡por un representante político elegido democráticamente en las urnas! La pregunta que uno se formula es la siguiente: ¿puede el lobo ser elegido para velar por los intereses de las ovejas? Un escéptico respecto al propio ejercicio de la acción política, ¿a quién representa? ¿A aquellos que le votan? Y aún más, ¿cuál es el interés último que impulsa a presentarse a las elecciones a un descreído antiestatal y, cabe suponer, antidemocrático?
Tengo mi propia hipótesis, avalada por la praxis de la derecha cuando llega al poder. Dado que se le niega toda legitimidad al Estado, es preciso ocupar los puestos de decisión para combatirlo desde dentro, impulsando políticas antipopulares: desamortización de la sanidad y de la educación públicas, aprobación de políticas fiscales poco equitativas, utilización interesada de recursos estatales para financiar proyectos estrictamente privados. Para camuflar este uso estaticida del poder, la derecha espolea a cambio otras instancias que capitalicen la atención pública (el patriotismo es su arma predilecta: reivindicaciones territoriales, guerras de expansión, exaltación de símbolos e iconos dudosamente representativos) y pueda traducirse en votos. Paradójicamente, el espacio común deja entonces de estar ocupado por lo que se comparte materialmente para verse desplazado por lo que une sólo de manera artificial: la derecha lograría así vaciar de contenido político el debate público para expulsarlo hacia la pura especulación conceptuosa.
El gobierno de Bush y sus neocons constituye el ejemplo más extremo de esta dinamitación del Estado desde dentro: el terrorismo fundamentalista ha supuesto el corolario que necesitaba la ultraderecha norteamericana para ocultar su antiestatalismo mediante el aval estrafalario de su patriotería.
3. España es un Estado social y democrático de Derecho.
Dado que el Estado moderno encarna la voluntad popular, únicamente una democracia basada en el sufragio universal puede dar satisfacción a este imperativo sustancial de nuestro constitucionalismo (artículo 23.1). Mediante el voto personal, libre y secreto, los ciudadanos expresan su voluntad de intervenir en la cosa pública, de manera que el resultado emanado de las urnas compromete al partido vencedor a gobernar pensando, no en sus electores, sino en el bien común. Cuando un partido usa y abusa de la autoridad que le ha sido delegada (no por Dios, sino por los ciudadanos) únicamente en beneficio de una parte de la sociedad, puede hablarse de desvío de poder y perversión del ejercicio del mandato político. Fenómeno que, por desgracia para todos, hemos podido observar durante los años de gobierno del Partido Popular.
La sostenibilidad de un Estado social y democrático sólo es posible si éste se dota de un corpus de leyes elaboradas y aprobadas por instituciones representativas. El imperio de la Ley consagrado por el constitucionalismo reconoce la igualdad entre todas las personas y garantiza su integridad y seguridad en un marco estipulado por todos.
Frente a ello, los enemigos del Estado reivindicarían una autorregulación del sistema de pura estirpe darwinista: según esta tesis, cualquier intervención correctora en los intercambios sociales supondría una ingerencia intolerable. Lo cual choca con la propensión que las instituciones propias de la derecha (con la Iglesia a la cabeza) muestran a la hora de inmiscuirse en el ejercicio de la libertad individual, vía dogmas arbitrarios y legislaciones restrictivas de los derechos de la persona.
4. La derecha contra el Pueblo.
Cuando desde las filas de la derecha (política y eclesial: ambas unidas por su desprecio de la voluntad popular) se arremete contra el Estado moderno, en realidad se carga contra el Pueblo que encuentra en él la mejor forma de plasmar un proyecto de convivencia común.
En el ámbito de la Modernidad política, no es posible discernir entre Estado y sociedad: quien pone en entredicho la legitimidad de las instituciones civiles y democráticas, quien censura los principios enunciados en la Constitución Española en nombre de no sé qué instancias superiores, se coloca abierta e inequívocamente fuera del marco político del que nos hemos dotado, más allá de él (plus ultra). Digámoslo claro: los enemigos de la Constitución Española son los mismos que han tratado durante toda nuestra historia de sojuzgarnos como Pueblo y oprimir nuestra capacidad de regir nuestro propio destino, individual y colectivo: los curas y el capital, la ultraderecha pura y dura, el autoritarismo premoderno, bárbaro y medieval.
Desfondado por su base, el catolicismo español echa mano de argumentos profanos. Es lógico. Si utiliza el lenguaje que le es propio (el de la sumisión al dictado papal y la uniformidad ideológica), corre el riesgo de quedarse en cuadro. Así que empieza a imitar las tácticas del enemigo.
Veamos. En una carta publicada en el diario 20minutos y firmada por Jordi Molas, se puede leer una retahíla de servicios sociales que presta la Iglesia al conjunto de los ciudadanos. La misiva está llena de errores de bulto, como por ejemplo ignorar que Cáritas recibe cuantiosas subvenciones estatales, o llegar a especular con la hipótesis de la presión fiscal que supondría el fin de la educación concertada, cuando ésta nunca ha sido puesta en tela de juicio (a pesar de los fraudes de ley en que incurre y que son de todos conocidos).
Lo sintomático es el giro que viene describiendo la retórica defensiva de los católicos: convencidos de la impopularidad de Dios y del Papa, recurren con desparpajo a los conceptos que saben que agradan a una audiencia cada día más secularizada. Uno se pregunta si este giro es real, si es compartido por todos los estamentos de la Iglesia y si, además, conlleva algún tipo de transformación del estado de cosas que lo provoca. La respuesta es, en los tres casos, negativa.
El giro mundano de la Iglesia no es real, porque el concepto de asistencia que maneja el catolicismo se basa en una premisa (la caridad) que choca frontalmente con lo que nuestro mundo necesita (más justicia social). El hambre, el caos, la desigualdad o los estragos que ocasionan los conflictos bélicos no son el resultado, en absoluto, de catástrofes naturales, sino de un sistema político, social y económico muy concreto que los provoca. No voy a extenderme en este punto, que me parece obvio: el capitalismo avanzado genera un reguero ingente de víctimas, y cualquier terapia sintomática que obvie sus causas no sólo está condenada a ser al cabo inefectiva, sino que entabla una odiosa complicidad con el origen del mal.
Una respuesta valiente y decidida a esta disyuntiva fundamental (combatir al causante del mal y no sólo a sus damnificados) se planteó desde la llamada Teología de la Liberación, en la cual se aunaba el mensaje evangélico del amor universal con la lucha activa contra las injusticias de la tierra, de esta tierra. ¿Cuál fue la actitud de la jerarquía católica respecto a los obispos que promovieron este movimiento lleno de esperanza y transformación? Todos lo recordamos: el silenciamiento y la marginación de sus promotores.
Tampoco nos sorprende ya el alineamiento sistemático de la jerarquía católica con las élites económicas del país. Consumido por falta de apoyos el fenómeno del comunismo sacerdotal que conoció un auge espectacular durante los años setenta y principios de los ochenta, tan sólo un simbólico Padre Patera nos recuerda que, en España, ser cristiano pasó en otros tiempos por luchar por la Justicia, y no simplemente por servir un plato de sopa boba. Hoy en día, la asociación entre Iglesia y poder se mantiene en los mismos niveles que en pleno franquismo: connivencia con una ideología que espolea la desigualdad, oposición a cualquier forma de emancipación personal, retorno a actitudes autoritarias y antidemocráticas, sexismo, homofobia, estigmatización del diferente
En este contexto, evocar los servicios prestados por los católicos a la sociedad me hace pensar en el cinismo del bombero pirómano: sí, aquel desalmado que, mientras echaba cubos de agua al fuego que él mismo había provocado, se jactaba de lo útil y necesaria que resultaba su tarea para sus conciudadanos.
Católicos: menos caridad y más justicia social. Eso es lo que necesita el mundo para impregnarse de los valores que proclamáis, pero que con tan poco ahínco defendéis cuango llega el momento de votar.
En un artículo titulado La ideología de la confusión, publicado por el suplemento de ABC Alfa y Omega en su edición de 23 de diciembre de 2004, podemos leer un vasto alegato en contra del feminismo a cargo de monseñor José Antonio Reig, obispo de Segorbe-Castellón. De entre sus palabras, me voy a permitir destacar, y comentar, unos extractos.
1. Feminismo = lesbianismo.
Las feministas de género denuncian la urgencia de deconstruir los roles socialmente construidos del hombre y la mujer, porque esta socialización (dicen) afecta a la mujer negativa e injustamente. Pretenden liberarse, sobre todo, del matrimonio y de la maternidad. Están, por tanto, a favor del aborto y de la promoción [sic] de la homosexualidad, el lesbianismo y todas las demás formas de sexualidad fuera del matrimonio. Se trata de una revolución cuyo objetivo es alcanzar una nueva cultura, un mundo nuevo y arbitrario [sic], verdaderamente libre, que excluya el matrimonio, la maternidad, la familia, y acepte todo tipo posible e imaginable de práctica sexual.
Monseñor Reig mete en el mismo saco, y de manera torticera, a churras y merinas: confunde (porque es él quien se confunde) la legítima aspiración de cada mujer a realizarse en la sociedad al margen de los roles tradicionales, con la apología del lesbianismo y el fomento de las perversiones sexuales. Distorsiona gravemente el sentido del feminismo como liberación de todas las mujeres respecto a las coacciones a las que se les ha sometido por parte de la cultura machista tradicional con la subversión de un presunto orden natural que no es tal en absoluto, sino el fruto de la imposición violenta de una ideología muy determinada: la que permitía el dominio de los varones sobre las mujeres en todos los órdenes de la vida.
Pero a Monseñor Reig le disgusta esta reivindicación. No lo dice, pero se deduce de sus palabras que el plan natural (traducción: papal) consiste en destinar al hombre al duro trabajo y a la mujer, a la procreación. No lo dice, pero es de suponer que tampoco le entusiasma la incorporación de la mujer al mundo laboral en igualdad de condiciones con el varón. No lo dice, pero es seguro que piensa que la mujer, donde mejor está, es en casa y con la pata quebrada.
Por lo que se va viendo, Monseñor Reig no simpatiza demasiado con el movimiento feminista. Pero no se vayan: aún hay más.
2. Feminismo = violencia.
La extensión de esta ideología de género ha producido multitud de dramas: ruptura de matrimonios, violencia doméstica, abusos y violencia sexuales [sic], pederastia, esterilizaciones quirúrgicas masivas de jóvenes, abortos
La bola se va haciendo cada vez más grande. Resulta que la liberación de la mujer ¡ha provocado la violencia que se ejerce contra ella! Cabe entender que Monseñor Reig justifica, y aplaude, que el macho ibérico dispare contra su legítima esposa por subírsele a las barbas. Lo de los abusos sexuales entra ya en el terreno de lo morboso, y se hace difícil vislumbrar a qué puede referirse el señor obispo, pero no me extrañaría que también justificase a los violadores por aliviar su desordenada sexualidad con tan libertinas féminas. Por no hablar de la pederastia y las esterilizaciones
En fin, no se aleja demasiado este discurso de la homilía que cualquier cura de pueblo podría dirigir a sus feligreses hace cincuenta años. Que la mujer se desembarace de sus cadenas conduce a la sociedad al caos, la violencia y la anarquía. Que la mujer tome las riendas de su vida y de su cuerpo sólo puede traducirse en la justa venganza de los machos, heridos en su católico honor. Que la mujer decida cuándo y cómo quiere casarse y tener hijos, la echa directamente en los brazos del Diablo. Ya, no lo dice, pero Monseñor Reig lo piensa.
3. Feminismo = perversión.
Utilizar la palabra género en nuestro lenguaje no es simplemente una moda. Detrás de este término se esconde una ideología malévola [sic] que busca abrirse paso en las conciencias para instalarse en nuestra cultura. Se trata, en definitiva, de una revolución extrema: conseguir una cultura nueva que excluya el matrimonio, la maternidad, la familia [sic] y acepte todo tipo posible e imaginable de práctica sexual [sic] En España estamos sufriendo, cada vez más, las consecuencias de esta perversa ideología [sic], y sigue una andanada contra el Gobierno de Zapatero que no voy a reproducir, pues no viene al caso.
De los polvos iniciales de la distorsión se llega a los lodos finales de la mentira y la propaganda. Pues, ¿de qué otro modo puede calificarse esa afirmación de que las mujeres libres combaten el matrimonio, la maternidad y la familia? ¡Si lo que están reclamando es su derecho a casarse, quedar embarazadas y formar familias de manera soberana e independiente! Ah, claro: lo que Monseñor Reig lamenta es que las mujeres libres y soberanas no se plieguen al modelo católico de matrimonio, maternidad y familia. Pero convendrá el lector conmigo que extrapolar la parte por el todo, en términos retóricos, sólo tiene un nombre: falacia.
La coletilla de que la liberación de la mujer conlleva aceptar todo tipo posible e imaginable de práctica sexual linda ya con lo grotesco. No sé si Monseñor Reig estará evocando a las bacantes griegas que, presas del frenesí erótico, devoraban a los niños y copulaban con los animales, pero a buen seguro que en su mente enferma la asociación de ambas imágenes (feministas y ménades, mujeres libres y brujas) está muy, pero que muy cerca de producirse si es que no se ha producido ya.
Sólo un tarado mental, una persona mala porque sí, un auténtico zoquete, un analfabeto o alguien impedido por la biología para la comprensión de la vida y del mundo, podría sostener las afirmaciones que sostuvo Monseñor Reig en público, público formado (eso sí), por católicos padres de familia y célibes sacerdotes muy vaticanos.
¿Hay alguien en su sano juicio que, tras leer estas palabras, sea capaz de admitir que una misma cabeza puede albergar, simultáneamente, los valores católicos y los valores feministas? Monseñor Reig no, a buen seguro.
4. Homosexualidad = crimen.
El obispo de El Ferrol compara la homosexualidad con el robo y el asesinato (Cadena SER, 24 de diciembre de 2004).
Ya sólo les queda contar a los niños que, si no se portan bien, vendrán los rojos y les sacarán los ojos. Entonces, habrán conseguido lo que pretenden: devolvernos a la gruta franquista del miedo, la superstición y el odio a los diferentes por el mero hecho de serlo.
Coda
¿A qué estamos esperando los demócratas a denunciar a estos infaustos personajes ante los Tribunales de Justicia, por discriminación e incitación al odio? Mientras continúe con sus declaraciones antidemocráticas, ilegales y homófobas, la ideología católica no cabe dentro del marco constitucional.
Afirma el Cardenal Alfonso López Trujillo, Presidente del Consejo Pontificio para la Familia:
"La familia es una institución anterior y superior al mismo Estado. Por tanto, hemos de estar atentos para que la familia no sea una víctima más de los tentáculos del Estado" (Alfa y Omega, 16.12.2004).
Vamos por partes.
a) El argumento de la anterioridad histórica no demuestra nada. De ser así, la superstición tendría un mejor pedigrí que la razón científica, la tiranía que la democracia, el machismo que la igualdad entre los sexos, etc. La apelación de la tradición sólo puede realizarla quien se sabe beneficiado por el argumento de los siglos, argumento que siempre ha aplastado al individuo en beneficio de la categoría (una y la misma).
b) La familia surge en un marco socioeconómico determinado como estructura básica de la sociedad, pero que en absoluto coincide con el modelo patriarcal que sustenta la Iglesia católica: hay familias-clan (donde entran ciento y la madre), familias-en-cuadro (como la formada por los cónyuges y la parejita), familias extensas, familias intensas...
Aunque le duela al cardenal, la familia es una entidad flexible, por eso ha sobrevivido al paso del tiempo: adaptándose para durar. De ahí que no se pueda compartir la opinión que sostiene, en el mismo suplemento, un artículo no firmado cuando identifica a la familia con un único modelo de convivencia, quedando fuera del mismo las uniones entre homosexuales, las familias monoparentales, etc.
c) No hay nada "por encima del Estado", porque en el Estado moderno estamos todos. Es la cristalización de la voluntad popular, el resultado de la dialógica entre los individuos libres y soberanos, la síntesis dialéctica y pacificadora de las tensiones entre las personas.
Ofrecer una imagen del Estado como pulpo que todo lo engulle delata al delator, pues ese Estado onmínodo no es el democrático: es el totalitario, el de Franco, Pinochet y las teocracias antiguas y modernas.
En el Estado moderno (de derecho, social y democrático) todos caben porque somos todos. Sostener lo contrario es falsear la historia y los conceptos, con el único fin de afianzar la propia visión del mundo y la familia. Un concepto, por cierto, tan respetable como cualquier otro, y que tiene cabida como los demás bajo el amplio y familiar manto del Estado moderno.
La Constitución Española dice que no hay, ni debe haber, diferencia entre hijos nacidos dentro o fuera del matrimonio. Todos son hijos.
Un hijo adoptado es un hijo también, aunque haya sido nutrido en otra placenta. Si le das tus apellidos pues ¡a vivir y a quererse!
Por la misma regla de tres, todos los matrimonios civiles son matrimonios, ya sean los contraídos entre dos hombres, dos mujeres o un hombre y una mujer. ¿Ves? Entre dos menores yo no los reconocería, pero la ley dice que sí, que también son matrimonios.
Así que la unión civil entre personas del mismo sexo debe ser llamada matrimonio, sin escándalo para nadie. Porque esa palabra no significa más que: unión entre dos personas que se quieren y que proporciona una serie de derechos civiles.
Me parece muy bien, y muy respetable, que la iglesia no quiera casar a dos gays o dos lesbianas. ¡Faltaría más! Para eso son un club privado.
Pero que deje en paz el mundo civil, el de las leyes de las personas corrientes y molientes: las que fornican cuando, como y con quien quieren, las que se unen de manera temporal o indefinida, vamos, la gente de a pie, los ciudadanos de ahora mismo.
Yo creo que cuando las sotanas se oponen a que la ley civil reconozca los matrimonios homosexuales, están reconociendo que ya poco nos importa a todos lo que diga la ley eclesiástica: que la que importa de verdad, la influyente a nivel humano y social, es la que se imparte en los juzgados, y no en los púlpitos.
Con eso, y sin caer en la cuenta, los curas admiten que ya no pintan nada en su terreno de juego natural, y quieren invadir el del vecino.
(La idea de este escrito no es mía: me la dio Nazaret. Quede constancia).
En una entrevista concedida al diario La Razón, Ángel Acebes (del Partido Popular, agrupación a cuya derecha no hay nada) ha afirmado: “El PSOE es un partido radical y extremista”.
A bote pronto, suena grave. Quizá de un modo inconsciente, uno tiende a imaginar a radicales y extremistas como personas (varones, casi siempre) melenudas y desafeitadas, con mugre entre las uñas y los dientes cariados. Comoquiera que los representantes políticos del PSOE suelen aparecer en público con corbata y el pelo corto, hay que suponer que Acebes no iba por ahí, aunque algo de esa imagen troglodita sí quería endosarle al adversario.
Quizás por “radical y extremista”, Acebes quería decir “muy lejos del centro”. Claro que el problema, lejos de resolverse, se multiplica al infinito porque, ¿quién y por qué se atribuye la autoridad para colocarse en el eje de simetría del espectro político, expulsando a los demás hacia la periferia?
A mí se me ocurren dos entes con capacidad para hacerlo sin sonrojarse: Dios y José María Aznar. Ahora bien, como el primero tiene poco que ver con la política democrática y el segundo está gozando de un merecidísimo descanso en sus admirados EE.UU., cabe concluir lo siguiente: en el centro politico se coloca a sí mismo quien habla, por lo que no puede tratarse de una ubicación real, sino de un efecto óptico. No en vano, en el continente americano el mapamundi escolar sitúa al Nuevo Mundo en el centro del planisferio, mientras que los europeos nos vemos desplazados hacia un lateral.
Cabe la posibilidad de que, con sus ardientes palabras, Acebes trate de infundir miedo y rechazo en cierta bolsa de potenciales votantes, los cuales (a decir de los analistas electorales) huyen del extremismo como de la peste. En esta clave, el Partido Popular, simplemente, trataría de presentarse con un porte elegante y engominado frente a la ruda oposición, a la que dichos votantes deberían visualizar como un compendio de la más furibunda de las exaltaciones demagógicas: intransigente, reacia al diálogo, encastillada en actitudes poco o nada edificantes, etc.
Pero es difícil que el Pueblo español pueda aceptar esa imagen del PSOE. Ante todo porque, para llevar a cabo su acción de gobierno, los socialistas han contado, están contando y contarán con la valiosa contribución de otras agrupaciones políticas, por lo que la falta de diálogo como atributo de su presunta radicalidad queda excluida ya de entrada.
Tal vez lo que se pretende poner en entredicho es la bondad misma de este aval. Según los adalides de la derecha (o del centro, como ellos dicen verse a sí mismos), recibir el apoyo de partidos políticos democráticos y legales puede parecerse, en gran medida, a pactar con el Diablo. Claro que, para aceptar esta tesis, antes hay que asumir esta otra: que en democracia no se pueden defender las propias ideas, ni aun en el caso (como es el caso) de hacerlo sin apelación a las armas ni a ninguna forma de desobediencia civil. O lo que es lo mismo: que el arsenal conceptual al que deben atenerse todos los partidos no puede ir más allá de un repertorio limitadísimo y, al parecer, controlado y certificado por el propio Partido Popular. Todo aquel que osara desviarse de ciertos artículos de fe, merecería “ipso facto” ser tildado de radical o extremista… o de hereje, que quizá sea el apelativo que, en otra época, la derecha le habría endilgado al discrepante, por el mero hecho de serlo y no ocultarlo.
Otra posibilidad sería que, en efecto, el PSOE fuera un partido radical (lo de extremista vamos a dejarlo, porque ya hemos visto que tal calificativo se refiere siempre a una distancia respecto al calificador y no nos puede decir nada acerca del calificado).
Étimológicamente, radical sería aquella ideología que apelase a la raíz. En este plano, podría intercambiarse con “fundamentalista”: ambas actitudes negarían el valor del presente para constituirse en opción política válida, de modo que sus cimientos deberían buscarse en el pasado, el cual vendría a proporcionarle a la actualidad su fuerza y concreción.
Visto así, es difícil aceptar que el PSOE sea un partido radical, más bien todo lo contrario: cuanto más tiempo pasa, menos se parece este socialismo al que le dio origen, histórica y nominalmente. Para empezar, ya sólo desde el cinismo podría emparentársele con el obrerismo primigenio. Pero es que el día a día nos demuestra que, hoy por hoy, el PSOE se caracteriza (para unos es su peor defecto; para mí, su mayor virtud) por su naturaleza lábil, voluble y adaptativa. Con no poca razón, puede decirse del socialismo actual que es lo que sus afiliados y votantes quieren que sea en cada momento —hasta tal punto ha llegado su “indefinición” política.
Por el contrario, el Partido Popular sí se nos aparece como una formación fundamentalista: recurre una y otra vez a los mitos más rancios del peor casticismo (el de Maeztu y Ganivet, el del catolicismo ultramontano y la más pimpante involución moral); difunde una imagen de España unitarista y poco plural; estigmatiza a quienes no comulgan con sus ruedas de molino usando y abusando de un rosario de epítetos poco o nada moderados… Visto así, parece difícil que el PP esté legitimado para asumir con el desenfado con que lo hace el papel de centro que se arroga.
Que tengo razón lo demuestra la apelación continua de los portavoces del Partido Popular a la supuesta “debilidad” del PSOE, dada su propensión a rectificar y contradecirse, pactar y negociar con todo tipo de fuerzas políticas y sociales. Este atributo, que para una persona proclive a los valores de fuerza y autoridad puede parecer el peor de los insultos, para un demócrata convencido se revela, por el contrario, como todo un elogio. Si débil es aquel que dialoga, negocia, propone y, llegado el momento, acepta y cede, habría que empezar a reivindicar activamente la debilidad como valor, ejem, central de la izquierda.
En fin, vamos terminando: Acebes ha recurrido a un abuso lingüístico para descalificar al oponente político, pero con ello no sólo ha demostrado su escasísima formación intelectual, sino que ha puesto a su propio partido en evidencia. Pues basta con desplazar el punto de referencia del espectador (del centro a la extrema derecha) para constatar quién apuesta en España por la moderación y el consenso y quién, simplemente, exagera, desbarra y se aísla en su numantinismo carpetovetónico.
CENSURA Y PURITANISMO
El único país del mundo que recibe a turistas e inmigrantes con sus ideales labrados en pie-dra no parece, en cambio, estar dispuesto a llevarlos a la práctica. Al menos eso es lo que se desprende de la creciente cruzada audiovisual que se ha activado en los Estados Unidos en los últimos años, en cuyas piras inquisitoriales han ardido ya desde Madonna hasta Almodó-var, pasando por Public Enemy, Richard Mattelthorpe y el mismísimo Michael Jackson. La purga, que no parece dispuesta a dejar títere con cabeza, presenta todo el aspecto de un mal remedo de la tristemente famosa caza de brujas del senador Mac Carthy, con la diferencia de que, en este ocasión, el enemigo ya no está fuera, sino dentro, e inscrito en el bajovientre de todos y cada uno de los norteamericanos.
La cuestión fundamental, que a los ojos del censor justifica su intervención, consiste en eluci-dar la relación ambigua que se establece entre la difusión de los modelos culturales a través de los medios de comunicación y su capacidad de modificación de las conciencias individua-les. La concepción puritana del mundo (que, aunque típica de los países anglosajones, tras-ciende los marcos nacionales) confía en el poder educador de la cultura, la cual en última instancia se concibe como instrumento de acción sobre la conducta del receptor, indicándole el buen camino y mostrándole las fatales consecuencias que se derivan de escoger el malo. En este sentido, el gran legislador de almas que siempre quiso ser Platón ya desaconsejó la lec-tura de las epopeyas homéricas en su república ideal, al considerar que ofrecían un ejemplo pernicioso a los más jóvenes.
Y es que el puritano, como señalaba Oscar Wilde, carece del más mínimo sentido estético: su relación con las obras culturales se dirime en términos de enseñanza. Sólo un puritano puede sentirse escandalizado ante la exhibición del triunfo del mal, puesto que, en su opinión, ello significa una invitación formal a seguir el mismo comportamiento. La estructura premio-castigo que, según el más elemental conductismo moral, se dibuja como horizonte de expecta-tivas del puritano, impidió durante muchos años los guionistas de Hollywood escribir historias en las que el gángster no fuera aplastado bajo el peso de la ley.
Esta comprensión unívoca y rudimentaria de la relación entre estímulo y respuesta permite explicar la extraordinaria candidez con la que los norteamericanos se relacionan con sus feti-ches culturales, convencidos como están de que cumplen efectivamente una función normati-va en la articulación de la sociedad. Esta ingenuidad, de la cual la censura es consecuencia lógica (puesto que toda obra cae bajo el dominio del modelo pedagógico, hay que impedir a toda costa la difusión de malos ejemplos), es la que justifica la compulsiva tendencia a la emulación que manifiestan los norteamericanos, ya sea siguiendo los pasos de un yuppie de Wall Street o imitando las carnicerías de Rambo.
Este estado de cosas contrasta con la indiferencia europea (aunque, por razones históricas, debemos alinear a la Gran Bretaña con el puritanismo americano) ante el problema de la difu-sión masiva de obras culturas en las que se muestra el rostro triunfante del Mal, sea éste lla-mado sexo, violencia o cualquier otro de los tabúes tradicionales de Occidente. Y es que Euro-pa parece haber apostado por un pacto lúdico con la cultura, según la cual ésta ya no le pro-porciona modelos sino, antes bien, contra-modelos de conducta. Así las cosas, a la dictadura de la imitación americana, los europeos hemos opuesto una ironía catárquica, la cual nos libe-ra de sentirnos demasiado implicados en nuestras propias conductas, además de ampliar considerablemente nuestros índices de tolerancia cultural. En otras palabras, frente a la con-cepción norteamericana de la cultura como signo del Bien, los europeos hemos acabado por abrazar una cultura como simulacro del Mal. (1991).
La dialéctica que se establece, en el ámbito comunicacional, entre la mímesis y la catarsis se revela tremenda y tristemente actual. Los, y sobre todo las vigilantes de la cultura y la publi-cidad llevan meses auscultando el televisor para expurgarlo de imágenes degradantes y mensajes indignos para la integridad de no sé qué abstracta mujer, negro, niño o musul-mán. Lo políticamente correcto ha pasado, en una década, de sombra lateral a presencia cen-tral de nuestra civilización multimediática.(2004)
SIMULACRO Y CAPITALISMO
1. LA OBVIEDAD DE LA COSA.
La cosa es la obviedad no constituida; el signo, como redupli-cación de la cosa, le otorga a ésta la posibilidad de hacerlo, en virtud de la regla misma de la constitución; el simulacro, por fin, refleja la regla del signo, el cual, ante la visión de su propia pequeñez (puesto que es una oportunidad ofrecida a la cosa, y no la cosa misma), monta en cólera y se precipita a su propia destrucción.
Hay que señalar, con todo, el tránsito necesario que se da entre las instancias: la cosa quiere ser signo (para llegar a ser lo que es: cosa); el signo quiere ser simulacro (paradójicamente, para dejar de ser mero reflejo y pasar a otra cosa); el simulacro, por fin, en su no querer ser (ni cosa ni signo, sino pura inversión de los términos), abre un espacio en el que las cosas, por fin, simple, llana y estrictamente, son lo que son.
La cosa, ya se sabe, es un punto muerto del pensamiento, una resistencia a la acción del len-guaje, una opacidad sin fisuras ni intereses; pero, al mismo tiempo, la cosa induce con su pasiva indiferencia la reflexión de sí misma en el signo (y, como consecuencia, las categorías que permitirán hacerla tema del pensamiento: razón, sujeto, objeto, identidad, diferencia, con-tradicción, lógica, lenguaje, discurso), el cual emprende a partir de entonces un proceso impla-cable hacia su imposición como totalidad. El movimiento del signo hacia su consumación ab-soluta no es más que el fin mismo de la cosa precipitándose en su reflejo: para vivir, la cosa debe morir como cosa y nacer como signo, debe morir como signo para renacer como cosa. La cosa no es cosa si no ha pasado antes por el espectáculo ritual de su destrucción en el signo, el cual, obedeciendo a una necesidad que cree suya pero que le viene impuesta desde fuera, promueve un desplazamiento del mundo de las cosas que acabará por destruirlo.
2. LA INVERSION DEL SISTEMA
La época del simulacro es, propiamente, aquella en la que los signos se han adueñado de la totalidad de lo real, de manera que nada queda fuera de su radio de acción. En la semiotiza-ción del mundo, el signo es real y lo real es sígnico: lo que queda fuera, en cuanto no redimido de su obviedad, carece de relevancia para el sistema de los signos (que es lo mismo que decir del sujeto, la razón o el lenguaje: uno y el mismo asunto), y, por utilizar una jerga que sólo tiene sentido dentro del mismo sistema, no existe.
Todo cuanto quiere, de algún modo, ser, se somete a la ley del signo: los objetos, los cuerpos, los gestos, las relaciones. La extensión del modelo de la semiosis universal se caracteriza por su perfecta adaptación al esquema de la mediación: porque, en rigor, el signo es un medio del que la cosa se sirve para llegar a ser lo que es, el catálogo (hipotético, se entiende) de lo real debe caer apresado bajo la red implacable de los signos. Ya no es posible soñar con un cos-mos estable de cosas inmutables, sino es a condición de entregarlas al padecimiento de su expolio simbólico y su inversión valorativa.
La sociedad occidental del capitalismo de consumo es la época del triunfo (paradójico, puesto que abre paso a su propia inversión) de las cosas-signo. Finalizado antes de empezar el tiem-po de los usos, se adivina la conclusión del tiempo de los intercambios: puesto que todo ha sido asimilado a su valor, se desencadena la apoteosis de la depreciación y, a la sazón, del retorno de la pura objetualidad de las cosas (por fin redimidas de su obviedad y consolidadas en cuanto referencia insoslayable).
3. LA HISTORIA DEL SIGNO
Las cosas no tienen historia: son la viva imagen de la permanencia, la rotundidad, la densi-dad. Su impenetrable silencio histórico (su eternidad, si se quiere) es el de los fenómenos per-sistentes, carentes de sentido (a rose is a rose, etc.) por clausurados en su propio devenir. Esta inmutabilidad de las cosas se quiebra con la inauguración del tiempo histórico, que, contra la interpretación tradicional, no traiciona en modo alguno la vocación fundamental de las cosas, sino que la lleva a su cumplimiento. Y es que el mundo de las cosas no sólo quiere nacer, cre-cer, reproducirse y morir, sino persistir, durar: pesar.
La historia significa el advenimiento del tiempo como sucesión lineal de acontecimientos des-compuestos en secuencias marcadas por las categorías del pensamiento, y por consiguiente la disolución de la uniformidad continua del mundo: ello es así porque las cosas quieren per-der su singularidad irreductible (hablar aquí de identidad sería un error) para poder recobrarla después, despojada de sus peligros. La singularidad es el sueño secreto de las cosas, de todas y cada una de ellas; pero, para ello, deben perderla antes en la operación homogeneizadora del signo, que traba semejanzas y regularidades, que somete, en fin, la presunta (puesto que de ella no existe imagen alguna) unidad primordial de cada cosa consigo misma.
La institución del mercado como sistema de mediación entre los objetos y los hombres, por lo tanto, no implicaría perversión alguna de la naturaleza de las cosas, sino la trampa que éstas han argüido para devolver-se a su estado original (de cosas); precisamente, la convicción de que entre las cosas y los hombres hubo otro modo de relación inmediata es la que pretenden refutar las cosas cuando se ofrecen pasivamente al tráfico indiscriminado de las mercancias. (1993)
EL MITO DE LA MANIPULACIÓN MEDIÁTICA
Los medios se intoxican con su propio reflejo. Sobrevaloran su influencia ("¡No os suicidéis!", gritaba el locutor de la MTV al dar la noticia del suicidio de Kurt Cobain. TVE emitía anuncios que recomendaban dejar de ver TVE: si obedeces, ganan; si no lo haces, ganan también). Los medios se contemplan extasiados en el espejo de su éxito sin llegar a romper el hechizo que les encadena a su propia espera: de resultados que no se producen, de causas que nada cau-san, de fenómenos que desaparecen al contacto con la actualidad.
Los medios persiguen la realidad para envasarla y ponerla a disposición del consumidor. Pero, en el proceso de elaboración, la materia prima del hecho noticiable se pudre antes de devenir noticia cocida. De ahí la sensación de cropofagia del consumidor, que pide su ración de comi-da más fresca cada vez, sin percibir el efecto corruptor del medio que se la proporciona. La carrera enloquece en progresiva geométrica, pues cada vez quedan menos hechos noticiables frescos y más noticias cocidas en el cubo de la basura, agusanadas.
La atmósfera que cubre nuestro ángulo de visión se ha convertido en una pantalla del tamaño del cielo. El embrujo panóptico no satisface, sin embargo, la pasión que promete, sino que genera una tensa espera, una trepidación que no se alivia, un calvario sin crucifixión real a la expectativa de una resurrección que no se produce. (1993).
La reciente denuncia que ciertos representantes políticos han formulado acerca de la influen-cia de ciertos medios de comunicación sobre los resultados de la última contienda electoral, además de errar el tiro (en Sevilla, por ejemplo el diario más leído, con diferencia, es ABC, y el gobierno municipal lo ostentan los socialistas,,, con mayoría absoluta), certifica la pérdida de respeto que desde ciertas instancias se tiene, ya no por la información, sino por la posibi-lidad misma de la comunicación humana. De ahí a la glorificación de la propaganda, hay sólo un paso. (2004).
Ahora que los militantes de un partido fundado por un ministro franquista se sitúan a sí mismos en el centro político. Ahora que surgen revisionismos pseudocientíficos que pretenden equiparar a los dos bandos que sangraron en la Guerra Civil (es decir, el legítimo y el golpista). Ahora que reviven las proclamas católicas a la catequización del orbe. Ahora es el momento de presentarse, orgullosamente y sin ambages, como el rojo que yo soy.
Yo soy de los que tuvieron que exiliarse para no morir (de asco y de pena) bajo el reinado de monarcas muy píos y beatos, tal vez, pero a los que no les tembló el pulso a la hora de mandar a la hoguera a sus compatriotas por no comulgar con sus ruedas de molino.
Yo soy de los que fue demonizado por obispos fidelísimos, a los cuales ofendían mi libertad espiritual y mi reivindicación de la propia soberanía a la hora de leer, y entender, las Sagradas Escrituras.
Yo soy de aquellos a los que se anatemizó por investigar los fenómenos naturales y postular la existencia de leyes estables y recurrentes en el tiempo, antagónicas por ello a los designios de un dios opaco e inescrutable.
Yo soy de aquellos que se alinearon junto al déspota ilustrado en su cruzada laica por infundir en las mentes y en las costumbres algo de sensatez y racionalidad, y pagó por ello el desprecio y el rechazo de sus familiares y vecinos.
Yo soy de los que soñaron con una nación republicana, garante del derecho de todo ciudadano a discrepar y a elegir a sus representantes por sufragio libre y directo, cuando en toda Europa se firmaban Santas Alianzas en virtud de las cuales mi rey lo había colocado Dios en su poltrona.
Yo soy de los que celebraron la pérdida de las colonias de ultramar, pues con ello sus habitantes recobraban las riendas de su destino sin ingerencias extrañas a su propia decisión.
Yo soy uno de los damnificados del pistolerismo empresarial, en una época en que abogar por los derechos de los trabajadores pasaba por exponerse a recibir un tiro en plena calle.
Yo soy el miliciano que abandonó a una mujer muy piadosa y a una familia sumamente cristiana por resistir junto a mi gobierno el ataque armado, ilícito e ilegal, de quienes se suponía que cobraban por defendernos.
Yo soy el maquis que se echó al monte para resistir, para negar en último término la victoria de las camisas azules: mi supervivencia demuestra que la empresa no fue en vano.
Yo soy el exiliado, el emigrante, el expulsado, el perseguido. Yo soy una de las innumerables víctimas de un régimen bárbaro e ilegítimo que pretendió, a sangre y fuego, retener a mi país en la Edad Media.
Yo soy el manifestante que corrió delante de los grises, el homosexual que sufrió prisión por su forma de yacer, la adúltera a la que reprimieron quienes decían amar al prójimo como a sí mismos.
Yo soy el primero que compareció en el colegio electoral para votar una Constitución que me devolvía mis atributos civiles inalienables: la libertad de ser, pensar y decir en un mundo de individuos iguales y diferentes.
Yo soy el rojo que, ahora, combate en los foros de expresión pública la demagogia y la propaganda, la incultura y la manipulación informativa, síntomas todos ellos de una oclusión mental que ha mantenido a mi tierra lejos de la Razón y la Historia durante mucho tiempo, demasiado tiempo ya.
Según una encuesta realizada por la empresa Metroscopia, y publicada por el diario ABC en su edición de 20 de diciembre de 2004:
a) el 62% de los españoles cree que la información que proporcionó el Gobierno de José María Aznar sobre el atentado del 11-M no fue adecuada; el 26% cree que sí lo fue;
b) el 52% de los españoles considera que los autores del atentado del 11-M no pretendían con su acción criminal influir en las elecciones; el 39% cree que sí;
c) el 64% de los españoles está convencido de que el Gobierno de José María Aznar mintió entre el 11 y el 14 de marzo; el 22 cree que no;
d) el 66% de los españoles afirma que los trabajos de la Comisión del 11-M le han permitido conocer cuáles son los autores del atentado; el 22%, considera que no;
e) el 63% de los españoles opina que el atentado del 11-M influyó de una manera u otra en el resultado de las elecciones; el 26%, opina que no.
Los números cantan: en cuatro de las cinco preguntas formuladas, el Pueblo español llama a Aznar mentiroso y desautoriza las tesis del Partido Popular.
Sin embargo, ¿cuál fue la respuesta que publicó el diario ABC en su portada y destacó en el interior con grandes titulares? La respuesta e), por supuesto. Así, el hojeador de diarios se queda con lo que al periódico le interesa y no se entera de lo demás.
Si eso no es manipulación informativa y tendenciosidad partidista, que venga Dios y lo vea.
La elección es clara: de un lado, el individuo, el hombre libre, el ciudadano de sí mismo, el sujeto de placeres y dolores, el desafío de la responsabilidad; del otro lado, la comunidad, la agrupación de esclavos, el sometimiento ciego a la tradición, la repetición del error, la huida.
De un lado, el héroe. Un héroe venido a menos, porque siempre pierde, pero que acepta el juego, que se expone y se implica. Una derrota que cae de este lado, del lado de lo visible, lo perenne, lo puramente humano.
Del otro lado, el santo. El reverso paródico del héroe, que se salva a sí mismo (siempre y sólo a sí mismo) e invita a los demás a imitarlo. Una salvación que cae del otro lado, del lado de lo invisible, de lo injustificado y lo injustificable.
Atenas como metáfora del encajador, del animal de fondo, del solitario, del mutilado, del fabu-lador. Jerusalén como símbolo de la pereza, de la abnegación, de la abulia, la sospecha y el rencor.
La elección es clara, pero no elegir es elegir también. No elegir es ponerse en camino aun sin saberlo. No elegir es claudicar.
Si convenimos que es terrorista cualquier acción que tengo como fin el alterar la conducta ajena, mediante la utilización de técnicas y métodos encaminados a suscitar en el receptor miedo y su consiguiente cambio de actitud...
... ¿cómo habría que calificar el itinerario que ha descrito la Iglesia Católica en los últimos 500 años?
Amenazando con el fuego eterno, blandiendo la sombra permanente de la anatemización, excomulgando al disidente (adúlteros, herejes y demás ralea cuya única culpa fue el ser diferentes) e infundiendo en la feligresía toda clase de pánicos infundados... todo para poder manipularlos mejor.
No es cosa de hace siglos, sino de hoy mismo. Tengo amigas de 30 años que estudiaron en colegios de monjas, que aún confiesas no poder llevar una vida sexual sana por culpa de los tabúes y chantajes a la que le sometieron las (aparentemente) piadosas embozadas.
La Iglesia Católica ha practicado el terrorismo intelectual, eso es evidente e incontestable. Lo cual no obsta para que, de ahora en adelante, pueda cambiar y emprender otro camino. A mí me gustaría verlo, de veras.
En un reciente artículo de J.A. Sandoica en ABC (ignoro si se trataba de un publirreportaje), tras arremeter contra el grupo PRISA y la Cadena SER, se decía lo siguiente: El éxito [del grupo COPE] se debe al afán de un grupo de profesionales por hacer un foro en el que no exista una dictadura ideológica monocolor, donde un emporio de grupos mediáticos uniformicen la información. Bien al contrario, su ideario, inspirado en los principios del humanismo cristiano [sic], hace primar el rigor y el entusiasmo por esclarecer la verdad de la información. Dichas virtudes se hacían extensivas a Popular TV, la cual ha sido la cadena de televisiones locales que porcentualmente más ha incrementado su audiencia acumulada en el último mes.
Leyendo estas prometedoras palabras, recordé un anuncio que ha aparecido en los periódicos por estas fechas, patrocinado también por la Cadena COPE, donde se jactaba de ir a contracorriente. La imagen que aparecía como refuerzo del eslogan visualiza una hilera de lápices rojos provistos de goma de borrar, mientras que un orgulloso lápiz azul se coloca al revés y muestra su punta hacia la cámara.
Todos estos indicios espolearon mi curiosidad. Por supuesto, no hasta el punto de sintonizar la Cadena COPE, pero sí como para echarle una ojeada a Popular TV.
Día: sábado. Hora: hacia las ocho de la noche. Se trata de un programa resumen de las noticias de la semana. Interesante. Vamos a ver.
Primera noticia: la Unión Europea ha decidido cambiar su política respecto a la Cuba de Fidel Castro. Se opta por el diálogo y se levantan las medidas de fuerza. La voz en off dice que la culpa es de Zapatero. Un representante de la oposición anticastrista en el exilio afirma que con esta decisión se refuerza a la dictadura. No se emite ninguna opinión por parte del Gobierno o la UE. Se da una única visión del tema tratado.
Segunda noticia: cara a la reforma de la Ley de Calidad de la Enseñanza, el Consejo de Estado Escolar ha votado por mayoría que la religión no sea asignatura obligatoria. La voz en off aclara que dicho Consejo está formado en gran parte por asociaciones afines al Gobierno. Un miembro de la Confederación de Padres de Alumnos Católicos, o de la Confederación Católica de Padres de Alumnos, o de la Confederación de Padres Católicos de Alumnos (no lo puedo precisar) interviene en dos ocasiones, quejándose de que la composición del Consejo condiciona sus decisiones, las cuales son únicamente políticas y suponen la imposición de una postura sobre la otra. No se emite ninguna opinión de dichas asociaciones mayoritarias. La voz en off se limita a parafrasearlas, argumentando que admiten que las opiniones están muy alejadas. Se da, pues, y de nuevo, una única visión del tema tratado.
Visto lo visto, cambio de cadena. Está claro que Popular TV hace honor a lo que promete: va a contracorriente, sí, pero de la independencia informativa; y su entusiasmo es evidente, también, pero sólo por jalear las posiciones de la Conferencia Episcopal, y silenciar todas las demás.
Esta es la información de los obispos. Esta es la verdad del humanismo cristiano: parcial, sesgada y monocolor.
Es fácil pensar, arduo argumentar lo pensado. El pensamiento, tan íntimo que parece formar con nosotros una única entidad (cuando lo cierto es que el pensamiento viene de fuera, C.E. de Ory), nos parece lo más inmediato, pero aun así, es preciso ex-ponerlo, sacarlo al exterior: contrastarlo. De lo contrario, no habría diferencia entre fe y razón, delirio y discurso, verdad y mentira. Lo triste es que, en no pocas ocasiones, desde ciertas instancias parecen abundar en esta idea: que uno y otro polo son intercambiables, y tanto monta monta tanto Isabel como Fernando.
La renuncia a explicitar las bases de la propia convicción (hasta el punto de calificarla, capciosamente, de moral, como si con ello se la preservase del debate y la crítica) es una de las características más notables del reciente discuso conservador.
Una de sus causas, con toda probabilidad, es la falta de práctica. La derecha raras veces ha tenido que dar cuenta racional de sus acciones, ya que su instrumento favorito de intervención en el mundo (a la Historia me remito) ha sido la violencia: la imposición unilateral, arbitraria y no refutable de las ideas mediante la fuerza. Otra, quizás de mayor calado, es la raigambre religiosa, o mejor, eclesial, del pensamiento reaccionario: su apelación a los principios de solidez, autosuficiencia e inefabilidad de la verdad de fe la impregna de un carácter incondicional e incondicionado que aguanta mal las exigencias de la razón argumentativa (por no hablar de la razón demostrativa, inviable cuando se penetra en la ciénaga de la conciencia personal).
La visible fatiga del pensamiento reaccionario respecto a las exigencias racionales de la convivencia democrática no se limita, sin embargo, al orden teorético: se sustancia en conductas personales, en prácticas diarias, en políticas concretas.
Un ejemplo, nimio sin duda, puede darse en este foro. A mí mismo, en no pocas ocasiones, se me ha intentado descalificar desde la derecha por extenderme en mis argumentos con la sorprendente acusación de no tener nada mejor que hacer. Es bastante significativo: aducir razones en apoyo de las propias ideas se le antoja ocioso a todo aquel que basa las suyas en verdades incontrovertibles y creencias no probadas.
Tampoco es baladí la recurrencia, en los posts de ciertos nicks de la intolerancia pura y dura de este foro, al insulto más soez y anquilosado (con reincidencia en mentar a la madre); no en vano, el castizo taco es la forma más directa de aniquilar al adversario sin tener que hacer ningún esfuerzo mental. Muy español, sin duda, pero poco edificante.
Mucho más grave, sin duda, es la propensión que vienen revelando en los últimos tiempos los adalides del pensamiento reaccionario en España: el Partido Popular y la jerarquía de la Iglesia Católica. A la vista de la pereza atávica que demuestran en lo que atañe a la argumentación racional (pues, como se ha dicho, derecha y debate se excluyen mutuamente), y ante la conminación cívica a exponer los fundamentos de su actitud pública, han puesto en práctica una estrategia antigua, aunque estéril en el orden que nos interesa. Estoy hablando del plagio.
Pues plagio es que la Iglesia Católica hable de persecución, cuando ésta es la acusación más obvia que se le puede hacer, con los libros en la mano: persecución del hereje y el judaizante por parte del Tribunal del Santo Oficio, persecución del disidente por parte del Régimen franquista, y persecución aún hoy de homosexuales y divorciados por parte de los curas y párrocos de toda España (los ejemplos abundan).
Pues plagio es que la Iglesia Católica hable de totalitarismo democrático, cuando ella ha avalado en el tiempo los sistemas políticos que mayor dolor y sangre han provocado en sus poblaciones civiles: las dictaduras de Franco, Pinochet o Salazar.
Pues plagio es que el Partido Popular hable de engaño y manipulación, cuando los Telediarios del infausto Urdaci fueron el ejemplo (y, al cabo, el cadalso) de la política de la derecha en materia informativa.
Pues plagio es que el Partido Popular hable de mentiras, cuando durante los cuatro años de su gobierno (2000-2004, los cuatro anteriores no cuentan porque estaban enjaezados por Convergència i Unió) se produjo el llamado apagón estadístico y tuvimos que sufrir la más burda y deleznable de las canalladas que ha vivido esta Democracia: el intento de engañar a todo un Pueblo tras sufrir en sus carnes el peor atentado terrorista de su historia.
Invito al lector a que amplíe esta lista por su cuenta, pues el fenómeno no ha hecho más que empezar. Baste recordar que el eslogan electoral del PP en las últimas elecciones europeas remedaba una muletilla de los espontáneos manifestantes del 13-M: ¡Pásalo!. Asimismo, la Conferencia Episcopal está convocando a manifestarse a sus feligreses vía móvil, como si de activistas progres se tratara. De nuevo, un intento de emulación que difícilmente dará resultado, puesto que el electorado reaccionario (el que vota depositando la papeleta y el que lo hace ingiriendo la Sagrada Forma) no puede entender el lenguaje de la política y lo que ésta conlleva: discurso, debate, intercambio.
No, el electorado reaccionario sólo admite el dogma indiscutido, la consigna castrense, la disciplina y la sumisión. Pues no en vano ser de derechas es ser obediente para con el patrón, y ser de izquierdas, ponerle una y otra vez en un brete: exigiéndole que se explique, que dé razones, que argumente sus decisiones. La extenuación conceptual del discurso conservador revela, en último término, su incapacidad de aceptar las reglas del juego que implica la Democracia y su deriva fatal hacia el autoritarismo teocrático (el cual no por azar ha sido históricamente su sistema político favorito).
Dice el artículo 2 de la Constitución Española: "La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado".
Claro. Democracia = poder del Pueblo. Voluntad popular = poder civil. O sea, de todos. Luego, se vota y el grupo político mayoritario trata de legislar pensando en el bien común. No de las mayorías, sino del bien común.
Dice monseñor Michel Schooyans (catedrático emérito de la Universidad de Lovaina) en su discurso "Dios, fundamento de la política", publicado por el suplemento Alfa y Omega de ABC en su edición de 16 de diciembre, página 27:
"Actualmente, todos los regímenes políticos recurren a la regla de la mayoría. Bajo apariencia de tolerancia o de pluralismo, se nada en el relativismo. Lo que muchos teóricos modernos del poder no han visto es que ni el gobernante, ni el pueblo, tienen fundamento para erigirse como instancia última del poder.
Una vez suprimida la referencia a Dios, nada, excepto las convenciones negociables, pueden moderar el poder. La verdad es entonces acomodada a los decretos que brotan de la voluntad de los más fuertes. Es el triunfo de la ideología, de la mentira y, al cabo, de la violencia.
No es posible pensar la democracia en un sistema político en el que Dios ha sido suprimido. No hay fraternidad posible sin Padre".
Es evidente la conclusión que dimana de este texto: democracia y catolicismo no sólo son antagónicos en cuanto a su concepción de la fuente de la autoridad política (inmanente para aquélla, trascendente, para éste), sino que se excluyen en cuando proyecto de convivencia política.
Para el católico (lo dice un catedrático, no yo ni Observator), las urnas son la caja de Pandora de donde emergen todos los malos: relativismo, agnosticismo... pluralismo, negociación... todo en el mismo saco. Si Dios no existe, el totalitarismo de las masas impone su dictadura.
Tal vez el sistema político preferido por el católico sea éste: el mandato del Padre, o familiarmente, del Papa (el de Roma, claro). Si todos se someten a lo que dice una sola persona, se acaban el totalitarismo y la democracia y empieza... ¿el qué? Fácil. La teocracia. El sistema favorito de los católicos. Vigente, por cierto, hasta la Ilustración. En el siglo XVIII. Lo dicen los libros, no yo.
Aducir que la democracia es creación del catolicismo sólo puede responder: a) al analfabetismo, b) a la manipulación, c) del desprecio del lector, al que se considera deficienta mental, o d) todas correctas.
Elija usted mismo, amigo lector.
La jerarquía de la Iglesia Católica anda últimamente muy interesada en asumir el papel de víctima. No creo que sea por casualidad.
Hay que recordar que, en su origen, el cristianismo (una de las dos fuentes del catolicismo: la otra es el derecho romano) se complacía en la figura del martirio, y aún en tiempos muy recientes se ha exaltado la autodestrucción del individuo en nombre de su fe como máxima prueba de santidad.
Pero el asunto va bastante más allá. Del victimismo, los grupos que se disgregan extraen fuerzas para cohesionar al rebaño. Basta con recordar la complacencia morbosa que siempre ha encontrado el pueblo judío en la rememoración de sus persecuciones históricas, reales y imaginarias. Pues bien, el caso del catolicismo español es un ejemplo claro de llamada a las huestes bajo la bandera de la agresión externa.
La cual, por cierto, no existe. Pues, ¿qué tipo de ataque puede suponer que, en un Estado aconfesional, el Gobierno evite la imposición de un credo en las aulas, y ampare en cambio la difusión libre e igualitaria de toda creencia? Sólo quien ve la pluralidad como una amenaza al propio dominio (ejercido durante siglos de forma atroz y sanguinaria) puede contemplar el compartirlo como un atentado a su propia integridad.
Esto es así porque, básicamente, el Catolicismo padece una secular mala conciencia: la de tener que exterminar al enemigo para prosperar (ya sea el ateo, el protestante o el musulmán) y temer que, tarde o temprano, sus víctimas se levantarán de las tumbas para clamar justicia y exigir reparación.
La jerarquía católica barrunta que ese día ha llegado. Sus peores pesadillas se están haciendo realidad: las vocaciones descienden, la feligresía hace oídos sordos a las instrucciones papales, las aportaciones económicas no dan para cubrir gastos, el consumismo devora todo atisbo de espiritualidad y, para colmo de males, en la escuela pública no se le va a permitir reclutar nuevos retoños (a no ser que sus progenitores se los sirvan en bandeja).
Esa es la auténtica pesadilla del católico: no la persecución (que no existe, pues mal podría encontrar acomodo en un sistema político que, como el democrático y a diferencia del autoritario que siempre avaló, y bajo el cual había conocido sus días de gloria), sino la agonía por falta de renovación interna, de sensibilidad hacia los cambios sociales, de capacidad de oir y proponer mensajes a una ciudadanía que, cada día en mayor número, le da la espalda a una fe que ya no ilusiona, sino que aburre, cansa y desespera.
Abandono un momento la visión de la comparecencia de José Luis Rodríguez Zapatero ante la Comisión del 11-M (justo cuando el Presidente concluye que la hipótesis de la autoría de ETA fue un "engaño masivo") para constatar públicamente lo siguiente: ZP ha cruzado el Rubicón. Hoy ha dejado de ser un espejo del Pueblo a convertirse en su faro. Veamos cómo lo ha conseguido.
Un estadista sumamente documentado
Se inicia la comparecencia con una alocución de ZP. En ella, recuerda a las víctimas y constata lo siguiente: ante el atentado del 11-M, los españoles "no ceden al pánico". Esto es incontestable. A mí me sigue impresionando recordar la sangre fría, el equilibrio y la serenidad que vi en ciudadanos y profesionales ese macabro día. Y recuerdo también el ambiente festivo y relajado del colegio electoral, la mañana de los comicios en que, por primera vez, voté al PSOE (y ya tengo unos años).
Prosigue el Presidente apelando a "la verdad de los hechos, no a la verdad de las opiniones". Primer misil contra la línea de flotación aznaril: viene a aportar datos, no a lanzar insidias y levantar castillos en el aire. Y a fe que lo hace: desglosa el desarrollo de las investigaciones policiales sobre el atentado, avala la cooperación de los Servicios Secretos marroquíes con cifras concretas (165 informes transmitidos, 231 seguimientos a sospechosos, 280 teléfonos intervenidos), expone las iniciativas correctoras impulsadas por el Ejecutivo (40 nuevos intérpretes de árabe, 150 agentes de la Guardia Civil para asuntos de terrorismo islamista, creación de un Centro Nacional de Coordinación en materia antiterrorista...)
Concluye ZP proponiendo un nuevo Pacto Antiterrorista que haga frente a los nuevos retos en esta materia, y que cuente con el concurso de todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria. Anuncia también el importe de las ayudas concedidas a las víctimas, y especifica otros datos de interés: impulso legislativo, reformas en el Código Penal...
Zetapé se zampa a Zaplana
Sigue el turno de interpelaciones. Abre el PP. Pregunta Zaplana. Batería de insidias, de preguntitas capciosas, de afirmaciones de poca monta. Se delata que es muñeco: quien niega y afirma es Aznar, desde su exilio (o autoexclusión) estadounidense. Se percibe en su rostro el odio acumulado, el apetito de vísceras, de sangre.
Pero ZP destapa su juego: los naipes que aún no había descubierto completan una jugada ganadora. Ya no es el pipiola desdentado que se suponía: ha crecido. Tiene documentos. Sabe que esta es su oportunidad. Va desgranando los informes técnicos que posee, y que eran públicos (sí, esos que Aznar ignoró despectivamente). Avala sus aseveraciones con pruebas, con hechos. Desmonta todas y cada una de las tretas de KB. Y clava la puntilla final: la hipótesis de ETA quedó inválida en cuando se conoció que el explosivo no era Titadine. Lo demás, sólo tiene un nombre: engaño masivo.
Mientras, KB Zaplana ha intentado que ZP no se extienda, que no se le revuelva, que se someta tiernamente a un "interrogatorio" (sic) en el cual el Presidente debía quedar como un mentiroso. Y, fíjate tú, se ha acabado merendando al PP entero, y presentándose como lo que aún no sabíamos que era: un ganador.
Hoy, ZP ha cruzado el Rubicón. Tenemos Presidente para rato.
(Vuelvo al vídeo. Quiero seguir disfrutando. Un saludo a todos y todas).
La retahíla de despropósitos del Partido Popular, en sus prisas por volver a La Moncloa y hacer de ésta una legislatura perdida, le ha llevado a hacer de su capa un sayo y ponerse el mundo por montera...
... rompiendo relaciones con el Ministro de Asuntos Exteriores, por demostrar con documentos lo que ya se sabía: que Aznar avaló, pasivamente, el golpe de Estado en Venezuela;
... rompiendo relaciones con el Ministro de Justicia, por conseguir (con el apoyo de todos los partidos de la oposición, excepto ¡oh! el PP) sacar adelante una reforma del CGPJ que asegure mayorías más plurales y un funcionamiento más democrático de los órganos jurisdiccionales del Poder Judicial;
... apoyando la enmienda a la totalidad del BNG (un partido ¡ag! nacionalista) a los Presupuestos Generales del Estado, es decir, obstruyendo el funcionamiento normal de las instituciones con el apoyo de una agrupación antagónica a esa ideología españolista que el PP dice defender;
... tratando de devaluar los foros de discusión democrática y de representación popular, sólo para promover la abstención entre las filas de la izquierda;
... inventándose conspiraciones mediáticas, intentando (en vano) de desacreditar a periodistas de solvencia contrastadas, azuzando a sus huestes contra las filas del enemigo;
... comportándose de manera zafia y vulgar, encarnando el peor de los estilos chelis y castizos: barriobajero, insultante y descalificador para con el adversario.
Por todo eso, y por lo que me callo, yo me digo: el Partido Popular se autoexcluye de la vida democrática española y, como un suicida enloquecido, se sitúa en los arrabales del sistema: cada día más cerca de la cueva de donde nació, cada día más lejos del Pueblo español.
La noche anterior
Me voy a dormir con cierta excitación. Mañana comparece el ex-presidente del Gobierno ante la llamada comisión de investigación del 11-M. Contra mi costumbre, me pongo el despertador. También yo quiero comparecer. Algo me dice que voy a escuchar cosas interesantes. Barrunto, incluso, una revelación: algún as que el ex-presidente guarda en su manga, un golpe de efecto, un bombazo informativo. Salivo.
8.30 horas
Suena el despertador. Me incorporo de un salto. Desayuno. Tomo asiento frente al televisor. Programo el vídeo. Abro una libreta en blanco y le quito el capuchón a mi bolígrafo. Agudizo los oídos.
9.10 horas
Aparece el ex-presidente en la Sala Internacional del Congreso de los Diputados. Serio. Delgado. Mirada torva. Le veo mala cara. Parece que ha dormido poco. Tiene los ojos pequeñitos, ¿pintados? Va seguido por dos de los hombres fuertes del PP actual: Acebes y Zaplana. No veo a Rajoy.
Empieza la alocución inicial de el ex-presidente. Habla con un hilillo de voz. Parece ser consciente de que es su discurso funerario. Luego, volverá a Estados Unidos y abandonará para siempre la escena política española. Se está, pues, despidiendo a sí mismo. Es el muerto en el entierro.
A medida que dice lo que dice, voy tratando de tomar notas: hitos horarios, declaraciones clave, frases para la posteridad
A medida que oigo lo que oigo, dejo de tomar notas. Yo creía que iba a hablar el ex-presidente. Pero a quien estoy escuchando es a Íbero. Un hooligan. Una persona arrinconada, rencorosa, que supura bilis, que se alinea junto al fanatismo más cerril, que tira la piedra y esconde la mano, que insinúa y no aclara, que trata de desprestigiar a los medios de comunicación más serios y prestigiosos de España.
11.30 horas
Detengo el vídeo. Dejo de tomar notas. He renunciado a oír informaciones. Me niego a transcribir hipótesis que nunca van a ser avaladas por prueba alguna. Pero sigo al pie del cañón. Lo escucharé todo. Hasta el final. Y prometo que no vomitaré.
A la mañana siguiente
Por primera vez en mi vida (puedo jurarlo), me despierto y, mientras pongo la cafetera al fuego, sintonizo la Cadena SER. Siento curiosidad por escuchar cómo les han sentado las acusaciones del ex-presidente. Buenas noticias. En la mesa de contertulios se encuentra Josep Ramoneda, un catedrático al que siempre he respetado intelectualmente y alguno de cuyos libros he leído con gusto y provecho. Expone su idea. Coincido punto por punto. Pienso en Íbero, en el ex-presidente, en Zaplana y Acebes, en el foro Dazibao. Me ratifico. Sé dónde estoy. Sé quiénes son los míos. Me tranquilizo. Bebo mi café. Sonrío. Por primera vez en años, esta mañana me compraré El País. Sí, de algo va a servir la comparecencia del ex-presidente. Vuelvo a conocer mi lugar en este país. Vuelvo a ubicarme. Gracias, ex-presidente. Va por usted.